Escenas en una galería
Las razones que llevan a una película a convertirse en obra de culto son muchas veces sutiles. Implican una serie de factores ajenos a la calidad técnica y artística de la cinta que, sin razón aparente, consiguen llegar con especial intensidad a un pequeño porcentaje de los espectadores. Ellos, han visto una película diferente. Aún estando sentados en la misma sala que el resto del público. He ahí donde radica la grandeza de esta clase de films.
Es necesario, por tanto, tener una cierta seguridad de que no son las cualidades puramente cinematográficas las que constituyen el mayor atractivo de la película. Sólo entonces será posible descubrir esa esencia última que la convierte en algo especial, una vez que hayamos dejado al descubierto sus virtudes y defectos más terrenales.
Cos sus dos películas anteriores, Clerks (Ídem, 1994) y Mallrats (Ídem, 1995), Kevin Smith había dejado claro que lo suyo eran los diálogos gamberros pero inteligentes, las bromas escatológicas y las historias de chicos que andan tras las chicas. Todos estos ingredientes le sirvieron para hacerse su propio hueco en el mercado indie norteamericano, amén de lograr hacerse con una pléyade de fieles seguidores. Con estos antecedentes, la aparición en 1996 de Persiguiendo a Amy fuese calificada por muchos como todo un cambio de registro del director de Nueva Jersey.
La película nos sitúa en la subcultura del cómic de Nueva York para presentarnos lo que en apariencia es una clásica historia de amistad y/o amor. Holden McNeil (Ben Affleck) y Banky Edwards (Jason Lee) son amigos de infancia, compañeros de piso y creadores de Bluntman & Chronic, cómic de gran éxito. Cuando Holden conoce a Alyssa Jones (Joey Lauren Adams) siente enseguida una fuerte atracción por ella que desemboca en una intensa relación de amistad, una vez descubre que ella es lesbiana. Ya tenemos debidamente planteado el conflicto, elemento imprescindible en toda trama que se precie.
Pasados los cuarenta y cinco minutos iniciales, la película —que hasta ese momento se ajustaba como un guante al universo de la filmografía anterior de Smith— explota y da un brusco giro hacia el drama, coincidiendo con la escena en la que Banky trata de abrirle los ojos a Holden en lo referente al futuro de su relación con Alyssa. Es entonces cuando Holden confiesa estar enamorado de ella. A partir de ahí, la trama se ve salpicada de escenas con una cierta carga dramática, hasta que desemboca en la que posiblemente es la mejor secuencia de la película, cuando Holden confiesa a Alyssa su amor en plena noche lluviosa.
La cinta no sorprende especialmente por sus recursos cinematográficos, aunque Smith consigue combinar adecuadamente técnicas tradicionales —que utiliza durante la mayor parte del metraje— con otras que introduce sólo en las escenas de especial carga emotiva. Así por ejemplo, pasamos del casi infantil montaje de la escena en la que Banky se da cuenta de que están en un local de ambiente lésbico, al inteligente uso de la cámara al hombro que consigue introducir al espectador de forma espectacular en las escenas más intensas, por citar sólo dos ejemplos. Es precisamente este contraste el que justifica la simpleza de los recursos utilizados por Smith en determinados momentos, ya que esos cambios de estilo son los que constituyen una verdadera señal de atención para el espectador, que se encuentra entonces alerta para recibir todo aquello que la historia tiene aún por contar.
En Persiguiendo a Amy Smith recurre al tradicional universo de diálogos gamberros, humor escatológico —baste citar la escena en la que Alyssa y Banky comparan sus lesiones fruto de la práctica del cunnilingus, homenaje confeso a Tiburón (Jaws, 1975. Steven Spielberg)— de sus anteriores películas para contarnos una historia mucho más personal. De ahí que las escenas que llevan la verdadera carga emocional de la cinta estén en cierto modo salpicadas a lo largo del metraje, como si el director no quisiera defraudar a sus incondicionales seguidores. No en vano, la mayoría de escenas dramáticas terminan con algún chiste por parte de alguno de los personajes, proporcionando así una vía de escape a aquellos espectadores que esperaban encontrarse una comedia y sólo una comedia.
La verdadera grandeza de Persiguiendo a Amy reside en los bocados de realidad que Kevin Smith nos ofrece directamente de sus entrañas. El propio Smith reconoce en un artículo publicado por su productora —View Askew— que los cuatro personajes protagonistas de la película tienen relación directa con él mismo. Holden es en realidad el propio Kevin Smith, con sus virtudes y sus defectos, con sus miedos y sus anhelos. Alyssa sin embargo, constituye todo aquello que Smith siempre ha considerado que debía hacer y pensar para obrar correctamente, la voz de su conciencia en definitiva.
Por otra parte, Banky es una verdadera amalgama de gran parte de los ideales que Smith tiene sobre amistad y camaradería. Todo el conjunto de emociones que el propio Smith sentía cuando alguno de sus amigos se casaba o sencillamente prefería estar con su novia que con su pandilla de toda la vida. Hooper personifica la visión personal que el director de Jersey tiene de la comunidad gay como tal. Un contrapunto necesario para poder ubicar debidamente al personaje de Alyssa su propio sistema de coordenadas, independiente —en el fondo— de todo movimiento social de carácter homosexual que intente generalizar. Hooper es precisamente esa generalización en sí mismo, un personaje completamente integrado en su comunidad que conoce profundamente los vicios y virtudes de la misma, como podemos deducir de la escena de la tienda de discos.
El verdadero triunfo de Persiguiendo a Amy consiste en contarnos una historia de amor imposible de forma realista. Ni más, ni menos. Smith nos presenta un bonito cuento de hadas para acto seguido arrojarnos a la cara la razón por la que es imposible que tenga un final feliz. Razones mágicas en títulos —muy similares en el fondo— como Lady Halcón (Ladyhawk, 1985. Richard Donner) o La Princesa Prometida (The Princess Bride, 1987. Rob Reiner). Razones sexuales en Persiguiendo a Amy. Eso es todo. Una romántica historia de amor contada de tal forma que podemos llegar a creer que en nuestro mundo —el de verdad— puede tener perfectamente lugar. En algún lugar, en algún momento, alguien está persiguiendo a Amy.