La premisa de Tenet es verbalizada por el personaje de Clémence Poésy al poco de empezar la cinta: No intentes entenderlo, siéntelo. Esta afirmación que en la película se usa para describir los efectos de la tecnología que va a poner el mundo en peligro, es toda una declaración de intenciones por parte de Christopher Nolan. Al director británico se le ha criticado mucho a lo largo de su filmografía por la sobreexposición a la que se ven sometidos sus guiones. Sus argumentos de ciencia ficción son particularmente complicados, por lo que Nolan tiene fama de guardar unos minutos de metraje para que algún personaje explique (más a la audiencia que al resto de personajes) los pormenores de lo que está pasando. En Tenet, sin embargo, decide hacer todo lo contrario y retar a sus detractores con su película más críptica.
No es sencillo resumir detalladamente el argumento de la película, de hecho, ya ha quedado claro que el propio director no está muy interesado en que se comprendan todos los detalles argumentales. El filme se puede simplificar como una película de espías en la que un agente sin nombre de la CIA (John David Washington) debe salvar al mundo de una amenaza nunca vista: una tecnología que permite revertir la entropía de los objetos, consiguiendo así que, para dichos objetos (o personas) el tiempo fluya de forma inversa. El concepto es complejo, y la película intenta ayudarnos a comprenderlo con el ejemplo de las balas, que viajan desde el objetivo hasta el arma, y no al revés. Esta bizarrada se traduce en escenas de acción trepidantes en las que algunos personajes que sienten el tiempo de modo convencional se enfrentan a personajes que van para atrás, para entendernos. Persecuciones de coches marcha atrás, edificios que se destruyen e inmediatamente vuelven a rearmarse o escenas que vemos dos veces (una del derecho y una del revés) son algunos de los hitos visuales que Nolan logra con esta premisa enajenante.
Los puntos fuertes de la cinta están en las escenas de acción en las que coinciden un Hoyte van Hoytema (en la fotografía) y un Ludwig Göransson (en la banda sonora) en estado de gracia. Si el espectador consigue, como pretende Nolan, sumergirse en la absurdidad del planteamiento y vivirla como una película de acción, la película resulta entretenidísima. Nolan intenta crear su versión de James Bond transcurriendo alrededor de temas que a él le obsesionan como el tiempo o la tecnología (solo hace falta observar el resto de su filmografía para observar el efecto de estos temas en su cine). El aturdimiento que supone no entender qué está pasando exactamente lleva al espectador a una experiencia similar a una montaña rusa: uno pierde la orientación y no sabe cuando está boca arriba o cuando está boca abajo, pero el disfrute es visceral e innegable. La complejidad de la trama es, sin duda, una barrera para parte de la audiencia. Recuerda a otras películas de ciencia ficción que van demasiado lejos en la dificultad de su premisa como fuera la joya indie de viajes en el tiempo que es Primer (Shane Carruth, 2004). Estas cintas, a pesar de que siempre encuentren una comunidad que las estudie como un rompecabezas o una ecuación diferencial, exigen ser disfrutadas desde un lóbulo cerebral ajeno a la lógica.
La película, pero, no es perfecta. Y difícilmente puede serlo con una propuesta tan radical. Los mayores problemas del filme se hallan en el guion. Concretamente en los diálogos. Los personajes sueltan frases crípticas sobre el pasado y el futuro, sobre el destino y el libre albedrío, pero no logran estar a la altura de la épica de las escenas de acción, por lo que no acaban de remar a favor de la película, sino que, como los personajes de la misma, parecen moverse en una dirección opuesta al argumento. Además, las interpretaciones tampoco brillan particularmente. En una película de espías con yates, viajes transoceánicos y almacenes de arte, se necesita el carisma de James Bond, y el personaje principal le queda un poco grande a John David Washington en las escenas con más diálogo. En cambio, Kenneth Branagh funciona como villano ruso sobreactuado porque encaja dentro del género y, a pesar de estar pasadísimo de vueltas, la audiencia se lo creería en una película de 007.
En cualquier caso, no se puede hablar de Tenet sin mencionar las circunstancias de su estreno. Fue uno de los poquísimos blockbusters que no se retrasaron por el CoVid y se estrenó en verano de 2020. Las expectativas estaban por las nubes con la película que tenía que “salvar las salas de cine” y hubo una especie de decepción general respecto a esta: parece que 2020 no era el año para innovar. Vista con perspectiva y fuera del contexto de su distribución inicial, Tenet es una apuesta arriesgada dentro de la filmografía de Nolan y, siendo muy fiel a la esencia del director, es fácil ver como este no deja de buscar nuevas metas argumentales y audiovisuales.