A ciegas

Miradas de cine

Con Blindness, Fernando Meirelles ha demostrado una vez más, no sólo que es un gran director de cine, sino un personaje capaz de aunar en sus películas, un gran espectáculo, junto con una potente y dura reflexión que viene acompañada, como debe ser, con los elementos cinematográficos que son los que diferencian las buenas de las grandes películas, las buenas ideas, de las excelentes resoluciones, y los mediocres de los grandes cineastas.

La frescura que ha supuesto la adaptación de la novela de José Saramago en la de por si gris cartelera actual supone una puerta a la esperanza en uno de los pocos directores capaces de hacerse esperar años en entregar una nueva pieza de orfebrería, conscientes, que habiendo alcanzado un grado de madurez muy interesante, serán incapaces a partir de ahora de entregar una mala película. Meirelles se une pues, por derecho propio a los P.T. Anderson, a los Almodóvar, a los Michael Mann y a los cineastas en resumen que saben perfectamente que para hacer buen cine, no únicamente se trata de contar bien una historia, sino que hay que hacerlo con una cámara…

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Dejando de lado el buen material de base que cuenta la película (También lo tuvo fácil con la adaptación de la excelente novela El Jardinero Fiel), la grandeza de Blindness es la perfecta armonía entre contenido y continente. Esa conjunción, que lejos de destacar más que la propia película en si y hacerse como único reclamo posible, deviene una forma orgánica perfecta entre reflexión y consecución de intenciones. Y no sólo hablo de los fundidos a blanco que utiliza el director brasileño (el síntoma de la ceguera es la visión completamente blanca del mundo), en lugar de los comunes fundidos a negro. Me refiero a la sutileza como estilo. A medida que la trama se desarrolla y Meirelles nos encierra con los ciegos, pretende que veamos como ellos, de ese modo, la gente «no contaminada» siempre aparece filmada en desenfoque, con la cabeza cortada o en ángulos muy difíciles que dificultan su reconocimiento. A medida que el metraje avanza, el espectador se olvida de la existencia que hay gente que aún puede ver, pues es tal la capacidad de intensidad con la que el director de Ciudad de Dios nos obliga a estar.

De ahí que la dureza de la historia y de la reflexión que la acompaña venga acompañada por la dureza de las imágenes. Y es que al final, lo que sobresale es una idea. El hombre es un lobo para el hombre. La ceguera viene por arte de magia, no se entiende, es una especie de maldición, de castigo, no hay explicación, y no es otra cosa que la chispa que enciende la verdadera naturaleza del ser humano. Un animal que se rige por impulsos, y es debido a ella, cuando el hombre no puede ver lo que se hacen los unos a los otros, cuando el ser humano saca su peor lado, y Meirelles, sin compasión nos muestra la bajeza moral de nuestros congéneres, con una sola diferencia. El público sí puede ver y es testigo de la realidad que ha creado. Una realidad que nadie nos garantiza que no pueda ocurrir. Una realidad dolorosa por lo cercana y por lo posible. El hecho que Meirelles apueste por el drama en lugar del thriller, por el puñetazo en la cara en vez del tiroteo, por la cruda violación en lugar de la consabida secuencia de sexo iluminada y al ralentí, por la dureza de las palabras y actos, eleva la cinta a algo más que una simple película emparejándola con el cine e ideas de Passolini, una puesta al día de sus duras bofetadas cinematográficas que acabaron costándole la vida al director italiano. Por suerte son otros tiempos, otras creencias, otra sociedad, otro mundo…pero la misma miseria, la misma bajeza moral, la misma humanidad.

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Blindness se puede resumir en un plano. Al inicio del metraje, cuando Julianne Moore sale de casa, es filmada en un plano general a través de la mesa del bodegón con unas frutas en un bol que se hallan en primer término. Al final del largometraje, cuando la protagonista vuelve a entrar en casa, tras todo lo que ha sucedido, visto y vivido, Meirelles utiliza el mismo plano, pero esta vez las frutas están podridas, revenidas tras el tiempo pasado. Ese plano encierra la película. Ese es el destino del hombre, el ser humano está condenado a podrirse él solo, es nuestra cruz, nuestra lacra, pero ganada a pulso. Ese plano encierra una de las reflexiones más certeras vistas en una película en bastante tiempo, pero la grandeza de todo, no radica en lo que nos cuenta (Hay que recordar que a novela de Saramago tiene mucho que decir), sino en el cómo, como un plano puede decir tanto con tan poco. Eso…eso es cine, y lo demás son tonterías.