Cuando el festival da sus últimos coletazos, tras la comunicación del palmarés donde la realizadora Rita Azevedo se ha llevado la Lady Harimaguada de Oro con su film A portuguesa, y ya de vuelta en Madrid, aprovechamos para recapitular un poco. Una semana larga, intensa y con cabida para muchas cosas, teñida de tristeza por el fallecimiento el viernes 29 de Agnès Varda, una de las pocas supervivientes de la Nouvelle Vague, quizá ya la única que quedaba junto a Jean-Luc Godard, y a la que el festival rindió al día siguiente un inesperado homenaje con la proyección de Una canta, la otra no (L’une chante, l’autre pas, 1977), que ya estaba prevista e incluida previamente en la programación, dentro del ciclo Déjà vu, dedicado a la mirada de siete mujeres cineastas y sus propuestas pioneras en su forma de concebir el cine, tanto por la temática tratada, como por la forma y estilo que adoptaron a la hora de trazar su trayectoria. Comenzamos reseñando algunas de las propuestas más interesantes que pudimos ver estos días fuera de las Secciones Oficial y Panorama.
Gloria Bell (Sebastián Lelio. EE.UU.) – Inauguración
Sebastián Lelio hace un ejercicio de reinvención o reimaginación, en sus propias palabras, de su film previo de 2013, Gloria, pero esta vez con un reparto estadounidense y una mayor producción detrás. Julianne Moore da vida a Gloria, una mujer divorciada y desubicada en la vida. No parece encontrarse precisamente en su salsa ni en la discoteca donde busca quizá reencontrarse con el amor más que con un entretenimiento efímero que tampoco parece aparecer a menudo, ni con sus hijos (parece que Michael Cera por fin ha alcanzado la categoría de adulto), ni en las clases de yoga a las que asiste probablemente para ver a su hija (la profesora) con algo más de frecuencia. A través de una serie de iteraciones (Gloria cantando en el coche, el gato alopécico que se cuela siempre en su casa, o simplemente la repetitiva melodía de su teléfono móvil) vamos introduciéndonos en su anodino día a día que se ve trastocado cuando en una de esas habitualmente infructuosas noches conoce a Arnold (John Turturro), otro divorciado que, como ella, en la vida en común parece encontrar la felicidad que creían negada para siempre. La música de la banda sonora y las canciones que suenan de forma casi continua mezcladas con el hecho de que Gloria aparezca prácticamente en todos los planos del film lo convierten en una experiencia plenamente inmersiva, donde el espectador no tiene más remedio que empatizar con la protagonista, aunque termina por darse cuenta algo antes que ella de que a veces es preferible estar solo que mal acompañado, mientras que Gloria solo parecerá entenderlo cuando en una reunión de amigos alguien toque a la guitarra esa obra maestra de canción, esa oda a la soledad, que es Alone Again, Naturally de Gilbert O’Sullivan, una soledad que al fin y al cabo es nuestro estado natural.
Peret: Yo soy la rumba (Paloma Zapata. España) – Monopol Music Festival (MMF)
Según muchos, Pedro Pubill Calaf (1935-2014), más conocido como Peret, fue el padre o el creador de la rumba catalana, que no deja de ser un combinado de ingredientes entre los que se cuentan la rumba flamenca, los ritmos afrocubanos y el rock and roll que en su día encarnaba Elvis Presley. Por si esa paternidad no fuese suficiente, el autor de imperecederos clásicos como Borriquito, tenía una fuerte personalidad, que como indica su biógrafa en la película, probablemente era producto de varias tensiones (su origen humilde se enfrentó con el tiempo a un estilo de vida más que desahogado gracias a su fama y los beneficios económicos que le reportó; gitano, pero que vivía en un mundo mayoritariamente payo, sin renegar nunca de ninguno de los dos ambientes; también de las mentiras que tenía que contar muchas veces, técnica heredada por vía paterna, en sus inicios como vendedor que le incomodaban tremendamente, pues siempre decía ser una persona honesta y defensora de la verdad), y que hacía prácticamente necesario un trabajo documental en torno a su persona. La directora Paloma Zapata se aparta a un lado, prescindiendo de una voz narradora al uso, habitual en algunos trabajos de este tipo, si exceptuamos breves intervenciones del periodista Andreu Buenafuente suplantando al propio Peret a modo de declaraciones puntuales. Así, el testigo lo toman familiares y amigos del artista, en su entorno habitual, en conversaciones cotidianas, recorriendo anécdotas (algunas un poco forzadas, como el inicio con el taxista, donde precisamente se echa en falta algo de naturalidad, precio inevitable y necesario de trabajar con cierto guion) en las que en ocasiones es difícil discernir cuanto hay de verdad y cuanto de “leyenda” (por ejemplo, la que se cuenta sobre Alain Delon y su mujer), de ahí que la cita inicial, el clásico “Print the legend” de El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance, John Ford, 1962), no desentone en absoluto. Estas distendidas charlas se alternan con imágenes de archivo (que incluyen declaraciones, algunas muy duras como cuando el autor de Canta y sé feliz cuenta que renunció a su amor con una paya por las presiones familiares, y fragmentos de entrevistas, así como de actuaciones) y con alguna que otra recreación en blanco y negro con actores representando al joven Peret en diferentes épocas. También se habla de su paso por el cine, breves disquisiciones sobre la “rivalidad” con el Pescailla y su lucha por el título de padres del invento (la familia dice que era todo mentira, que ellos se llevaban bien), y un discreto paso por su etapa evangélica, pero en todo momento destilando la sinceridad que se echa en falta en otro tipo de biopics o documentales donde no existen los matices ni las escalas de grises.
Black is Black (Alejandro López Riesgo y Fran Parra. España) – MMF
Como Peret: Yo soy la rumba, Black is Black, que lleva por título la canción más emblemática de Los Bravos, no deja de ser otro muy particular recorrido por la vida de un conjunto que, por supuesto, no es únicamente Black is Black, ese gran éxito 100% español compuesto por australianos, grabado por ingleses (entre ellos el insigne Jimmy Page) en Inglaterra, y cantado por un alemán. Y digo bien, ese conjunto, porque para comenzar con esta historia nos tendremos que ir a aquella época, no tan lejana, mediados de los años 60, en que a los grupos musicales se les llamaba conjuntos. A través de las declaraciones de algunos de los que quedan (el productor/creador de la banda Alain Milhaud, el cantante Mike Kennedy y el bajista Miguel Vicens), y de algunos contemporáneos como Miguel Carreño “Micky” que junto con Paco de la Fuente, el que fuera jefe de prensa del conjunto, lucen corbatas que parecen ancladas en aquella época. Y también como la película de Paloma Zapata, Black is Black, dirigido por Alejandro López Riesgo y Fran Parra, es un trabajo envidiable en su imparcialidad, donde se cuentan las luces y las sombras sin escamotear los momentos duros (el suicidio del teclista Manolo, acompañado de las reflexiones de Miguel sobre las cadenas de los acontecimientos; el desafortunado concurso posterior para elegir nuevo teclista; la marcha de Mike haciendo carrera en solitario; las envidias y las disputas con Los pasos por la titularidad de La moto), se intercalan animaciones al estilo de aquellas que se incluían en las películas que hicieron (como Los chicos con las chicas, que Mike tildaba en la época de mariconada, en sus propias palabras), y por supuesto una cantidad ingente de imágenes de archivo que convierten al documental en una excelente biografía visual de la banda, siendo, con permiso de Alain, Mike Kennedy (ninguno de los dos oculta su resentimiento hacia el otro) el eje sobre el que pivota todo, como ya lo fuera en su momento cuando el conjunto estaba en su apogeo. Los años no le han restado un ápice de carisma, y su laconismo y apatía en cierto modo otorgan una perspectiva nueva sobre el fenómeno que fueron en su momento, y como no siempre es oro todo lo que reluce. A veces la procesión va por dentro.
La estrategia del pequinés (Elio Quiroga. España) – Sesión Especial
La nueva película de Elio Quiroga es un thriller canario ideal para disfrutar en el marco del Festival, pues se desarrolla en Las Palmas, una ciudad que se ve representada así dentro y fuera de la sala oscura. A diferencia de otro thriller español reciente como Tu hijo (Miguel Ángel Vivas), desarrollada en Sevilla y donde prácticamente ninguno de los protagonistas es sevillano, es un acierto contar con intérpretes locales como Kira Miró (Cora) o Enrique Alcides (Junior) (y cuando no es así, como es el caso de Unax Ugalde, justificarlo mediante la trama) que otorgan un plus de autenticidad a un relato de trama (no tanto los diálogos) algo tarantiniana basada en la novela de título homónimo de Alexis Ravelo, que estuvo junto con el director en la presentación en el teatro Pérez Galdós. Técnicamente, hay cal y hay arena: el empleo de la pantalla dividida es un recurso que difícilmente falla, salvo cuando es enteramente gratuito y aquí no es el caso, pero por contra hay momentos, particularmente en un par de tiroteos donde el montaje, con unos ralentís un tanto extraños y un enfoque borroso, entiendo que representando la vista subjetiva de alguien a quien la vida se le escapa, recordaban al anuncio de la Sitycleta previo a todas las proyecciones (a todas luces eclipsado por el del Hospital Telde y la señora que le da un ictus, amado por todo el público sin excepción). La película tiene detalles, como uno de los temas musicales en una onda muy carpenteriana, momentos vibrantes, como la persecución nocturna, y merecería la pena solo por la desternillante presentación de El Gordo (Pep Jové) interrogando a Larry, prácticamente un monólogo, muy divertido, donde dos de cada tres palabras son tacos o insultos.
La ciudad oculta (Víctor Moreno. España) – Canarias Cinema
El año pasado fue el aniversario del sello discográfico Mute. Dentro del programa de publicaciones honrando la efeméride, este mayo saldrá a la venta la antología STUMM433, que incluirá nada menos que 59 versiones (a cargo de Depeche Mode, Yann Tiersen o New Order entre otros) de 4:33, la célebre y polémica composición que John Cage alumbró en 1952, en la que el intérprete o intérpretes deben guardar silencio durante exactamente cuatro minutos y treinta y tres segundos. Como la propia pieza a la que se rinde homenaje, a priori parece un troleo supino. Pero en su día se defendió (y a día de hoy se defiende, el disco homenaje no es el troleo que pueda parecer sino un auténtico tributo) diciendo que la obra en sí no es el silencio, sino todo sonido ajeno a ese silencio que se genera alrededor, desde el zumbido de una mosca, a la respiración de un espectador atónito, pasando por la lluvia que podría o no estar mojando la calle ahí afuera. Cuando comencé a ver la película de Víctor Moreno, que finalmente obtuvo el premio Canarias Cinema, estuve aproximadamente el tiempo que dura el tema de Cage viendo la pantalla prácticamente negra, escuchando únicamente el sonido del agua, y reconozco que, habiendo leído además la noticia del citado lanzamiento hacía poco, me vino a la cabeza el dichoso 4:33 y su condición experimental, mientras poco a poco iban apareciendo unos puntitos blancos que parecían estrellas (más tarde en la película comprobaría, al ver lo mismo desde otro enfoque, que se trataba de reflejos de un techo de estalactitas en el agua) y se me olvidó el asunto, pero sin dejar de pensar en que probablemente sería muy complicado disfrutar de una película así (y desde luego la disfruté) en otro sitio que no fuese una sala de cine, algo muy parecido a lo que sentí con otra película en el festival de Sevilla de 2015, Dead Slow Ahead (Mauro Hercé) con la que La ciudad oculta comparte varios puntos en común, principalmente su carácter experimental, la ausencia de actores y diálogos, y el empleo del sonido como una de las herramientas principales para provocar de algún modo el diálogo con el espectador. La película, como su título apunta, es un viaje a las profundidades de la ciudad, Madrid, donde encontraremos trabajadores del metro y de las alcantarillas, espeleólogos, y todo lo que mora en ese mundo oculto en nuestro día a día, seres inanimados, al menos sin la interacción humana, como tuneladoras, vagones y otras maquinarias pesadas, y otros no tanto, criaturas de la oscuridad (con momentos cercanos al terror, como cuando las cámaras de visión nocturna nos ofrecen un túnel completamente infestado de cucarachas, ratas aproximándose a la cámara, o los ojos brillantes de unos gatos que allí malviven; y otros de gran belleza como el de una lechuza sobrevolando otro túnel despejado). No vemos prácticamente nada del exterior, salvo en contados momentos (uno, en que la cámara contempla a los viajeros del vagón de metro desde uno de los túneles, completamente ajenos al hecho de que están siendo observados; otro en que la apertura de una alcantarilla permite entrar brevemente la luz hasta que se interpone el trabajador que desciende por ella). Una auténtica experiencia, tenebrosa y sonora, que para esos trabajadores del subsuelo es su día a día.
Miram miente (Natalia Cabral, Oriol Estrada. República Dominicana) – Linterna mágica
Suele decirse que el jersey es lo que se ponen los niños cuando la madre tiene frío. Del mismo modo, las comuniones, o las ceremonias de quinceañera tan frecuentes en América Latina, a veces son más un trámite burocrático para la homenajeada que se realiza para no decepcionar a los padres. Es el caso de Miriam, la protagonista de esta película dominicana, en el centro de las presiones de familiares y amigas, una víctima en toda regla de las expectativas causadas para ser el centro de una ceremonia plenamente instaurada y normalizada donde la ostentación y un bochornoso ridículo suelen ir de la mano, esto último al menos desde un punto de vista occidental o europeo, el mío concretamente. La película trata todo esto desde un punto de vista completamente centrado en su protagonista, Miriam, interpretada por la joven Dulce Rodríguez. Un buen ejemplo de este punto de vista es el tratamiento del sonido, meticuloso hasta el punto de que, independientemente de que la joven esté o no en el plano, escuchamos lo que ella escucha —p. ej. cuando está esperando en el coche con la puerta abierta y se cierra, amortiguándose las conversaciones externas; o cuando contempla a su madre y su amiga desde la otra habitación y solo escucha(mos) medias voces, sospechando únicamente el motivo de la charla— El gran acierto del film es el evidenciar a través de una situación que se va desarrollando durante todo el metraje con un tratamiento ejemplar en todas sus fases (la relación de Miriam con su futuro “chambelán”) la temible superficialidad de toda relación internaútica que no se ve reforzada desde lo presencial.
David O’Reilly (Trabajos 2004-2017) – Retrospectiva
La proyección de una colección de trabajos del animador David O’Reilly al que el festival rendía homenaje este año con una de sus retrospectivas fue la excusa perfecta para visitar la sede del Museo Elder de la Ciencia y la Tecnología y conocer lo más representativo del joven realizador irlandés, nacido en 1985, que presentó brevemente la sesión, y al que la mayoría ya conocíamos, quizá sin saberlo, por Alien Child, las secuencias del videojuego que entretiene a Joaquin Phoenix en Her (Spike Jonze, 2013), también proyectadas esa tarde de domingo. La animación de una de las primeras piezas —RGB XYZ (2007)— puede llegar incluso a asustar, gráficos poligonales y unos colores que nos remiten a la época del Spectrum o no mucho más allá, cuando las tarjetas gráficas CGA o Hércules de los primeros PC’s, pero se pasa rápido por alto a la vista del humor caústico que desprende y una desbordante imaginación emparejada a un curioso sentido de la aventura, que también es desarrollado en otros trabajos como Octocat Adventures (2008). En Please Say Something (2009), la animación mejora ligeramente, pero su virtud es conseguir algo también muy complicado con una naturalidad apabullante, y es conservar ese humor salvaje mientras cuenta la futurista historia de amor entre un chihuaha escritor y un gato que le saca tres cabezas, totalmente desgarradora, que invita a la reflexión y juega con un tema clásico como es el destino. Quizá la pieza más completa a todos los niveles, en parte por una animación mucho más evolucionada, y en parte también por un guion que le lleva a cruzar unas cuantas historias sea The External World (2010), que es también la pieza más larga y donde las dosis de humor alcanzan unos niveles de incorrección nada desdeñables. Un autor a reivindicar aunque solo fuese por hacer maravillas en tan solo un minuto como I am Alone and my Head is On Fire (2013) o perlas de humor absurdo y existencialista como The Horse Raised by Spheres, donde aparentemente nació el curioso movimiento de las criaturas del videojuego Everything, cuyo tráiler (la pieza final de la sesión proyectada), le valió la nominación al Óscar.