Cara y cruz de un filme sobre la adolescencia
He aquí una de esas películas que a poco que los caprichos de la distribución lo permitiesen, no sorprendería ver convertida en un pequeño fenómeno de temporada. Llegada de una filmografía nacional minúscula como es la uruguaya y bajo el manto de influencia del suceso Whisky (Stoll-Rebella, 2004), Acné, primer largometraje de Federico Veiroj, es una película divertida y amable hasta cierto punto (aquel donde la ternura se cruza con la amargura), modesta e inteligente, formalmente atractiva y rigurosa pero sin grandes alardes que hagan espantar al publico mayoritario. Sin embargo, sabemos que Acné difícilmente podrá llegar a cumplir este objetivo. Hay un elemento en la propuesta de Veiroj -honestidad, probablemente- que casa con dificultad con el éxito, y es precisamente este el que impide que la película se le vaya de las manos y se limite finalmente a responder a aquel sencillo planteamiento en el que encuentra su origen, sin caer en la tentación de tratar de abarcar más terreno que el conocido.
Pero tratemos de situarnos un instante. Acné muestra, con una mirada casi siempre fría y distanciada, el viaje de un adolescente, Rafa Bregman, de apenas trece años -protagonista ya de un cortometraje anterior: Bregman, el siguiente (2004)-, en busca de su primer beso. No se preocupen, el film no peca de ingenuo, el adolescente pese a su temprana edad ya está iniciado en el terreno sexual (con una asistenta primero, visitando a prostitutas después), pero ansía experimentar aquello indescriptible que estas relaciones no pueden ofrecer; el amor. Rafa busca las respuestas a su inquietud en Nicole, una atractiva compañera de clase de la que está prendado, pero que, sin embargo, no se siente atraída por el joven. Veiroj hace ver a su personaje, que en ocasiones buscamos las respuestas allí donde no podremos encontrarlas, y que éstas aparecen en los lugares y momentos más insospechados. Así, el desenlace propuesto por el filme, no por esperado, menos efectivo, propone un ‘honesto’ cierre a las tribulaciones del adolescente.
La cruz del enunciado viene determinada por cuestiones y apreciaciones más sutiles, que parten de lo siguiente. Acné es el vivo ejemplo que demuestra que en el terreno de lo artístico las intenciones no bastan. Realizar una película modesta, con un planteamiento formal cerrado y sumamente ajustado -heredero de los gélidos planteamientos de Aki Kaurismaki-, en la que todo parece estar en su lugar -interpretaciones, encuadres y composiciones, diálogos- ¿es sinónimo de haber realizado un buen film? (Esta pregunta me la dirijo a mí mismo, probablemente muchos de vosotros tengáis ya clara la respuesta…). Toda la ‘perfección’ y ‘saber hacer’ que demuestra el filme de Veiroj resulta, en gran medida, opaco, impidiendo que lo sublime -esa misma ‘idea’ del amor que persigue el adolescente o el viento que agita las ramas de un árbol, en uno de sus propios encuadres- penetre verdaderamente entre sus imágenes; que ese ‘algo’ que poseen siempre las imágenes bellas y justas -aquello ‘indescriptible’ tras lo que corre el joven Bregman-, traspase los límites de la pantalla y nos conmueva verdaderamente.