David Fincher
Artículos y críticas de películas del director David Fincher.
Los inicios de David Fincher en la ILM [2] definieron, en gran medida, el interés del realizador de Denver por la tecnología. Su salto al mundo del videoclip le sirvió como campo de pruebas para ensayar su gusto por una estética ceñida al espíritu del tiempo —su Janie’s got a gun para Aerosmith—, para entrar en contacto con las grandes figuras del pop de principios de los noventa —Paula Abdul y Madonna— y para perfilar un discurso que pasaría de las imágenes al servicio de la estrella —en Forever your girl, de Paula Abdul— a las imágenes que cuestionan a la propia estrella y, años más tarde, dan cuenta de lo absurdas que podían llegar a ser ciertas modas, como la de hacer el Vogue, de Madonna. Por otro lado, su actividad en el mundo de la publicidad le grangeó, con el anuncio para la American Cancer Society, un gusto por el impacto, que el propio David Fincher adoptaría como rasgo característico de un director que siempre ha tenido muy claro lo que supone figurar bajo el rótulo dirigido por.
La determinación de David Fincher tras la cámara le ha llevado a ser considerado un realizador meticuloso, perfeccionista y capaz de dotar de una fuerza a la imagen que haga imborrables ciertos momentos de su cine. Ahora bien, todos estos detalles, que podrían decirse de Kubrick, Spielberg o, en líneas generales, de cualquier director que se preocupe por aquello que tiene entre manos, ¿de qué forma inciden para hacer de David Fincher un director aparte? He aquí la tesis del texto: pensar en David Fincher como la clase de artista que es capaz de esperar hasta que la tecnología, los medios de que dispone el arte, evolucionen, para llevar a cabo su nuevo proyecto. En 17 años, sólo seis películas y, a cada nuevo proyecto, un margen de ambición que genera un tiempo de preparación, rodaje y montaje cada vez más largo y minucioso.
El suicidio de Ripley, como metáfora de una franquicia al borde de la esclerosis, fue el inicio de una carrera cuyo primer jalón pasaba por redefinir en Se7en (1995) el canon del psycho-thriller, al borde de la muerte entre las buddy movies, el suspense erótico sin erotismo y todo villano que pudiese replicar a Hannibal Lecter. Con The Game (1997), David Fincher daba la primera pincelada crítica contra el inmovilismo de ciertas clases sociales, que sólo pueden activarse a través de sensaciones extremas o desdoblándose —siendo, más que nunca, uno mismo— en un Mr. Hyde dibujado a golpe de John Zerzan en El club de la lucha (Fight Club, 1999). Con La habitación del pánico (Panic Room, 2002) y Zodiac (2007), el inmovilismo dio paso a la radiografía de una sociedad fragmentada en múltiples universos cuyo desconocimiento fomenta un sentimiento de miedo y sobreprotección, que acaba haciendo de los EE.UU. una habitación del pánico gigante en la que la vigilancia desmedida vuelve irresoluble cualquiera de los problemas que azotan a Norteamérica.