David Lynch

David Lynch. Los fracasos de una vida

Estoy seguro de que dentro de nosotros flotan cosas que amamos. Puede que las amemos porque nuestra máquina está configurada, para empezar, de una manera determinada.

David Lynch (1946-2025)

Una de las películas que más marcó a David Lynch —incluso antes de mudarse a Los Ángeles— fue El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950), de Billy Wilder. Tanto fue su impacto que el director decidió proyectarla al equipo de Cabeza borradora (1977) , con la intención de introducirlos y sensibilizarlos ante el viaje cinematográfico que estaban a punto de emprender. Ese vínculo profundo con la película, aunque en gran parte inconsciente, parece anticipar su propio destino: si bien Lynch se mantuvo la mayor parte de su carrera en los márgenes del cine industrial, su vida y obra siempre coexistieron a pocos pasos de Hollywood. No solo geográficamente, sino simbólicamente: habitó esa frontera ambigua entre la luz y la oscuridad del sistema para explorar, de una manera más intuitiva que ideológica, cómo esa gran máquina de sueños que es Hollywood influye en todo lo que toca: en las personas, en los artistas y, más aún, en el alma colectiva, que es —al final— el verdadero motor de “lo real”.

Sin embargo, aquello no siempre fue percibido ni valorado. A lo largo de su carrera, Lynch tuvo que renunciar a varios proyectos y soportar comentarios hirientes hacia sus películas, no solo por parte del público, sino también de la crítica, los festivales e incluso los propios productores de los estudios. La perspectiva que hoy podemos tener de su obra —más aún cuando su nombre está inscrito en la historia del cine— corre el riesgo de eclipsar una trayectoria también marcada por el rechazo y el fracaso, suficiente para haber nublado la visión original de muchos otros artistas. Pero, por suerte para todos, Lynch nunca fue una persona común. Esa singularidad le permitió aferrarse a una convicción profunda: crear no es un acto industrial, sino espiritual. Esa certeza, más que cualquier validación externa, fue lo que siempre lo sostuvo y por ello, me parece fundamental revisitar sus obras desde una perspectiva menos divulgada:

¿Los grandes fracasos de Lynch?

Cabeza borradora (Eraserhead, 1977)

!La gente no habla así! !La gente no actúa así! !Esto es una porquería!
(Respuesta de un productor, amigo de Terrence Malick, que vió algunos fragmentos de Cabeza borradora antes de su estreno)

El primer cortometraje que marcó su acercamiento a un modelo de producción profesional —y que, además, Lynch siempre consideró su proyecto más personal y querido— tardó cinco años en completarse y muchos más para conformar una audiencia afirmativa y
valoradora. Su realización fue posible gracias a una serie de eventos tan conmovedores como extraordinarios. En primer lugar, por un equipo profundamente comprometido, que durante años acompañó a Lynch en la espera y protección de la atmósfera que el proyecto requería. También por el esfuerzo cotidiano de cada uno, en especial, el propio Lynch, quien distribuía el Wall Street Journal al amanecer para poder financiar los días de rodaje, y por el que debía interrumpir cada noche la grabación para cumplir con su ruta, antes de retomar la filmación. Pero fue también el destino quien intervino: le brindó un espacio enorme, a la manera de estudio propio, donde pudo trabajar sin costo alguno y con total libertad. Anécdotas como esta no solo enaltecen ese momento casi mágico en el que nació Cabeza borradora —la que Stanley Kubrick consideraría su película favorita—, sino también el nacimiento de un cineasta absolutamente único.

Hay una toma en la que Henry camina por un pasillo, da vuelta al picaporte y, un año y medio después !¡Cruza la puerta! Ese tipo de situaciones pueden ser extremadamente aterradoras: Pensar en sostener un ambiente y una idoneidad, algo que se mantenga durante cinco años. Es muy difícil.

David Lynch en Lynch por Lynch (ed. El cuenco de plata), Cap. Me veo a mí mismo pág.92)

No obstante, Cabeza Borradora también marcó el primer gran rechazo en la carrera de David Lynch. La película no fue aceptada ni en Cannes ni en el Festival de Cine de Nueva York. Aunque sí fue seleccionada por el Festival de Cine de Los Ángeles, pero recibió una crítica demoledora por parte de Variety, que la calificó como “un ejercicio enfermizo de mal gusto”. La reseña también expresó incredulidad ante el prolongado tiempo de producción y describió su final como “difícil de ver”.

Terciopelo Azul (Blue Velvet, 1986)

—«¿Qué fue lo que más les gustó de la película?»

—«El perro, Sparky.»

—«El final. Cuando por fin terminó.»

Comentarios del público en el preestreno de Terciopelo Azul.

Después del infierno que significó para David Lynch la producción de Dune (1984), debido a la imposibilidad de convertir aquel universo gigante en absolutamente propio, al ceder constantemente a las opiniones y requerimientos de los directivos del estudio, configuró un inmenso placer personal volver al cine independiente y ser la película más pequeña de la productora de De Laurentiis Entertainment Group de Dino De Laurentiis, dado que no sólo había aprendido la importancia de tener el control del montaje final sino retomó la libertad para experimentar y ahondar en su singular voz.

A pesar de todo, el proceso y la distribución de Terciopelo azul estuvieron lejos de ser triunfales. En un inicio, Lynch presentó la idea a un ejecutivo de Warner Bros que se mostró entusiasmado, pero tras leer dos versiones del guion —que el propio Lynch ha calificado como “malísimas”—, recibió como respuesta una llamada furiosa del productor que terminó por cerrar por completo cualquier posibilidad de producción. Años después, cuando la película finalmente se estrenó, no sólo provocó que buena parte del público abandonara las salas a mitad de función, sino que casi la película casi pone fin a la carrera comercial de Isabella Rossellini, duramente cuestionada por su interpretación y expuesta a ataques mediáticos que la desacreditaban como actriz principal en Hollywood.

Carretera perdida (1997)

Lynch ha perdido el control… La película se sumerge en un abismo de confusión y autoindulgencia que pocos espectadores están dispuestos a soportar.

Reseña de Peter Travers en Rolling Stone, después de su estreno en 1997.

Twin Peaks: Fuego camina conmigo (Twin Peaks: Fire Walk With Me, 1992) confirmó una sensación que ya se había gestado entre los productores: David Lynch era un riesgo financiero, una inversión con pocas garantías que traería múltiples problemas logísticos, no solo durante la producción, sino también en la distribución. Por ello, durante cuatro años muchos de sus guiones para diferentes formatos y géneros —desde largometrajes hasta series, e incluso algunas comedias televisivas— no lograron conseguir financiamiento. Sin embargo, el destino volvió a girar a favor de Lynch cuando, de manera sorprendente, Universal decidió apostar por una de sus películas, a pesar de ser una antitrama encriptada y delirante. No sin el peso y seguimiento del estudio para que tuviera una intención comercial.

No obstante, la película recaudó aproximadamente $17 millones en EE.UU, muy por debajo de su presupuesto de $35 millones, lo que se consideró un fracaso financiero y confirmó la dificultad de Lynch para trabajar dentro del sistema de grandes estudios debido a su estilo poco convencional, que una vez, logró que más de la mitad de la audiencia abandonara las salas en medio de la película. Esto se sumó a críticas como «Carretera Perdida es fascinante a nivel visual pero frustrante a nivel narrativo; parece más un experimento que una película completa.» (Roger Ebert en Chicago Sun-Times, 1997)

Mulholland Drive (Mulholland Dr., 2001)

Casi me quedo dormido de pie mientras la miraba. !Es tan aburrida!

Ejecutivo de la ABC cuando vio un corte del piloto que se utilizó como base para Mulholland Drive.

En 1998, David Lynch logró que la ABC se interesara en una nueva idea: una serie de televisión titulada Mulholland Drive. Con el respaldo del canal, pudo rodar el piloto, que inicialmente estaba pensado para durar dos horas. Sin embargo, la cadena exigió reducirlo a ochenta minutos, reservando los treinta y dos restantes para espacios publicitarios. Lynch describiría más tarde este recorte como una auténtica carnicería. La decepción fue aún mayor cuando la cadena ni siquiera se tomó el tiempo de informarle directamente que el proyecto había sido descartado. Fue su asistente quien le dio la noticia, apenas un par de horas antes de que Lynch abordara un avión rumbo al Festival de Cannes para presentar Una historia verdadera (The Straight Story, 1999).

Este fue uno de los mayores dolores creativos de David Lynch, ya que en ese proyecto habitaban muchas de las ideas que más amaba. Pero, una vez más, el destino no permitió que su voz se apagara: de la mano de Pierre Edelman, de la compañía francesa StudioCanal+, el proyecto resucitó. Un año después, lograron recuperar los derechos para transformarlo en largometraje. Aunque los decorados, el vestuario y gran parte del mundo construido para la serie habían desaparecido o estaban en ruinas, lo que permanecía intacto era el hechizo romántico que Mulholland Drive significaba para Lynch. Su estreno fue en el Festival de Cannes, donde ganó el premio a Mejor Director —ex aequo— junto a los hermanos Coen por El hombre que nunca estuvo allí (The Man Who Wasn’t There, 2001). A pesar del reconocimiento, en las salas también hubo confusión: algunos espectadores abandonaron la proyección y otros expresaron frustración con frases como “no se entiende nada”.

La fe en la creación: entre lo invisible y lo inevitable

Quiero hacer películas que se desarrollen en los Estados Unidos, pero que transporten a las personas a mundos que, en caso contrario, no visitarían; a lo más profundo de su ser.

David Lynch

Han pasado 48 años desde que aquella primera idea dio inicio a una de las voces más disruptivas del cine contemporáneo. Hoy, las nuevas generaciones no solo han convertido la mirada de David Lynch en un ícono pop y de culto, sino que también reconocen en su obra una ironía mágica y trascendente. Aquellas películas que en su momento provocaron la desfinanciación de Lynch, consideradas “fallidas” o inaccesibles son las obras que cualquier cineasta o cinéfilo promedio nombraría como las más importantes en su carrera. Por otro lado, películas como El hombre elefante (The Elephant Man, 1980) o Una historia verdadera—éxitos comerciales, nominadas al Oscar y alabadas como la madurez definitiva de Lynch— o incluso Corazón Salvaje (Wild at Heart, 1990), galardonada con la Palma de oro en el Festival de Cannes, las cuales ayudaron a que los grandes estudios confiaran nuevamente en él para financiar futuros proyectos, han quedado progresivamente en el olvido.

Este resultado paradójico en su obra fue posible porque Lynch siempre respetó las ideas casi como mensajes divinos, esperando ser escuchados, con un valor que no dependía de su éxito comercial ni del recibimiento del público. Pero también gracias a todas las personas que lo rodearon y que, cuando el resto del mundo no veía viable su voz autoral, lucharon para que su visión jamás se apagara. Como lo demuestra esta curiosa anécdota, con la que David Lynch, con tan solo Cabeza borradora en su filmografía, terminó dirigiendo una superproducción de estudio, con uno de los presupuestos más altos del momento y algunos de los actores más reconocidos de Hollywood.

«Freddie preguntó «¿Quién es ese tal David Lynch?», y Mel contestó: «!Eso sólo demuestra lo idiota que eres!«. Cornfeld se ríe cuando recuerda lo que pasó cuando Silverman pidió leer el guion: Mel dijo: «¿De qué diablos estás hablando? ¿Dejarte leerlo? ¿Me estás diciendo que sabes más sobre qué construye una película exitosa que yo?«».

Stuart Cornfeld. También responsable de que Cronenberg participara en La Mosca (The Fly, 1986), película que también produjo el estudio de Mel Brooks.

Lynch por Lynch, cap. Un bicho sueña con el cielo Pág. 108)

Una historia que enfatiza cómo la trascendencia del arte es imposible de calcular por la fama o la retribución financiera. Sin embargo, tristemente, son estos reconocimientos los que permiten que los artistas puedan seguir creando. Si en 1980 Stuart Cornfeld no hubiera logrado que David Lynch dirigiera El hombre elefante —una película nominada a ocho premios Oscar—, la financiación para sus siguientes proyectos, teniendo únicamente Cabeza borradora en su filmografía, habría sido extremadamente difícil, si no imposible. Quizás, aunque algunas de esas películas tiendan a ser olvidadas, fueron tan importantes como aquellas con las que alcanzó la eternidad. Porque sin ellas, su voz no habría seguido expandiéndose ni alcanzado la fuerza con la que transformó el cine.

Esto también apunta a una verdad por la que Lynch siempre luchó: el cine es una puerta hacia el inconsciente, no desde la mirada freudiana tradicional, sino desde una perspectiva casi mística o religiosa. El arte convierte lo invisible en visible, pero no a través del lenguaje directo, sino fundamentalmente desde lo abstracto. Así, las capas más incomprensibles de lo humano dialogan entre sí, sin importar fronteras idiomáticas, geográficas o temporales. Pero su poder no termina allí, como él mismo aceptaba, para lograr que este lenguaje se forme, hay que escucharlo y esperar a que el destino abra las puertas para volverlo realidad.
Por ello, su logro más admirable, y la razón por la que logró cambiar el cine, fue entender que en el silencio y en el no-lenguaje hay mucho por decir; algo que no termina ni caduca. En un mundo dominado por el ruido constante, escuchar esa voz se vuelve una necesidad imperante para enfrentar la vida. No solo para que, quizás algún día, los grandes artistas de la historia de la humanidad sean comprendidos y alabados en su tiempo, sino para reforzar nuestro vínculo con lo desconocido y dejar de temerle.
Esta es la razón detrás de tantas de sus películas perturbadoras, en las que, sin quererlo, Lynch nos obliga a reflexionar sobre por qué una ficción así puede parecernos insoportable e incomprensible, mientras que un mundo real con esas mismas reglas lo aceptamos sin cuestionar. La vida, definitivamente, es mucho más perturbadora e incomprensible que cualquier película de Lynch; sin embargo, debemos quedarnos en la sala y verla pasar ante nosotros. Por eso, más allá de cualquier resumen comercial que pueda hacerse de nuestro paso por este mundo al final de la vida, no debe nublar lo importante que fue nuestro punto de vista y sensibilidad personal para seguir conociendo los rincones más profundos de nuestro ser, algo que definitivamente no tiene precio y es incalculablemente valioso, como lo demostró Lynch como director, guionista y artista, que dejó una marca indeleble que sólo puede calificarse de lynchiana.