Snow Angels

1En ocasiones se tiene la idea de que una película o novela desarrollada en una pequeña localidad no puede si no aportar una imagen reducida del mundo. Sea cual sea su ubicación —España, Estados Unidos, China…— se entiende que una historia cuyos límites están más o menos perfilados no puede proyectar nada más que aquello que acontezca en su interior. Un regionalismo que tan sólo puede aportar algo a aquellos que lo conozcan, que vivan en su interior, quedando fuera, por intereses, también quizá por conveniencia, todos aquellos que desean mirar hacia otro lado y alejar su mirada de esas pequeñas poblaciones donde la vida se desarrolla con tanta profusión e interés que en cualquier otro lugar, especialmente las grandes o pequeñas ciudades, en donde se tiene a veces la idea, quizá demasiado apresurada, que es en donde la modernidad y la realidad existe.

En sus cuatro primeras películas, David Gordon Green así lo ha entendido. Alumno aventajado de Terrecen Malick, Gordon Green comenzó internándose por los paisajes del sur de Estados Unidos para indagar sobre la relación emocional entre el paisaje y los personajes que lo habitan para, en su cuarta película, Snow Angels, alejarse hacia un lugar cuya localización no se concreta —en la novela de Stewart O’Nan se trata de una localidad de Pennsylvania y la acción transcurre en 1974 y no en la actualidad como en la adaptación de Gordon Green— y en donde los cálidos paisajes de sus anteriores películas se transforman en extensiones nevadas. ¿Se trata de un simple cambio de decorado —electivo o circunstancial— o posee la suficiente relevancia para ser atendido? Si se tiene en cuenta que Gordon Green puede ser considerado como un director paisajista, entonces, se trata de un cambio relevante que debe, o debería, de alguna manera, afectar a aquello que narra, a sus personajes, a lo que habita bajo la historia. Y en cierto modo, así es.

A Gordon Green le interesan los personajes tanto por sí mismos como por su relación con el entorno. Para él, aquello que los rodea es primordial para conocerlos, pero entender sus reacciones, sus sentimientos. Snow Angels se desarrolla en una pequeña localidad en donde todos parecen conocerse, en donde todo parece estar cerca y las distancias ser meramente un concepto antes que una realidad física. Sin embargo, las grandes extensiones nevadas transmiten, a su vez, una idea de aislamiento que va más allá de lo físico y se traduce en lo emocional. De ahí que todos los planos de paisajes —tan comunes en Gordon Green por otro lado— no sean meros planos de transición si no que busquen a su vez alzarse como imágenes que posean o transmitan o añadan un complemento emocional a la historia. No ilustran —o no sólo eso— el lugar donde se desarrolla la historia, intentan poseer una autonomía propia pero que, a su vez, se relacione con lo que sucede a los personajes. Del mismo modo, cuando éstos se mueven por su entorno —y gracias a un acompañamiento magnífico por parte de la banda sonora, que otorga de mucho sentido a la excepcional fotografía de Tim Orr— no se tiene la impresión de estar asistiendo a un simple paisaje decorativo, sino que hay algo en él que condiciona las conductas, algo insoslayable en su presencia. La frialdad de las extensiones nevadas, del vaho que expulsan los cuerpos, incluso las copiosas vestimentas que deben vestir los personajes, dan una idea de en dónde los personajes se están moviendo, de que son parte de ese paisaje y éste es parte de él. Basta recordar títulos como La tormenta de hielo, El dulce porvenir, Aflicción, Fargo, Un plan sencillo, Lejos de ella… para caer en la cuenta de que un paisaje nevado, frío, aislado, puede ser un buen lugar para introducirse en la disfuncionalidad familiar, en su tragedia. Un buen paisaje para alumbrar lo que les sucede a los personajes.

2 ¿Qué les sucede? Por un lado están Annie (Kate Beckinsale) y Glenn (Sam Rockwell), un matrimonio separado con una hija, cuyo pasado vamos conociendo poco a poco, sobre todo en lo relacionado con él, un hombre inestable, alcohólico y recién adherido a creencias religiosas que no sólo no le ayudan a ir saliendo de sus problemas sino que aumentan aún más su inestabilidad. Ella trabaja de camarera y tiene una relación —de cariz simplemente sexual— con el marido de una de sus compañeras. Hay tensión entre Annie y Glenn, una tensión que irá recrudeciéndose según avance la narración hacia una violencia que hasta su eclosión se ha ido reprimiendo pero alimentando.

Por otro lado se encuentran Arthur (Michael Angarano) y Lila (Olivia Thirby), dos adolescentes que bien podrían ser la imagen de Annie y Glenn en su juventud, cuando tenían toda la vida por delante y el amor estaba fuera de la realidad venidera. En su relación, tímida pero cálida, se va mostrando la dificultad de los jóvenes para transmitir sus sentimientos, sobre todo por parte de Arhtur, quien tras el divorcio de sus padre parece no tener demasiado claro a qué atenerse. Hay algo de miedo en él a la hora de expresar sus sentimientos, aislándose de todos y todo. Lila consigue que vaya abriéndose, que salga de su timidez.

Sin embargo, algo sucederá que cambiará la vida de los cuatro, aunque para quien no haya visto la película es un suceso que mejor no exponer. Sí decir que en él, los personajes encuentran la constatación de lo lábil de las relaciones que mantienen entre sí, también en relación al paisaje helado que les rodea. Todo se tambalea con la misma facilidad con que la violencia aparece al final.

Gordon Green utiliza el material literario de partida para ir trazando una visión bastante sólida sobre la familia, sobre la dificultad en ocasiones de mantenerse unida. Los personajes no son uniformes, cambian, dudan, no son lo que parecen. No están trazados de manera clara y eso los humaniza. Sus actos parecen incoherentes y pueden serlo en muchos momentos, pero por eso mismo es sencillo llegar a identificarse con muchos de sus actos. De ahí quizá que el estilo de Gordon Green, en algunos momentos abstracto a la hora de acercarse a los personajes y a la historia, sea más que conveniente para no caer en un exceso de dramatismo, aunque no niegue su existencia. Hay algo de observador en su mirada que no la convierte ni en fría ni en cobarde, sino en un intento de crear una distancia —complicada en todo caso de establecer y mantener— que le permita poder ser lo más justo con los personajes posible. No juzga ni a uno ni a otros, sus decisiones y actos son lo que son y de ellos se puede aprender, pero nunca debe establecerse un juicio hacia lo que hacen o dicen. De alguna manera, la debilidad —en toda su extensión— que conforma a los personajes —tanto en sí mismo como en sus relaciones— es algo que atrae a Gordon Green, pues sabe de la debilidad de los seres humanos. Y si no lo sabe, lo intuye y busca el poder mostrarlo, quizá para él mismo aprehender algo de todo ello. Y con él los espectadores.