Beach Boy
Cualquier película que trate sobre Chet Baker, esté rodada en un precioso blanco y negro y cuya primera escena tenga lugar en la playa debería ser buena por naturaleza.
Let’s Get Lost empieza con un grupo de jóvenes que se mueven por la playa de Los Angeles como los personajes de Shadows por las calles de Nueva York, quizás porque el documental de Bruce Weber pertenece a la misma estirpe que el cine de Cassavetes: amante de los rostros, del blanco y negro, del jazz, de los bares y las mujeres, de la fiesta y las heridas, y de la improvisación. La primera escena de Let’s Get Lost es un estado de ánimo, pero también supone la presentación de una banda sonora que va más allá de la música del objeto del documental. El rumor de las olas se convierte en recurrente banda sonora. Acompaña al protagonista y se funde con sus piezas. Uno de los entrevistados pone en relieve el factor espacio en la música de Baker, la playa, el sol, California… «la forma de tocar de Chet era al jazz lo que los Beach Boys serían al rock’n’roll», dice. El sonido del oleaje, unido a la suavidad de la trompeta.
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Weber dibuja a su protagonista en un extremo blanco y negro. En un plano picado, la figura del trompetista vestido de negro y su sombra, extendida, contrastan con el brillante suelo blanco. Chet en negro, el fondo en blanco. En otra escena, en plena entrevista, Weber deja el fondo oscuro, iluminando tan solo una parte del rostro de Baker. Blanco y negro. El genio y el ángel caído. El hombre y el mito. Los claroscuros de Let’s Get Lost corresponden a los de su protagonista: la estrella total -músico conmovedor e imagen bella-y el hombre hundido por las drogas y de carácter complejo. Por un lado están las imágenes de archivo, fragmentos de grandes conciertos, y las fotografías de un músico de jazz que parecía el reflejo en un espejo de James Dean. Por el otro, las declaraciones de algunos de sus allegados que abren una fisura en el mito. Entre estos últimos, un silencio doloroso: Weber le pregunta a la madre de Baker si su hijo le defraudó. El rostro de ella en silencio. Una pausa y la respuesta: sí, pero no hablemos de esto.
Al final de Let’s Get Lost se mantiene esta dicotomía. «Chet Baker murió el viernes 13 de mayo de 1988 a las tres de la noche. Tenía 58 años. Los periódicos escribieron que se había caído de la ventana de su hotel en Ámsterdam. La policía dijo que habían encontrado el cuerpo de un hombre de treinta años con una trompeta». Los periodistas, creadores de mitos, portaron la realidad de la última caída de la estrella. La policía, vinculada siempre a los hechos, terminaron por agrandar la leyenda, la del bello trompetista de rostro joven. Un nuevo claroscuro. Weber, al final, cierra Let’s Get Lost con la voz y la imagen perenne del mito: cantando en una película, bajo la sombra de un árbol, abrazado a una chica. Un hermoso recuerdo, una ensoñación, el tiempo detenido… imborrable.