Lectura no recomendada
Se ha hablado de que Benjamin Button es la peli para Oscar del amigo Fincher. Sigo sin saberlo. Pero después de ver este The reader creo estar en lo cierto si digo que esta tercera película de Stephen Daldry está pensada para lucir estatuilla. Proyecto heredado de los fallecidos Anthony Minghella y Sydney Pollack, arrastra el lastre, el sello, del primero. El lector es película «qualitè»…¡horror! Con todo lo que ello acarrea. Buenas interpretaciones (¡Kate a por el Oscar, pisa a Cate!), música minimalista, dos fotógrafos de élite para unas imágenes anodinas, actorazos desaprovechados como secundarios (Ganz y Olin) y, sobretodo, un tufillo a comida precocinada muy molesto. De hecho, si algo tiene en común esta cinta con la lectura es su título original, por lo próximo que se situa a «Reader’s Digest». Así pues, la nueva película de Stephen Daldry se construye en torno a la lectura más que a la literatura. Las referencias a diversas obras puntúan una trama anodina sin que de juego para contemporizar una evolución de los personajes ni para integrarlo en ningún juego dramático. La historia, morosa siempre, previsible a ratos, se despereza entre un principio y un final vagos, difusos, que recogen una melancolía impostada y la superponen a la reflexión o la emoción auténtica.
Si Billy Elliot, en su simplicidad, tenía una frescura y ritmo envidiables, Daldry optó por un tono severo en su segunda película, la adaptación de Las horas. Ésta sufría ya de «qualité» y algo de reiteración. Sin embargo, el excelente reparto (de Julianne Moore a Ed Harris) y la envolvente banda sonora de Philip Glass otorgaban a la película un ambiente enrarecido que, como mínimo, provocaba desazón en el espectador. El lector, no obstante, no recoge los frutos de aquella cinta y se erige como un monumento a la autocomplacencia. Si sus protagonistas se encierran en un mundo propio para, una vez aislados, descubrir con dolor sus limitaciones, Daldry parece ignorarlas y se regodea en las idas y venidas, temporales y argumentales, de una historia que casi podría haberse contado en menos de una hora y consiguiendo mayor emoción.
Si la primera parte de la cinta tiene algún interés es sin duda el interés erótico, físico, de los cuerpos de los amantes. Desafortunadamente para el espectador, no sólo la puesta en escena escamotea los físicos las más de las veces, sino que El lector es menos erótica que cintas a priori tan literarias como ella como eran la excelente El amante de Lady Chatterley o la interesante La lectrice. Para el momento en que la trama se enriquece a nivel argumental, da la impresión que Daldry y su guionista (David Hare, escritor también de Las horas y de películas que giran en torno a pasiones fatales como la excelente Herida de Louis Malle y la plomiza Plenty de Fred Schepisi, así como de una cinta en preproducción de Michael Winterbottom, Murder in Samarkanda) optan por la estrategia del Reader’s Digest para no complicarse demasiado la vida y aligeran por lo sano la carga dramática y el componente moral de las relaciones de Michael.
Hay algunos lectores que pueden ser considerados como auténticos artistas. A otros se les puede valorar como artesanos cómplices del escritor que permiten la ilustración y la difusión del original. La copia repetida de La mujer del perrito, tal y como Hanna la utiliza, tal y como la pone en escena Stephen Daldry, no es sino la imitación esforzada de lo que debería ser un buen texto.