La sociedad es la culpable
Uno de los protagonistas de esta película habla continuamente un inglés no demasiado purista. Otro tiene vocación musical y podemos verle tocando alternativamente varios instrumentos. A otros les da miedo salir de noche y se encierran en los cines, pues sin duda será mejor estar allí que delinquiendo. Otros dos prefieren las alcantarillas y las copas de los árboles respectivamente, y otro, la comodidad de una cabina telefónica. Dicho todo esto, parece que estamos hablando de tipos completamente diferentes, y es lo que pretendo cuando digo otro, otros, otros dos, y otro, pues de hecho así es, son diferentes personas, a pesar de que, bien mirado, todas estas cosas no son incompatibles y podrían referirse a un mismo individuo. En realidad todos ellos se llaman Frank, todos usan gafas de sol, y todos representan, en una palabra, la miseria de Helsinki, extrapolable a cualquier zona del mundo donde abunden el hambre, el hacinamiento, la pobreza y también la riqueza rodeándolas a una distancia de seguridad lo suficientemente grande como para poder aislarse ignorándolas. Podríamos hablar de Calamari Union como una película coral si no fuese porque los protagonistas, todos estos Frank, forman una especie de extraño y a duras penas divisible grupo salvaje (temprano preludio de los Leningrad Cowboys), algo parecido a un ejército de desharrapados que un buen día deciden sacrificar su infancia, sus recuerdos y sus familias (la rama de un árbol podrido debe buscar un tronco más saludable) y huir de su infortunio en busca de Eira, una tierra prometida de la que todos han oído hablar pero que ninguno sabe a ciencia cierta donde se encuentra, conscientes tan sólo de que se halla al otro lado de la ciudad. Humillados y ofendidos, desencantados con una sociedad que les ha dado la espalda caen en la cuenta de que todo tiene un límite, y el suyo ya ha sido rebasado. Así pues, Frank deciden secuestrar un tren, o no lo deciden sino que directamente lo secuestran, y se lanzan a la aventura. Así, este grupo que califico de a duras penas divisible, después de todo se escinde en células más pequeñas, cuyos caminos son distintos ríos que van a dar a un mismo mar, que es el morir.
Por lo general, los personajes kaurismáticos son parcos en palabras. Casi todo lo que les ocurre puede comprenderse perfectamente a través de las imágenes. La segunda película del director finlandés no supone ninguna excepción a esta premisa. Sin vacilaciones y sin más movimientos de los estrictamente necesarios, los justos para centrar la acción, lo que muchas veces simplemente supone mantenerla fija, la cámara se mantiene distante y a la vez observadora de las desventuras de tan singulares agrupaciones. Tras la secuencia inicial que da paso a los créditos, una reunión en la que perfectamente pudo inspirarse Tarantino (aunque no lo hizo) para abrir su Reservoir Dogs y que ya da muestras del humor sarcástico (a la vez que se queja de la miseria que les asfixia, Frank tiene tiempo para lamentarse de los horarios irregulares de los autobuses y de que un día le pateó una anciana) que caracteriza al realizador de Ariel, como siempre compaginando la cal con la arena, asistimos a un extraño y silencioso viaje en un tren que casi se podría decir fantasma y que concluye con la primera muerte de Frank (si obviamos la muerte en vida que supone para otro Frank coger el teléfono al comienzo para permanecer anclado al ritual de lo habitual). No será la última. Todos comparten un destino común, y la sociedad contra la que luchan terminará derrotándoles por una sencilla razón: No encajan en ella. Así de triste y así de crudo, y a la vez así de sencillo. Pero venderán cara su derrota. Mientras dure su búsqueda inconclusa, mantendrán reuniones y discusiones intrascendentes, o demasiado trascendentes, en los bares, en pastelerías, pasearán o conducirán por las calles de su ciudad, por el puerto, por los descampados, ocuparán habitaciones de hotel u otros emplazamientos menos confortables y ya citados previamente para pasar la noche, en un Helsinki que recuerda al Paris de las películas de Godard, un entorno poderosamente omnipresente que se constituye como un personaje más en la historia. Y tal vez no sea descabellado emparejar esta película con parte de la filmografía rodada por el francés en los sesenta, partiendo de un argumento no demasiado elaborado (bien sabido es que muchas de las películas de Godard tenían una página de guion y a partir de ahí iba surgiendo el resto, según se le ocurría), y desarrollando la historia a base de dejar sueltos a unos personajes desfilando por la ciudad en pequeños fragmentos o episodios. Como curiosidad decir que la productora de las primeras películas de Kaurismäki, “Villealfa” apuntaba directamente a uno de los títulos más emblemáticos del realizador de Alphaville.
A pesar de que los individuos que pueblan las historias del finlandés siempre atraviesan infinidad de penalidades, su destino final no siempre resulta tan cruel como en esta ocasión, bien porque encuentran la luz al final del túnel, bien porque existen esperanzas de llegar a buen puerto. Algunas películas son más optimistas que otras, que lo son menos. De nuevo la cal y la arena. En el fondo es un fiel reflejo de la vida, aunque en la superficie la de algunos sea toda cal y la de otros toda arena, en lo más profundo siempre existe un hueco para la otra cara de la moneda. Sin embargo esto no ocurre en la que tal vez sea la película más pesimista del finlandés. Frank van cayendo uno a uno, y casi todos terminan cayendo en manos de una mujer (el Frank que abandona a los otros Frank por un incierto viaje a Eira en descapotable o el que deja tirado a otro Frank por una viuda rica, casi sin proponérselo), a manos de una mujer (el Frank tiroteado por la secretaria del Porsche) o de varias mujeres (el Frank ajusticiado por la jauría de peluqueras), por culpa de una mujer (el Frank que muere acribillado en la hamburguesería), o abandonados por una mujer (la otra cara de la moneda de los que caían en manos de una o el que quiere huir a Eira con su novia, pero la situación acomodada de esta le niega ese deseo) Ignoro si esto respondería a algún desengaño amoroso del director en el momento de escribir el guion, pero es cierto que la película exhala cierta misoginia para nada habitual en los filmes del finlandés. Y aunque casi todos caen presa de las féminas de uno u otro modo, no corren mejor suerte los dos Frank que deciden, no sin ciertas peleas, olvidarse de Eira y marchar juntos a Estonia, que aunque tan solo se tarde tres horas en ferry, el tiempo empleado debe aumentar considerablemente en la barca de remos que utilizan. O tal vez sí lo consigan. Uno de los más abruptos finales que recuerdo deja la incertidumbre pendiendo de un hilo. Pero los augurios de lo visto previamente no son buenos. Sin duda, la sociedad es la culpable. Y a ti te encontré en la calle.