Dejamos para esta última crónica una suerte de collage entre dos grupos de obras menos conseguidas que las mencionadas en las tres crónicas anteriores y tres obras singulares que posiblemente merecen un texto mucho más amplio en su estreno… si llegan a tenerlo.
Sociedad
No hemos conseguido que las excelentes obras de Bertrand Bonello vayan más allá de los festivales. La impactante Nocturama (2016) seguía a un grupo de jóvenes, adolescentes y algún niño a una errancia por las calles y el subsuelo de París en una misión que se habían autoimpuesto. Bonello les seguía de modo documental, retratando incluso los encuentros previos que daban pie al plan, para mostrar como desarrollaban una serie de atentados. Era la rabia de la banlieu, la furia de una generación que perdió la esperanza. Y era, final, brusca, duramente, la represión del estado y la supresión de toda esperanza. Nocturama no daba explicaciones, ni mucho menos soluciones, pero era un desesperado retrato tan metafórico como concreto de una sociedad que se orienta a un callejón sin salida.
Zombi Child (2019) es una nueva ojeada de Bonello a la sociedad francesa, una mirada a la par sutil y compleja, con diversas lecturas posibles y nada excluyentes. Bonello fusiona perfectamente la referencia de los zombis haitianos, con evidentes referencias a Yo anduve con un zombie, la crónica teen y la critica a una Francia ahogada en su grandeur. Zombi Child desarrolla dos historias, finalmente entrelazadas, en un cóctel de impecable combinación. Por una parte, las anécdotas de cuatro amigas en un instituto reservado para hijas de condecorados por el gobierno con la Legión de Honor. Por otra, el deambular de un zombi por Haiti, durante unas décadas antes de la primera historia. Pero, por supuesto, nada es simple o inocente en el cine de Bonello. En la primera historia, tres de las amigas se preguntan porque Melissa, la única negra en la escuela, ha accedido a un centro de educación de alta alcurnia. La sorpresa no sólo llegará por la confirmación de que ella ha recibido el favor por que la familia tenía el requerido reconocimiento oficial sino, además, por que fue la madre de la joven (colaboradora en la derrocación del régimen dictatorial) y no el padre quien recibió la condecoración. En la segunda historia, veremos como el protagonista, envenenado, es revivido como zombi para ser utilizado como esclavo… ¡qué mejor para una dictadura como la de Duvalier que los zombis para tener mano de obra barata, de consumo ínfimo y nulas reivindicaciones! Bonello desarrolla ambas tramas como si se trate de narraciones intrascendentes, con un montaje que incluye amplias elipsis temporales, siguiendo el transcurso del año académico. Pero las escenas no están, de ninguna manera, vacías de contenido. Bonello se detiene para escuchar una de las lecciones impartidas a las alumnas. En ella el profesor argumenta cómo Francia, toda ella emblema de liberté, egalité, fraternité, es el país más colonialista de todos, el más imperial, desarrollando una política social y exterior que, desde la misma creación de la república, hace pedazos el famoso lema. Progresivamente, de modo casi imperceptible, las dos tramas evolucionan y se aproximan. Fanny, quien más amistad tiene con la joven de origen haitiano, va evolucionando en su actitud de curiosidad a una de fascinación y, posteriormente, ante una necesidad, al uso de la amistad. Mientras descubrimos la relación de Melissa con el zombi de la otra historia, su abuelo, vemos como Fanny deja de lado su actitud racional para buscar ayuda en la leyenda y ritos del vudú. Zombi Child pone en relieve los vasos comunicantes ante culturas radicalmente distintas y muestra, de la más sencilla manera, como la altivez occidental busca refugio en costumbres ajenas para poder seguir adelante. Simultáneamente, la conclusión de la poética historia de Narcisse engarza a la perfección con el clímax furioso (sexual) de Fanny, relajada tras el enfrentamiento y la aceptación de la cultura africana… por supuesto, nada es tan simple en las imágenes que nos propone Bonello y hay que remarcar que el mérito de su propuesta es, precisamente, contarnos todo ello como quien nos cuenta un par de anécdotas. Nada de subrayados. Cine poético, cine político, tomando al espectador como un inteligente partícipe.
Bacurau (2019), por su parte, propone otro cuento sencillo para contar una historia de gran calado actual. Bacurau, se nos dice, es un pueblito tranquilo del centro del Brasil al que numerosos convecinos han acudido por la muerte de una matriarca. Estamos en una época indeterminada, posiblemente no tan muy lejana a la actual, y el gobierno sólo se acuerda de Bacurau antes de las elecciones… ¿Resulta familiar? En unas pocas secuencias conoceremos a los protagonistas, incluida una espléndida, salvaje, vieja doctora encarnada fieramente por Sonia Braga. Con pocos detalles se nos sitúa en un tiempo incierto, con ecos de Mad Max: gente diversa saquea un camión accidentado robando su carga de ataúdes, una pantalla gigante montada en una furgoneta retransmite imágenes para los vecinos, víveres y putas alcanzan el remoto lugar en viejos vehículos dónde anuncian su mercancía, drones sobrevuelan el terreno, el gobernador local vuelca una carga de libros viejos como única aportación al pueblo antes de los comicios… Kleber Mendonça Filho (autor de Aquarius) y Juliano Dornelles nos sitúan en una pintoresca localidad sin permitirnos, a priori, entender con que nos enfrentamos. Será, tras una primera masacre, cuando comprenderemos que Bacurau es territorio de caza humana, un parque temático para gringos ricos, ociosos y de escasos escrúpulos (capitaneados por el carismático Udo Kier) que vienen a obtener presas muy preciadas. Los directores no dejan de mirar con sorna a la situación (el tiroteo con los ancianos desnudos resulta tan esperpéntico como sublime) pero carga finalmente las tintas en una lucha no exenta de humor negro que tiene tanto de Los siete samuráis, como de Los siete magníficos o Asalto a la comisaria del distrito 13. El resultado, triunfador en Cannes y en Sitges, es una reivindicación de la cultura local frente al poder, un grito de lucha de los oprimidos y un discurso de orgullo de las clases populares frente al desprecio y la opresión del poder… Es triste por que no deja de ser un rabioso grito contra Bolsonaro pero éste sigue en el poder.
Hogar, dulce hogar
¿Es un dislate más de Sitges programar la historia de una mano cercenada que cruza Paris en busca de su cuerpo? Rotundamente no. J’ai perdu mon corps es una de las mejores obras del festival y nos reservamos para ampliar el comentario en su próximo estreno.
Más discutibles y discutidas fueron otras obras que dividieron opiniones entre la audiencia.
Decepcionante The Lodge (Severine Fiala, Veronika Franz, 2019). Los directores de la espléndida Goodnight, Mommy (Ich seh, ich seh, 2014) no pueden levantar un guion que arranca con absoluta inverosimilitud y se lanza a un sencillo juego de despropósitos. En la referida película se mantenía la duda acerca de las intenciones de los niños, su actitud respecto de la madre y sus identidades con la suficiente ambigüedad argumental y conseguida puesta en escena como para sostener la tensión de principio a final. En The Lodge el dúo directivo plantea una apuesta en exceso semejante a la anterior, aunque con resultados inferiores. En esta ocasión son dos niños, cuya madre despechada se ha suicidado tras la separación, a quienes el padre deja con su nueva amante en un chalé aislados por la nieve… una propuesta que arranca ya de modo exagerado y que, a partir de ahí, ahonda en la duda como hiciera en Goodnight, Mommy. Hay una serie de hechos inexplicados que pueden deberse a la mujer, de antecedentes muy turbios y en tratamiento psiquiátrico, o a la maldad de los hermanos. El planteamiento acerca de si todos ellos están vivos o muertos no puede sostenerse y, dado que la estructura de la obra no permite plantearse lo sobrenatural, el espectador se encuentra ante un retorcido, grand guignolesco, whodunnit que, en lugar de tensarle, le distancia progresivamente del suspense. El doble giro argumental acaba dejándonos en un punto al que una trama más sencilla y más impactante nos podría haber acercado con menos metraje.
The Nest (Roberto Feo, 2019) saca gran partido a un caserón para desarrollar un ejercicio de terror gótico, con salas ocultas, pasadizos y jardín con tumbas incluidas. Arranca con la fuga de un padre y su hijo del macabro lugar, fuga que acaba con un accidente y la muerte del padre. Años más tarde encontramos al niño paralítico, recluido en una silla de ruedas, y preso en el caserón por una madre con aires de madrastra y un mad doctor con aspecto de fascista mussoliniano. Avanzada la obra, veremos a los habitantes de la mansión actuar como una siniestra secta, habiendo elaborado un complot para evitar la cura del niño y su salida a un exterior que, argumentan, está lleno de muerte y desolación. La llegada de una niña a tan oscura morada, cambia inevitablemente la vida del protagonista y consigue replantearle su actitud pasiva, a la par que altera completamente el equilibrio del reducto. Gran habilidad del director para una obra modesta que, por momentos, recuerda a algunas de las películas del terror italiano de los setenta. Hay, desafortunadamente, algunas incoherencias o puntos comunes del guion, que evitan se eleve por encima de la corrección. Desarrollada la tensión evitando estallidos de violencia, con un buen uso del off visual, The Nest se alarga hasta un giro final que, pese a justificar algún punto argumental, resulta tan imprevisible como innecesario.
Paradise Hills (Alice Waddington, 2019) luce look Disney, muy concretamente el look de la saga de Los Descendientes. Distopía que se orienta estéticamente también a obras del reciente revisionismo de cuentos infantiles, sean Blancanieves, Bella durmiente o Hansel y Gretel, se plantea como un revulsivo contra la corrección política. Alice Waddington narra la historia de unas jóvenes a quienes sus familias recluyen en un peculiar retiro, aparentemente idílico, para que aprendan a comportarse, obedecer y, si es preciso, acepten el matrimonio acordado por sus madres. La protagonista, evidentemente, se opondrá a dicha reeducación (que tiene algo de La naranja mecánica) y buscará alianzas y vías de escape. Se aprovecha (y se luce) vestuario y escenarios, pero la película, orientada a un público joven (con el que puede funcionar muy bien) cae en la blandura o cursilería, incluyendo un romance lésbico de aparición tan súbita como forzada. Paradise Hills supera su modestia financiera y argumental en su desenlace revelando una vocación de cuento malvado. El clímax se redondea con imágenes tan reminiscentes de Maléfica como de King of Thorn haciendo lamentar que no lo haya desarrollado hasta las últimas consecuencias durante su metraje anterior.
La comedia
Siempre va bien alegrarse cuerpo y mente, entre sangre y violencia, con alguna comedia. Lamentablemente, la cosecha de este año de Sitges (con la excepción de las comentadas The Daim y We are Little Zombies era de interés relativo.
Corporate Animals (Patrick Brice, 2019) es tan divertida como plana visualmente. Suerte de sitcom barata, narra el enfrentamiento entre los miembros de una empresa que durante un team building quedan atrapados en una caverna. La obra divierte por sus diálogos lacerantes y por el personaje de la tiránica jefa, interpretada por una renacida Demi Moore, pero ni parece aspirar a mucho más ni ofrece mucho más. Little Monsters (Abe Forsythe, 2019) es una muy divertida comedia con (¿de?) zombis que sitúa a Lupita Nyong’o como una nueva heroína del cine de terror, después de Us. El argumento, como en Corporate Animals, es muy limitado. Un soltero bastante impresentable trata de ligar con la profesora de parvulario de su sobrino y se desplaza con ella a una salida escolar que acabará en holocausto. El dibujo del personaje y diversos gags, verbales y visuales, son el sostén de una comedia tan sencilla como efectiva. En paralelo, obliga a plantearnos si el género zombi ya no es lo que era. Tal como un personaje dice: “Zombis de nuevo… ¿de los lentos o de los rápidos?”
Más dureza se plantearon otras obras que cabría definir como comedias, pese al acúmulo de hemoglobina. Harpoon (Rob Grant, 2019) planteaba una variación de Calma total con un trío de amigos enfrentados que quedan a la deriva por su supina estupidez. Una narración desarrollada a golpes de montaje (y a cortes anatómicos) no eleva el prolongado déjà vu excepto en puntuales momentos de humor negro. Tampoco dio mucho de si la olvidable Cosmic Candy (Rinio Dragasaki, 2019) o la decepcionante Judy and Punch (Mirrah Foulkes, 2019) (¡que increíblemente obtuvo un premio al mejor guion!), otro enfrentamiento de una pareja de titiriteros del siglo XVI, siendo él un borracho maltratador y ella una mujer inteligente y hábil. La película arranca de modo muy prometedor con la ambientación y la aparición de los personajes, pero se queda en un limitado cuento moral.
Finalmente, Come to Daddy (Ant Timpson, 2019) contiene suficientes secuencias de interés, pese a una segunda mitad que gira abruptamente hacia lo que sería el slapstick gore y acaba casi tan abruptamente como se inicia. Iniciada con el reencuentro de un hijo (un notable Elijah Wood) con el padre que desapareció durante su infancia, la situación evoluciona de modo inquietante a una amenaza y maltrato hacia el joven. Un brillante doble giro argumental da suficiente aliento al espectador para desarrollar nuevas expectativas hacia la evolución de la historia. Sin embargo, el director opta sólo por una, un thriller de ritmo muy rápido, aderezado con humor negro y resuelto con cierta brusquedad. Come to Daddy, pues, sobrevuela diversos géneros sin acomodarse a ninguno, permitiendo disfrutar al espectador aunque dejando en el aire cierta sensación de coitus interruptus.
Epílogo/Top
Aun con cierta frustración por habernos perdido algunas películas destacadas por compañeros o por los premios (Away, Extra ordinary, L’angle mort), cerramos esta edición del Festival de con un top inevitablemente personal:
- The Long Walk
- Zombi Child
- J’ai perdu mon corps
- Bliss
- It Comes
- The Forest of Love
- We are Little Zombies
- The Wild Goose Lake
- Weathering With You
- Vivarium