El club de la lucha

Considera la posibilidad de que no le gustas a Dios

El 21 de abril de 1999 el Instituto Columbine (Littleton, Colorado) fue escenario de una terrible masacre. Dos alumnos del centro, cargados hasta las cejas de armas, abrieron fuego sin razón aparente contra sus propios compañeros. Como resultado, una docena de estudiantes (junto a los propios autores del tiroteo) perdieron la vida. Incidentes similares tuvieron lugar en escuelas de Mississipi y Arkansas. El muy republicano Pat Buchanan [1], todo un experto en echar balones fuera,  fue el encargado de encabezar un conservador grupo de opinión que echaba las culpas de los asesinatos a la industria del cine. La polémica provocó que el estreno de El club de la lucha se retrasara hasta el 15 de Octubre de aquel año para no avivar más el fuego en los sectores más conservadores de la sociedad norteamericana.

La película de David Fincher se anunciaba como la fiel adaptación de una novela que había penetrado como una bala de cañón en la epidermis de la timorata sociedad norteamericana, convirtiendo a su autor Chuck Palahniuk en el portavoz de una nueva generación de narradores.

El club de la lucha, como gran parte de la obra de su autor, se recrea en la mística del perdedor, tan característica de los 90. «Me siento cercano al narrador porque él es el perdedor constante, siempre está haciendo lo equivocado… siempre acaba de forma desastrosa y está bien finalmente poder decirlo», reconoce sin problemas Palahniuk.

En el El club de la lucha [2] se utiliza una prosa fragmentada y caótica. Su autor busca deliberadamente romper las normas establecidas de orden y ritmo, diseminando pequeñas descargas de electricidad a lo largo del relato con  una lógica psicópata. Quizá por ello se ganó en su día el apelativo de Irvine Welsh de Portland, aunque no han dejado desde entonces de buscarle primos mayores como Kafka, Camus o Ballard.

foto

Aunque en un principio David Fincher se negó a dirigir la adaptación de la novela, uno de sus representantes procedió a leerle en plena noche un extracto de la misma, que dejó boquiabierto al director. Fincher pasaría el resto de la noche en vela totalmente absorbido por un libro que hablaba sobre sus propias ansiedades y miserias.»Leí el libro y supe que no podía hacer esta película en 2003. Debía hacerse en 1999, antes del nuevo milenio, porque hay muchos aspectos sobre los que habla el libro de una manera tan radical que sonarían estúpidos más tarde. No tendrían la misma clase de impacto visceral. Según estaba leyendo el libro de Chuck me sentía horrible. ¿Cómo puede saber este tío lo que todo el mundo está pensando?», confesó al periodista de Digital Bits, Todd Doogan en noviembre de 2000.

La mirada del otro

Toda la carga subversiva que impregna El club de la lucha ya se podía encontrar en la homónima novela que le sirve de base. Su protagonista, Jack, es un oficinista gris con problemas de sueño y desesperado por escapar de su aburrida vida. En su camino se cruzará Tyler Durden, un vendedor de jabones que considera que la perfección sólo se puede alcanzar a través de la autodestrucción. Ambos crean clubs de la lucha en los que sus integrantes se enfrentan a su vacío a base de golpes y sangre, y que no tardarán en proliferar por todo Estados Unidos.

Quizá la diferencia más notable entre la película y el original literario resida en la forma en que el narrador conoce a Tyler Durden. Mientras que en el filme tiene lugar en un vuelo de negocios, en la novela dicho encuentro se produce en una playa nudista. El narrador, al despertar de un sueño, encuentra a Tyler clavando troncos en la arena de la playa, con el objetivo de que sus sombras creen la ilusión a una hora determinada (16:30) de una mano perfecta, en cuya palma se sentará.

Otro de los momentos más impactantes de la novela, desechados para la adaptación, tiene que ver con una de las gamberradas anarquistas de Tyler. En uno de sus trabajos como camarero en lujosa fiestas, deja una nota a la anfitriona en la que le advierte que «ha vertido cierta cantidad de orina en al menos una de sus muchas y elegantes fragancias» [3].

El club de la lucha pertenece al paquete de películas que a finales de los años noventa lavaron la cara al cine negro, como Sospechosos habituales (1995) o Memento (2000). Como aquellas, quiebra a placer las normas inquebrantables del género. Así, dos de los sacrosantos principios del film noir, el empleo del flashback y la presencia de un narrador omnisciente se emplean para vehicular la bancarrota mental del protagonista y su narcisismo extremo.

A medida que transcurre el filme se produce un auténtico pulso entre Jack y Durden para ver quien coge las riendas de la narración.  Tyler es la mano en la sombra que no sólo se apodera de la personalidad del protagonista, sino que le arrebata su papel principal en el relato, operando así un auténtico golpe de estado que tambalea la propia estructura interna del filme. Cuánto más fragmentada está la mente de Jack, tanto más lo está su voz narrativa. No en vano, en algunas de las escenas la iluminación de los personajes tiene intenciones puramente simbólicas. Mientras que Jack aparece en primer plano, con el rostro bañado por una generosa luz frontal, Tyler se sitúa en un valorativo segundo plano, entre las sombras.

Kim Newman, desde las páginas de Empire Magazine, señalaba que El club de la lucha es un «replanteamiento postmoderno de Psicosis, que compara la relación de Jack y Tyler a la de Norman Bates y su madre. La psique de Jack es similar a la de Norman en el sentido de que son el aspecto principal de terror del filme, pues ambos crean sus egos para satisfacerse a sí mismos». ¿Tendrá algo que ver que el edificio en que vive Bates con su madre tenga un más que razonable parecido con la casa de Paper Street en la que se instalan los personajes?

Manual de autoayuda existencial

El club de la lucha incorpora un «inesperado» giro de tuerca narrativo en el último tramo de metraje, que obligaba al espectador a replantearse lo que había visto hasta ese momento, para volver a interpretarlo en base a esa nueva información que se le ha suministrado y con la que no contaba. Esto llevó a algunos críticos a calificar la película de tramposa, aunque lo cierto es que durante todo el metraje se nos ofrecen pistas constantemente que anticipan el desenlace.

La más clara, como señalaba Tomás Fernández Valentí desde las páginas de Dirigido por, tiene lugar al comienzo del filme, con el citado travelling vertiginoso de la cámara por el cerebro del narrador, que concluye en la pistola de Tyler Durden. Y es que éste no es más que un producto de la atribulada mente de Jack. A pesar de que el narrador no «conoce» a su alter-ego hasta bien transcurrido un tramo de cinta, desde el principio de la misma se insertan pequeños cortes subliminales en los que aparece Tyler Durden. Hasta el sueño catártico que Jack tiene a bordo de un avión, Durden solo existe en la zona periférica de su conciencia, no se ha manifestado del todo, tan sólo en forma de fugaces flashes. En algunos de estos fogonazos  Durden parece querer exhortar a Jack: ¡Reacciona ya!.

foto

El club de la lucha se convierte así en una de las visiones cinematográficas más originales de la figura del doppelgänger. Stella Maris Poggian [4] considera que «el tema del doble en el cine es una manifestación personalizada del imaginario del sujeto moderno en tanto refleja sus angustias, sus cavilaciones así como sus intentos por encontrar a través de sus figuraciones y fabulaciones, las formas de explicar la vida actual en una mirada contemplativa de sus propios avances y frustraciones». En este caso, es la propia angustia y desesperación de Jack la que genera su Otro Yo y, como todos los partos, este no está exento de dolor.

El enfrentamiento entre las dos partes opuestas de una misma identidad suele conllevar la muerte de una de ellas. Y es que una vez que se ha aceptado la presencia del doble, cuyos actos escapan al control del protagonista, no queda más remedio que acabar con él. Como en el relato William Wilson, escrito por Edgar Allan Poe en 1840, el protagonista de El club de la lucha debe enfrentarse a su alter-ego si lo que quiere es recuperar su identidad [5],. Con todo, el cínico plano que cierra la película (al son de Where is my mind de los Pixies) lleva al espectador a asumir que Jack ha aceptado finalmente su identidad.

Fundidos en negro

Los personajes de El club de la lucha viven en un mundo frío e inhóspito, lo que obligaba a que la fotografía de la película fuera todo lo oscura y cruda que fuera posible. El director de fotografía elegido por Fincher, Jeff Cronenweth [6], desarrolló su trabajo con el lema «el color es el enemigo» siempre presente. Se trata de un tipo de entornos que maneja bastante bien; no hay que olvidar que  su padre, Jordan, fue el director de fotografía de  Blade Runner (1982).

El especial tratamiento de la luz es uno de los aspectos estéticos más impactantes del filme. Durante un tercio de los 138 días que duró la producción, el rodaje daba comienzo tras la puesta de sol. Buena parte de la película transcurre de noche, en ocasiones en lugares muy oscuros. Incluso en escenas que transcurren a plena luz del día, se oscureció la imagen a conciencia. Fincher y Cronenweth forzaron al máximo la máquina, rodando con lentes esféricas en lugar de las típicas anamórficas, para captar los bajos niveles de luz del filme.

Algunos de los escenarios en que transcurre el filme debían mostrar el contraste continuo entre realidad e irrealidad en el que se mueve la película. Sirva como ejemplo el hogar de Tyler Durden en Paper Street, donde se aloja Jack después de que su apartamento haya volado en pedazos. El interior de la casa (diseñado en el plató 15 de la Fox), con la pintura del techo cayéndose constantemente y la pintura de la pared resquebrajándose, debía operar como metáfora del derrumbamiento de la psique del personaje principal.

Pero si la casa de Paper Street es una anomalía (es imposible encontrar ese tipo de construcciones de corte victoriano en la Costa Oeste de Estados Unidos), el resto de edificios se presenta de manera realista. Cronenweth y Fincher encontraron la inspiración en los libros del fotógrafo Philip-Lorca DiCorcia, que reflejan un tipo de vida de motel que le iba al pelo al filme.

Crónicas de la Generación Y

Gran parte de las películas de David Fincher contienen un buen número de apuntes y reflexiones sobre la sociedad que les ha tocado sufrir a los protagonistas. El club de la lucha comparte muchas de las sensibilidades que ya se hallaban presentes en Generación X, de Douglas Coupland: el rechazo ante los valores impuestos a la clase media y la pereza, bañada de cinismo y desencanto,  por solucionar los problemas que han provocado generaciones anteriores. Sin embargo, mientras que los protagonistas de la novela de Coupland simplemente se limitan a recrearse en su descontento, al protagonista de El club de la lucha esta amargura le lleva a pensar que tiene que hacer algo al respecto.

El protagonista de El club de la lucha, que pertenece a la segunda oleada de la Generación X (algunos sociólogos la llamaron directamente Y) ha alcanzado cierto status profesional, pero aún así se siente frustrado. La televisión le enseñó desde pequeño que debía ser una estrella a toda costa y, al llegar a los 30 años, se da cuenta de que le han engañado, que la cultura de la publicidad (cuantos más bienes poseas, más feliz serás), en realidad es la responsable del vacío que siente por dentro.

«No hemos tenido un momento que nos defina. Ellos tuvieron la depresión, nosotros no hemos tenido nada», se lamenta Tyler Durden; la gran depresión de esta generación es su propia existencia. El personaje principal, al que conocemos como Jack a secas, representa a toda una generación de treintañeros blancos, hijos de madres solteras, que descubren un buen día que no tienen ningún propósito en la vida, que no sea acudir con sus elegantes corbatas a edificios enormes de oficinas en los que no son más que una nomina más, o ver por la televisión cada noche, recostados en sus sofás de Ikea,  la bazofia insustancial que vomitan todas las cadenas. Teniendo en cuenta que Fincher ha sido director de anuncios para empresas como Nike, no deja de ser paradójica esta crítica feroz a la sociedad consumista.

foto

El motín que llevan a cabo Tyler y Jack opera a una doble escala: En primer lugar, los personajes toman conciencia del engaño en que viven, para después arremeter contra quienes piensan que son los responsables de su vacío interno. El primer estadio al que hacemos referencia tiene lugar cuando Jack se decide a llamar a Tyler, después de que su apartamento haya volado en pedazos. Abatido,  le confiesa: «Tenía todo. Tenía un estéreo que estaba muy bien, un armario que se estaba volviendo muy respetable. Estaba cerca de sentirme completo». Para el narrador, son sus posesiones personales las que determinan su grado de felicidad. Será Tyler el encargado de abrirle los ojos en una de las líneas de guión más esclarecedoras de la película: «Solo cuando has perdido todo, te sientes completamente libre».

Una de las técnicas publicitarias más eficaces consiste en empaquetar y vender un problema para luego también vender la solución. Y este es, a grandes rasgos, el método que emplea Durden. Identifica a los culpables de la rabia y desilusión que su generación siente, para posteriormente encontrar una forma de liberación ante su asfixia, en forma de Clubs de la lucha. Cuando Tyler le pide al narrador por primera vez que le golpee, en realidad le está pidiendo que le traiga, desde de la nada existencial en que está atrapado, de vuelta a la realidad. Cada puñetazo que reciben, cada diente roto, les hace recuperar la propia identidad individual, aunque sea por la senda de la autodestrucción. Así, la lucha justa es una especie de rito de iniciación para la toma de conciencia de los protagonistas. En las luchas no hay recompensa o gloria explícita, pero todos los participantes están deseando formar parte de la fisicidad de la pelea. «¿Cuánto puedes saber de ti mismo si nunca te has metido en una pelea? No quiero morir sin cicatrices».

Gran parte de la crítica y el público entendieron en su día de forma literal estas cicatrices, y no como metáfora de la liberación que experimentan los personajes. Hollywood Reporter, uno de los medios que encabezó la caza de brujas contra la cinta, entrevistó a algunos espectadores después de un pase de la película. La mayoría consideraba que se trataba de una cinta moralmente «en bancarrota» que ofrecía a los jóvenes un ejemplo «socialmente irresponsable» de comportamiento.

Al habla el acusado [7]: «Siempre vi la violencia en esta película como una metáfora del uso de drogas… lo que intentamos mostrar del carácter es que tiene una necesidad que tiene que verse satisfecha . Estás hablando de un personaje que está prácticamente muerto,  un tipo que hasta ahora ha sido una mierda absoluta. Y cuando finalmente siente algo, se convierte en adicto a ese sentimiento. Tiene una necesidad de sentir, y esa necesidad está cubierta por el club de la lucha. Nunca pensé que se glamourizara la violencia. Pienso que hay mucha más glamourización en Matrix que en mi película».


[1] Son famosas sus declaraciones anti-semitas, así como su reconocida admiración por la figura de Francisco Franco (sic)

[2] Palahniuk  asistió al taller literario de Tom Spanbauer, cuyo método consistía en redactar en primera persona, pero diluyendo el yo en la página.

[3] Palahniuk, Chuck, «El club de la lucha», pág. 93. Ed. El Aleph, Barcelona, 2003.

[4] http://biblioteca.universia.net/html_bura/ficha/params/id/19508.html

[5] No se acaban aquí las diferencias. Al principio del relato, el narrador se presenta con un nombre falso (permitid que, por el momento me presente como William Wilson), y el speech del doble agonizante de Wilson podría haberlo pronunciado Durden en la película perfectamente: «Has vencido y me entrego. Pero a partir de ahora tú también estás muerto… muerto para el mundo, para el cielo y para la esperanza. En mí existías… y observa esta imagen, que es la tuya, porque al matarme te has asesinado tú mismo!»

[6] Cronenweth utilizó cámaras Eastman Kodak EXR 5248 y Vision 250D 5246  para los exteriores diurnos, y unos pocos interiores diurnos, y una cámara Vision 500T 5279 para todos los demás interiores y las secuencias nocturnas.

[7] En entrevista para Todd Dogan de Digital Bits, (noviembre de 2000).