El enigma que cayó del cielo
La autopsia comienza con un cielo estrellado que resulta ser una pared subterránea perteneciente a una mina. Una ilusión óptica seguida por una secuencia introductoria que también aparenta ser otra cosa, hasta que un flashback nos arroja algo más de luz sobre el incidente narrado por esta y también otro necesario punto de vista. David Prior parte de un texto de Michael Shea, adaptado a la pantalla por David S. Goyer para construir una historia temáticamente muy próxima a su largometraje The Empty Man (2020), siendo en ambas el cuerpo humano un mero continente para algo pretendidamente menos insignificante, más transcendente. En la serie producida por Guillermo del Toro, el horror cósmico se las apaña para aparecer incluso en aquellos capítulos que no adaptan a Lovecraft y este no es una excepción: un misterioso objeto que proviene de una lluvia de estrellas, una desaparición seguida por una reaparición bajo una nueva identidad, acompañada por un comportamiento anómalo. Y como ocurría también en el citado film de Prior, La autopsia parece contarnos dos historias diferentes (aunque por supuesto estén conectadas de forma íntima). La segunda nos habla de la soledad del forense, que se acentúa ante la proximidad de la muerte, pues está sentenciado por un cáncer de estómago, que apenas le concederá unos meses más.
Puede llamar la atención la similitud argumental con The Empty Man, lo que no sorprende tanto, vista la personalidad que desprendía aquella, es que en la forma guarde también coherencia (ese momento en el bar donde la eliminación del sonido ambiente consigue crear una atmósfera de extrañamiento; esa perforación auditiva que nada tiene que ver con un pendiente), y lo que pasa en la sala de autopsias de algún modo condensa la forma de trabajar de Prior en la creación de un ambiente opresivo y amenazante, generando desasosiego mediante el regreso periódico al plano de la mano del cadáver colgando o la inclusión de un plano falsamente subjetivo desde detrás del ventilador, cuyas aspas dan la sensación inicial de que alguien ha pasado por delante nuestra; también contribuye el plano detalle en el que se eriza la piel del cuello, y una continua alternancia entre planos cortos y algunos insertos, mostrando la metodología de trabajo forense mediante un montaje tan incisivo como el bisturí con el que ejecuta su autopsia, frente a planos más generales; suaves zoom in que también pueden tomarse por planos subjetivos sin serlo realmente, los sonidos que traen la noche y la soledad, determinados crujidos algo más que sospechosos. Y por supuesto, cuando se produce la materialización del miedo, la música de Christopher Young, mezclándose con los goznes de las puertas se torna siniestra y experimental, muy lejana de aquellos violines de corte clásico que acompañaban a la primera aparición del forense tras aquellas postales que durante los créditos nos mostraban una ciudad ignorante de que se iba a enfrentar a un enigma de otro mundo, un color que cayó del cielo, una cosa que vino de dentro de… ¿sigo?