The Game

Funny Games

Película tras película, David Fincher ha ido aposentándose por méritos propios dentro de ese reducido grupo de cineastas norteamericanos, que siendo más o menos jóvenes otorgan una credibilidad, un rigor y una calidad necesaria para el cine que nos llega desde el otro lado del atlántico. Gente como Paul Thomas Anderson, M. Night Shyamlan, Michael Mann y el propio Fincher, han demostrado no sólo una voz y una personalidad cinematográfica encomiable, sino la certeza que difícilmente llegarán a realizar una mala película. Quizás acierten más o menos, pero un gran alto grado de calidad está asegurado, acompañando a su apellido. Aunque lo realmente interesante de este concepto es la común visión oscura e inquietante de las historias que cuentan. Cada uno en su estilo, cada uno a su manera, pero Fincher entre ellos, son los únicos que son capaces de ponerle coraje para ofrecer no ya sólo planteamientos sino resoluciones pesimistas.

Y seguramente Fincher es el que ha alcanzado cotas más altas en este sentido. Si repasamos toda su filmografía, sus títulos se ciernen sobre el pesimismo como solución final, como parte de la vida contra la que hay que levantarse. Su Fight Club planteaba el anarquismo como único método para salir de la falsa burbuja donde vivimos. En Se7en, John Doe consigue su objetivo al ejemplificar sus siete pecados capitales gracias a los dos más humanos, la envidia y la ira. En Zodiac nunca llegamos a conocer la identidad del asesino, y la protagonista de Alien 3 muere al final sin una posible salvación, condenada también a morir con el monstruo que ha marcado su existencia. Esa reflexión acerca de la verdadera condición humana no es casual. Fincher cree ciertamente en la perdición del hombre debido a si mismo. De ahí que sus películas tengan un matiz metacinematográfico oculto en sus fotogramas, un toque nada subliminal que lo único que pretende es dejar claro su desacuerdo con a falsedad que intentamos encubrir, y su proximidad con aquellos que realmente han tenido el valor de intentar y levar a cabo una transgresión total. Una lección a todos los humanoides que se mueven por inercia sin destino, sin rumbo, sin objetivo.

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La tremenda puesta en escena del director de Panic Room, no hace otra cosa que potenciar esta sensación. A través de planos largos, amplios y apoyado en una luz oscura y fría, junto a una dirección artística gris e impersonal, acentúa la soledad que sufre el protagonista. Por suerte, el ritmo en general lento a pesar de ser un thriller, juega a favor de la cinta ya que la sensación de angustia, de no saber que está pasando y la presencia de un gran Michael Douglas, en plano durante el 90% del metraje, atrapan de una forma enfermiza al espectador para soltarle sin tapujos, y como un puñetazo en pleno estómago toda la artillería moral que encierra la cuestión principal que encierra la película.

De ahí que todos esos factores se explayen de forma más amplia en The Game, sin duda el largometraje más pesimista de su director. Porque al fin y al cabo el juego real que plantea Fincher en la película, no es otro que el despertar a la realidad más cruel de un hombre que se está perdiendo en si mismo. Nicholas Van Orton es un personaje que lo tiene todo, pero no tiene nada. Se ha ido deshumanizando progresivamente hasta llegar a un punto de no retorno…a no ser que algo realmente importante cambie su vida, le abra los ojos. De ahí que el juego del título no sea más que un mcguffin que nunca queda claro en que consiste, pero al igual que propuso Haneke con su magnífica Caché, no importa, es indiferente (Eso tiene mucho que ver en la dualidad que suscitan ambas películas, muchos detractores que no lo aceptan, o no o entienden, frente a defensores que han sido capaces de mirar más allá y «jugar» a aquello que nos proponen). La esencia en si es comprobar como ese juego sirve de excusa para explotar los aspectos más bajos de una personalidad torturada como Van Orton, acomodada, será despojada de todos sus atributos para tener un nuevo bautizo como nuevo ser humano, que no por casualidad comienza con el protagonista saliendo de una tumba. Ha sido necesaria su muerte para volver a la vida. Fincher le otorga una nueva oportunidad, pero no es gratis, porque el mensaje y pesimismo del cineasta llega aquí su punto más álgido. Van Orton, al final del metraje está dispuesto a morir, a suicidarse fruto de una culpa, una culpa falsa provocada por su hermano. Pero una culpa que lleva a una persona a querer quitarse la vida. Fincher no se corta en asegurar que la única salvación posible para él es la muerte. Y solamente cuando él ha aceptado su condición y se mate (Van Orton, no lo olvidemos, llega a suicidarse tirándose de la azotea), será salvado… previendo ese grand finale!!!. Sólo entonces un ave fénix resurge de las cenizas, pero… hay otra pregunta que queda en el aire. ¿Qué tipo de persona será ahora Van Orton tras el juego? ¿Realmente será alguien que aprecie ese regalo que le ha sido ofrecido a pesar de todo lo que ha llegado a hacer, o sólo habrá acentuado ese pesimismo y el juego en si provocará el efecto contrario…? Todo es posible.