El tratamiento de la paranoia americana según D.F.
La furgoneta se detiene en medio de una polvareda. Un par de «yurtas» languidecen en una estepa, aparentemente desolada. Se abre la puerta del vehículo y asoman, cámara en ristre, varios turistas. En el momento en que aparecen los primeros jinetes las cámaras empiezan a tintinear… Sin embargo, no es tan distinta la tienda de hoy a la de los dos días anteriores. Si los turistas reflexionan un poco (pero no lo harán) pueden pensar que los jinetes también se parecen a los de ayer. Y a los de anteayer. Pueden pensar que la joven nómada que les ofrece queso es la misma joven que dos días atrás les sirvió en un café. O que el hombre que lleva los camellos a abrevar es idéntico al chofer que les acercó a la ciudad. Y el niño que ahora monta el caballo es él que hace unos pocos días les pidió dinero en capital…. ¿Y si realmente fueran los mismos? ¿Y si las tiendas, los campamentos, las ciudades no son sino un inmenso decorado? ¿un montaje, un juego? Las celebraciones, los bailes, de la noche anterior son los bailes de hoy, de mañana, de siempre… Se representan una y otra vez para cada grupo de turistas. Todo es representación, simulación, juego….¿o es una paranoia?
Esta escena, que podría corresponderse con las de El juego, representaría la disyuntiva, la dualidad, que David Fincher repasa a lo largo de su filmografía. Por una parte, el análisis de los juegos de apariencias sociales, o las simulaciones, presentados como juegos de pistas en The game, naturalmente, pero también en Seven y El club de la lucha. Apariencias que alternativa, sucesivamente, se modificaban, mostrando los cambios, las metamorfosis en los personajes, ora frágiles o débiles, ora fuertes o dominantes, tanto en El club de la lucha, La habitación del pánico o en Zodiac. Por otro lado, y esto es más evidente, Fincher se plantea la misma pregunta, desconfía de las metamorfosis y observa a través de su cine la paranoia individual y social: El juego, El club de la lucha y Zodiac.
Más allá de su afán «vacilón», de una puesta en escena juguetona (demasiado frívola y narcisista las más de las veces), con retoques digitalizados, trepidantes travelling y montajes vertiginosos, son la estética del juego y la temática de la paranoia los pilares en los que Fincher basa su cine. Un cine que se zambulle en las profundidades del subconsciente de la sociedad yanqui. Una sociedad opulenta (The game, Panic room) o con aspiraciones (Fight club, Seven) a ella. Una sociedad, sin embargo, constantemente perturbada, desasosegada, por un enemigo sin rostro. Un enemigo que vive en su propio interior. Un enemigo, por ello, al que no se puede derrotar por que forma parte de la propia esencia de la sociedad americana. Fincher suele quedarse en la epidermis del asunto pero su mirada trata de escarbar en las mismas patologías que los inquietantes Cronemberg y Agoyan. Sólo hay que rascar un poquito en la superficie para que salgan a la luz conductas inquietantes o hechos tenebrosos en la hasta entonces más plácida sociedad.
En el arco temporal de los últimos diez años puede verse la evolución de Fincher. De él y de su cine. De la perspectiva de un pyschokiller que actúa como Dios sanguinario en Seven a la del, psychokiller anónimo (¿y múltiple?) de Zodiac. En este arco temporal, atravesado por el 11 de septiembre subyacen los miedos de América. Seven, el clásico de Fincher recreó el Mal con mayúsculas [1]. En aquellos años se podía temer al supervillano pero, una vez identificado, podíamos tratar de evitarle o incluso derrotarle Más adelante se difuminó la línea. El club de la lucha mezcla buenos y malos, lucidez y locura, con un complejo juego de roles hasta un final en el que podemos comprender que no hay maldad en la actitud de los personajes. El habilidoso montaje de El club de la lucha no corresponde sólo a una voluntad retórica (que la hay) sino que se corresponde plenamente con el juego de confusiones que se desarrolla. A diferencia de El juego, una obra más efectista que efectiva, a diferencia de Seven, dónde la estética prima sobre todo, El club de la lucha juega a la inversión de roles en un entorno de confusión mental como metáfora de la confusión social.
Sin embargo los edificios que se hunden al final de El club de la lucha se materializan el 11 de septiembre. Hollywood ya no puede plantearse espectáculos de destrucción vacía. La habitación del pánico recoge en una historia sintética, casi anecdótica, el temor y la paranoia del asalto, del robo, de la agresión. El mismo año en que todos los demás autores con alguna vocación de transgresores en Hollywood (Lynch, los Coen, Shyamalan) tienden a la abstracción, Fincher retoma el tema de la paranoia y lo convierte en el eje central de su nueva cinta. El asesino o los asesinos en serie de Zodiac, a diferencia de Seven, no son un enemigo todopoderoso por su megalomanía, por ser un master criminal. Es el anonimato, la falta de pistas, las incoherencias o heterogeneidad de los asesinatos que hacen de Zodiac alguien imposible de identificar. Como en la coreana Memories of murder , los protagonistas de Zodiac, policías y periodistas, sufren y se desesperan tanto por los crímenes acontecidos como por su impotencia para trazar el rastro y la identidad del criminal. La paranoia es inevitable. Y ya no hablamos de juegos. Hay un cine antes y después del once de septiembre y Fincher encarna perfectamente esta evolución.
Pensar que el asesino puede ser cualquiera, que cualquiera de nosotros puede ser un asesino, es una actitud demasiado inquietante. Por ello nos negamos a ver el espejo que puede devolvernos la imagen de un culpable. Y de la incapacidad de contemplarse en el espejo nace la necesidad de identificar un agente externo, un enemigo exterior, un peligro nacido más allá, a ser posible, de los límites nacionales (en la realidad y en la ficción) o de los límites atmosféricos (en el fantastique). Sin asesinos identificables, con incomprensión ante lo sucedido, la venganza es imposible y ello desencadena una gran frustración. Si no hay explicaciones, deben elaborarse, las reglas del juego se redefinen. La paranoia no está más que a un paso. Es por ello que el islamismo, en genérico, no es suficiente. El 11 de septiembre no es comprensible para la sociedad americana (y para gran parte de Occidente) si tras su planificación no hay un megavillano como Bin Laden, Saddam, Castro o Gadaffi, malvados con rostro y atuendo de «malos» a los que se puede perseguir físicamente, derrotar, asesinar. La invasión de Irak es tanto la catarsis social y política como la reafirmación de una explicación creada,, adaptada, para la realidad social americana. Fincher revisa esta angustia, esta situación. El drama al que Michael Douglas se enfrenta en The game es que su enemigo, sus torturadores, no tienen entidad. Pueden tener muchos rostros, pero ninguna identidad reconocible, ninguna motivación que los explique. Sólo reaccionará cuando considera que toda la trama tiene como objetivo básico robarle su fortuna. En Zodiac, el máximo conflicto es reconocer que Harry Callahan puede asesinar en la pantalla al criminal que en la realidad ni tan siquiera se puede identificar. El club de la lucha sofistica la situación poniendo al personaje principal en un conflicto moral: Si su angustia proviene del american way of life, su curación pasa precisamente por sabotear el status quo, golpeando física y éticamente los mecanismos de acción del sistema en una cinta que lucha contra la corrección social, económica y política. Su opción pasa por una locura que le permita atacar (y derrotar) al enemigo sin rostro al que se enfrenta. El club de la lucha resulta no sólo la más representativa de las cintas de Fincher sino que la actualidad sociopolítica la reafirma y la reivindica. La locura es la única medicina contra la paranoia. Pero debemos reconocer antes que el enemigo invisible no está ahí fuera, sino dentro de nuestra sociedad, de nuestras corporaciones, de nuestros símbolos. Dentro de nosotros. Como un Alien.
[1] Clásico, sí, mal que pese a algunos, puesto que creó escuela.