La vida se acaba en un instante, amigo.
Un borracho en la playa de Acapulco
El extranjero
Muchas veces asumimos como cierto lo que parece más probable, aunque no tengamos evidencias. Simplemente porque tampoco tenemos pruebas de lo contrario, y porque quizá recordamos mal la vieja máxima que Conan Doyle puso en boca de Sherlock Holmes, aquello de que cuando se descarta lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, es la verdad. E inconscientemente extrapolamos concluyendo que funciona también al revés, y que cuando no se demuestra algo posible, lo que queda, si es muy probable, debe ser la verdad. Obviamente no siempre es así, pero hay que ser riguroso y disciplinado (y probablemente un poco raro) para no dejarse llevar por la lógica, y de esa tramp(ill)a se aprovecha Michel Franco en esta Sundown para sembrar el misterio y cosechar el desconcierto.
La película carece de banda sonora, quizá en solidaridad con el ánimo del alicaído Neil (Tim Roth), que parece inmerso en una importante crisis existencial (casi desde que aparece por primera vez en pantalla contemplando unos peces que se ahogan fuera del agua, como si a él también le faltase el aire) cuyos motivos se nos escapan de inicio, sobre todo porque parece tenerlo todo para ser feliz pero es evidente que no lo es. Nos resultan chocantes ciertos comportamientos en base a nuestra percepción de la realidad, pero esa percepción está adulterada por una composición de los hechos que nos hemos formado nosotros mismos, inducidos por lo que hemos visto, todo real, pero con información relevante que nos ha sido ocultada. Así, continuamente nos perturba el no encontrar sentido al comportamiento de ese personaje principal. Incluso cuando se revela el primer giro argumental, entendemos algunas cosas que nos desubicaban antes pero comenzamos a cuestionarnos otras que hasta ese momento no habían desafinado en nuestra sinfonía mental. Sí, el director Michel Franco nos escamotea detalles, y lo hace con toda la intención del mundo.
La trama de Sundown nos habla de brutales desigualdades sociales que todos conocemos (a pesar de que a veces las enterremos lejos de nuestra conciencia hasta que vemos planos como el de la sangre en el agua y lo que la precede y origina) y de la existencia de dos mundos que a veces colisionan ligeramente (ese momento es un ejemplo tan efectista como efectivo), y otras de forma más abrupta (no hay más que ver la desasosegante Nuevo orden, el anterior film de Franco al que se le podrían poner muchos adjetivos y quizá ninguno le hiciera justicia, que vendría a ser como una amplificación exponencial de esa escena), aunque luego se vuelvan a separar como los amantes tras el coito en un caluroso Acapulco en ausencia de aire acondicionado (en la secuencia siguiente a la de la playa se narran los sucesos acaecidos en esta en la televisión, donde se menciona la banalización de la violencia, pero rápidamente todo eso pasa a un segundo plano, difuminándose hasta terminar desapareciendo como si no hubiese existido) dejándonos en esa ignorancia (no de desconocer, sino de ignorar, dejar pasar) colectiva en la que nos encontramos tan cómodos. Pero ese eterno conflicto de clases que surcaba Nuevo orden de cabo a rabo, aquí también patente, no es el tema central en esta ocasión. Neil no es tan distinto del Mersault de El extranjero, y no solo porque pise la cárcel acusado de asesinato o por no sentir nada ante cosas que por lo general remueven a cualquiera, sino más bien por la causa primera de esto último y las consecuencias que se desprenden de ello, ese sentimiento de que la existencia es absurda y poco más puede importar que preocuparse de sobrevivir a la suya, que se tambalea, sin estridencias ni preocupaciones adicionales, y disfrutando en la medida de lo posible.
Sundown es ocaso, el de Neil, que en sus sueños y alucinaciones contempla cerdos que le recuerdan esa vida de la que poco o nada quiere saber, pero de la que le cuesta huir, tanto por decisiones propias (la «accidental» desaparición de su pasaporte le obliga a mantener una serie de conversaciones que no le apetecen un carajo) como por acontecimientos resultantes del azar (a raíz del segundo giro argumental hasta la prensa le recordará todo aquello de lo que huye). Así, aunque no sea el tema central de la película, no podemos negar que Michel Franco reincide en recordar los males derivados del capitalismo con una propuesta más equilibrada y contenida que en su anterior película, y por ende, menos abierta a la polarización de opiniones. Por eso mismo los amantes y los detractores de Nuevo orden podrían verlo, respectivamente, como un paso atrás o adelante dentro de su filmografía. Particularmente, me gusta esta mayor sobriedad (y aún así, por supuesto, sigue posicionándose) a pesar de que disfruté (es una forma de hablar) moderadamente con la salvajada de Nuevo orden, aun reconociendo su total carencia de sutilidad, su previsibilidad, y su maniqueísmo.