El cantar de Renardo

El cantar de Renardo, de Joann Sfar

Joann Sfar (Niza, 1971), que lo mismo te arma un batiburrillo entrañable repleto de filosofía existencialista, feminismo y mitología lovecraftiana con toques gore (Aspirina) que un recorrido por la mitología griega y romana recreando de paso La odisea (Sócrates), regresa con El cantar de Renardo a la editorial Fulgencio Pimentel, donde además de las citadas ha visto publicadas las historias de Vampir y su particular homenaje al mito de George Brassens.

Borón y Blaise son dos perros contadores de historias que se erigen como narradores, no sin cierta sorna, en un mundo repleto de animales antropomorfos donde encontramos estereotipos como un rey león, pero también anomalías como un lobo leal y algo simplón, o un camello que es un legado papal… Ante una multitud demandante de nuevas historias se arrancan con una de las gestas de Renardo, una que nadie ha escuchado antes, y quizá, como el protagonista de su historia, en su primera mitad titulada El señor de los engaños, empiezan por esa tortuosa senda que nunca suele llevar a buen puerto. Y en el fondo el apelativo que da el título al zorro protagonista no es en balde, pues dará buena cuenta de sus capacidades en ese ámbito, llegando incluso a engañar, literalmente, a la misma muerte que, junto con su esposo el diablo y el mago Merlín, hijo de ambos, están representados con una imaginación desbordante.

La parte del infierno luce una paleta de colores vivos que contrastan con las de la nocturnidad alevosa en que se desarrolla gran parte de la acción, con la de los verdes pálidos y el morado de la escuela de magia o la de tonos ocres del presente de los narradores, en la capa más externa de la historia. La interna, reimagina o reinventa el Roman de Renart, un conjunto de poemas satíricos franceses que varios autores escribieron entre los siglos XII y XIII, que contaba las aventuras de un pícaro zorro entre una infinidad de personajes animales, algunos de los cuales, como los mencionados más arriba, están representados en la historia de Sfar, donde también hacen acto de aparición algunos humanos importantes, caso de Marie de France (que existió realmente, aunque no se tenga certeza de su identidad), el aprendiz de mago Takka o el mismo Papa, figura que el autor aprovecha para hacer un poco de crítica al clero y a sus fechorías de aquella época. Así, no es extraño encontrar temas recurrentes en la obra de Sfar como la religión, tanto el cristianismo como el judaísmo (aquí tenemos hasta un golem), o cierta feminidad poderosa representada en la citada poetisa y otra más frágil, en la figura de Shiloé, protagonista de una desgarradora elipsis. También abundan autorreferencias explícitas, por ejemplo es difícil no ver en la joven bruja Guynesse, a lomos de su gato-patata-celeste, al pequeño Vampir surcando los cielos montado en la grupa de su querido Fantomate, por no mencionar al ejército de espectros tan parecidos a la fauna que puebla las aventuras del pequeño chupasangre.

La primera de las dos mitades que componen el tomo queda inconclusa pero afortunadamente la segunda mitad retoma la historia y el cierre es completo y ajeno a convencionalismos, solventando quizá el mayor problema que tienen con Sfar sus lectores, que es el de dejar algunas de sus historias sin broche, aunque sería justo diferenciar entre historias inacabadas como puede ser el caso de Sócrates y otras con un estupendo final abierto, caso, por ejemplo, de Aspirina. Y hablando de finales, es una delicia comprobar una vez más que el autor no da puntada sin hilo con esa conclusión que pervierte de forma brillante la fábula más famosa de Esopo, la del cuervo y el zorro, ya que Marie de France fue la responsable de la primera adaptación al francés del fabulista griego.