Organizar temáticamente las crónicas festivaleras es una manera cómoda de hilar los textos, incluso de ensayar un intento de aparente sentido unitario que (casi) siempre resulta quimérico. Pero a veces no es tan sencillo dar con ese común denominador que nos permita la boutade. ¿Qué podían compartir estos cinco títulos que me quedaban colgando para finiquitar la cobertura sevillana? Rápidamente me viene una idea a la cabeza: ¿por qué no el romanticismo? O al menos la posibilidad (más o menos frustrada) del mismo. Reconozco que está un poco traído por los pelos, pero ensayemos.
Rita Azevedo Gomes adapta con O Trio em Mi Bemol una obra de teatro de Rohmer (en realidad la quinta y descartada aventura de Reinette y Mirabelle) para darle una vuelta de tuerca metanarrativa y convertirla así en otro ejemplo de cine sobre cine. Un libérrimo Ado Arrieta es el encargado de interpretar al director que filma la muy lúdica interacción entre una pareja que acaba de romper pero que mantiene una amistad asimétrica, ya que él sigue enamorado mientras que ella siente la disociacion entre ternura y pasión que le permite explorar otras relaciones. Así, el material de Rohmer nos lleva por supuesto hacia una exploración mucho más analítica que romántica de los sentimientos de sus personajes, aunque éstos puedan volcar cierta irracionalidad (¿romántica?) en simples detalles, en la diferente percepción de cuestiones que pueden ser tan triviales como trascendentales dentro de una relación de pareja. Que su primera escena quede interrumpida sin una razón convincente y acabe siendo repetida no hace sino adentrarnos en un espacio donde los diferentes niveles de realidad abonan el juego narrativo, el misterio argumental asociado a los estadios de esta relación un tanto equívoca (que parece seguir aquella máxima de mi profesor de religión Don Silverio Zapico: «la amistad entre un hombre y una mujer es una línea discontinua»). Como cabría esperar de Azevedo Gomes, el cuidado visual se da por descontado, y de hecho la acción se sucede en la Casa Alves Costa, un singular espacio arquitectónico creado por Álvaro Siza Vieira que los encuadres y calculados movimientos de cámara de la directora extraen sentido estético, un escenario donde sublimar en un nivel extra de ficción el material rohmeriano.
Quizás en Gigi la legge podríamos encontrar cierto espíritu romántico encarnado en su homónimo protagonista, un hombre que parece incapaz de plegarse a algunas de sus ideas e impulsos, entre ellos los seductores, aunque sin duda él se siente más cercano al nada romántico perfil dibujado por Julio Iglesias en Sono un pirata, sono un signore (la versión italiana de Soy un truhan, soy un señor). Alessandro Comodin saca del retiro a su propio tío para interpretarse a sí mismo como policía en una zona rural del Friuli, para acompañarlo incansablemente en sus rutinas, en su jardín, en sus patrullas, en sus conversaciones con vecinos, con compañeros de profesión y también en sus flirteos con Paola, la joven radioperadora de la central. Personaje excéntrico este Gigi, y su devenir en el film nos hace plantearnos su cordura, la legitimidad de su conducta profesional dada su obsesión casi acosadora por uno de los habitantes, la procedencia de sus relaciones con el sexo opuesto dada la advertencia de una compañera de trabajo, incluso su espíritu ciudadano teniendo en cuenta las quejas de sus vecinos por el descuido con el que trata su propio jardín, un espacio de vegetación casi selvático que sólo vemos de manera tremendamente parcial. Esta parcialidad es una estrategia recurrente de la película que engarza con el repetido uso del fuera de campo para generar todo un espacio de incertidumbre sobre su protagonista. Más aún, Comodin enlaza secuencias dentro de su coche patrulla como si fueran simples contraplanos dentro de la misma escena, hasta el punto de hacernos dudar de si la continuidad temporal se ha roto en algún momento. Es un dispositivo de espíritu muy lúdico y radicalmente naturalista que culmina en un ejercicio de desarmante humanismo.
Lukas Dhont sí que proyecta en alguna medida una mirada romántica en Close, más propicia dada la edad de sus protagonistas, y que da continuidad a su gusto por el retrato íntimo en esta sensible historia de amistad y pérdida entre dos adolescentes. Su título señala la cercanía que sienten entre ellos y en la cual no está claro dónde termina su amistad y empieza el amor, una relación que se convierte en problemática pasada por el filtro de los otros, sus nuevos compañeros en su recién iniciado periplo en el instituto. Ahí pienso que está uno de los aciertos de la película, en no hacer del contexto un determinante absoluto e impositivo, sino un condicionante que puede ser sutil, pero también inevitable. Si su anterior Girl fue cuestionada por el recurso al impacto en su tramo final, este film resulta mucho más elegante, empezando por un nudo argumental directamente elidido. Es verdad que podríamos acusar a su desarrollo narrativo de previsible: su catarsis emocional es tan lógica como inevitable, y por eso mismo funciona tan bien. A pesar del torrente emocional (más bien soterrado) que presuponemos al personaje más trágico de la historia, la figura más romántica de la película seguramente sea el propio Dhont, ensimismado con la belleza que busca capturar en paisajes transidos de luz, espacios fugaces como el estado vital de sus personajes. Es una belleza ya planteada desde unos protagonistas casi idílicos en físico y ocupación, uno de ellos intérprete solista de oboe y el otro perteneciente a una familia que cultiva flores. Es uno de los pecados y atractivos de una obra tan sensible como efectiva.
En el caso de Scarlet, Pietro Marcello ya parte de un material decididamente romántico, la novela Velas rojas escrita hace un siglo por Aleksandr Grin. Sin embargo, es la hiperconciencia política e histórica que el director italiano mostrara en Martin Eden lo que pareciera animar el inicio de este film, que se sitúa al final de la Gran Guerra entre imágenes de archivo. La cuestión de la clase social de los personajes es además un trasfondo insoslayable de la película. Pero pronto nos adentramos en el terreno más propio del cuento de la mano del soldado que regresa del frente para encontrar que su mujer ha muerto y que le ha dejado una hija para criar. El devenir de esta niña con el transcurrir de los años y entre el desprecio de los vecinos acaba evocando a una heroína de cuento en espera de su príncipe azul. Marcello actualiza un tanto el registro clásico, los roles más arquetípicos, pretende destruir esa figura del príncipe azul (como confesó en el encuentro con el público) pero no tengo nada claro que lo haya logrado del todo, en particular porque su protagonista nunca deja de ser una mujer demasiado dependiente de la presencia masculina. En todo caso, es una obra dulce en su retrato de personajes y en su registro visual, quizás hasta el exceso, por ejemplo con la recurrente presencia de las luces doradas del ocaso. Pero resulta muy tentador abandonarse a su belleza, al romanticismo que finalmente la anima.
Curiosamente, encuentro que uno de los títulos más románticos de entre los que tuve ocasión de ver en Sevilla fue también uno de los más abstractos y misteriosos. Human Flowers of Flesh pasa por ser una de las experiencias más placenteras, y sin duda la más relajante, de las que he disfrutado en esta edición del festival, y donde Helena Wittman extiende su fascinación por el medio acuático. Esa mirada romántica se concentra en el Mediterráneo, el escenario decisivo de sus imágenes, un crisol de historia(s), culturas y nacionalidades que si en tierra firme tienden a generar conflicto, el mar puede integrar armónicamente con su multiforme naturaleza, a decir del film. Es una oposición clara que viene reflejada en el contraste entre la institución de la Legión extranjera, que aparece en diversos momentos del metraje, y la tripulación multinacional de un navío que comanda una mujer (detalle nada azaroso que también sirve para oponer los liderazgos masculinos y femeninos). El film funciona a base de esbozos, de retazos de conversaciones y citas, sobre hechos, mitos o leyendas, se enseñorea en los elementos, la luz el agua, el cielo, en el permanente movimiento marino. La narración nos va dejando algunas rimas, como ese relato sobre la medusa y el coral que luego evoca la visión submarina de un avión hundido y fagocitado por la flora marina; como sendas escenas de un legionario y un tripulante del barco haciendo sus respectivas camas. O como la rima intertextual que establece la aparición de Denis Lavant reencarnando implícitamente a su propio personaje de Beau Travail, un recordatorio de que la problemática sociopolítica, en buena medida heredada del pasado colonial europeo, subsiste.