Las historias sobre el propio cine y más incluso las que tienen que ver con Hollywood, y más aún aquellas que nos llevan a la época dorada del sistema de estudios, tienen una cierta capacidad de maravillar aunque solamente sea por la (de/re)construcción de ese mundo en gris o en color. Una vez introducidos en los entresijos del relato, lo extraordinario deja paso, siempre, antes o después, a un folletín de idas y venidas que van de lo turbio a lo escandaloso, de lo deprimente a lo hilarante, de lo ridículo a lo importante… Mank, seguramente la única película de David Fincher donde emerge un deseo verdaderamente íntimo, funciona muy bien en ambos estadios (cuando se adentra en presentar ese universo único, casi fantástico, y a la hora de mirar por el agujerito para enseñar sus peculiaridades) aunque lo hace de manera intermitente, con miedo a subir el tono, a resultar demasiado críptico o, simplemente, porque pesaba más para el director, ser fiel al guión de su padre que en esencia es un homenaje al trabajo oscuro del escribano (de maestro) con talento, y esto en realidad se puede trasladar, al menos hasta cierto punto, a la propia trayectoria de Fincher, un cineasta excelente, pero sin la pátina de autor con impronta. Por todo esto, quizá disfruté mucho más, y recuerdo mejor, los instantes probablemente más anecdóticos y tangenciales, aunque resultan de lo más elocuentes, intuyo por ser expuestos de manera engañosamente sutil y abiertamente subjetiva: la negativa de Marion de volver a hablar con el mandamás de la Metro porque ya ha hecho su ceremonial despedida; la tormenta de ideas entre Selznick y el equipo de guionistas para encontrar una vuelta de tuerca a un relato típico de terror; ese Mayer compungido durante el funeral por Thalberg, que en cuanto se sube a su coche lanza por la ventanilla despreciativamente el pañuelo con el que estaba segundos antes pretendiendo pasarse por actor; Mank, en ese mismo funeral, contestando con estoica honestidad a otra invitación de Selznick a hacer algo juntos: “la última vez que me ofreciste lo mismo, a la mañana siguiente no pasé de la secretaria de tu secretaria”.