BASEketball. Muchas pelotas en juego

Un cuento americano

Algún día habrá de valorarse en su justa medida la contribución de David Zucker a la comedia contemporánea. Se quiera o no, el triunvirato formado por los hermanos Zucker y Jim Abrahams (el llamado equipo ZAZ) cambió para siempre la forma de hacer comedias con la seminal The Kentucky Fried Movie (John Landis, 1977), a la que pronto seguirían Aterriza como puedas (Airplane!, 1980), Top Secret (Top Secret!, 1984), Por favor, maten a mi mujer (Ruthless People, 1986) y la trilogía de Agárralo como puedas (The Naked Gun: From the Files of Police Squad!, 1988); desde los hermanos Marx o Jerry Lewis no se había visto semejante desprecio por la idea de lógica y unidad narrativas. En los últimos tiempos, Zucker ha fagocitado felizmente una serie ajena, la iniciada por Scary Movie (Keenen Ivory Wayans, 2000), deudora en origen del Scream (1996) de Kevin Williamson y Wes Craven y de la comedia absurda y multirreferencial de los ZAZ.

Entre medias, filmó BASEketball. Muchas pelotas en juego (BASEketball, 1998), que supone el encuentro entre la comedia gamberra de los años 80 y sus herederos de los 90: Trey Parker y Matt Stone —responsables de la muy bizarra Cannibal! The Musical (Trey Parker, 1996) y la serie de animación «South Park» (1997—2008), así como de la secuela de un cortometraje del propio Zucker: For Goodness Sake II (1996)— son Joe Cooper y Doug Remer, dos veinteañeros sin trabajo, sin estudios superiores y sin vergüenza que se dedican a tocarse las pelotas y jugar a la Nintendo. Como la mayoría de los personajes que pueblan la Nueva comedia americana (y no tan nueva: cf. desde el eterno adolescente interpretado por el citado Lewis a los protagonistas de El pelotón chiflado/Stripes, Ivan Reitman, 1981), «Coop» y Remer no han cambiado nada desde el instituto, permanecen anclados en la adolescencia. Se consideran —y, sobre todo, son considerados— unos fracasados, pero su pasividad y abandono naturales les impide reaccionar; son los últimos supervivientes de la Generación X. Sin embargo, durante una fiesta de ex—compañeros de clase —a la que, por supuesto, no han sido invitados—, ambos inventan el baseketball, un nuevo deporte que combina las reglas del beisbol y el baloncesto sin que «tengamos que correr, saltar o botar la pelota» (sic) y una psico—defensa a base de humor adolescente. Un juego en el que, en principio, cualquiera puede ser una estrella, pero que como todos los deportes, corre el riesgo de ser convertido en un gran negocio, y a ello se aplica el magnate interpretado por Robert Vaughn…

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El film es un divertido catálogo de las virtudes del cine de Zucker: planteado  como una nueva parodia (sub)genérica, en esta ocasión de las películas de superación deportiva al estilo de Hoosiers: más que ídolos (Hoosiers, David Anspaugh, 1986) y Los blancos no la saben meter (White Men Can´t Jump, Ron Shelton, 1992), contiene abundante humor absurdo y gags en segundo término del plano, toneladas de sal gruesa (que reflejan la influencia de Zucker en valores como Parker y Stone o los hermanos Farrelly: cf. la imagen de Remer bebiendo agua del bidé, el partido contra el equipo gay San Francisco Ferries o el programa televisivo Road Kill, dedicado al atropello de animales; incluso el gag de las bragas de la señora Kaiser fue repescado en Amor ciego/Shallow Hal, Peter y Bobby Farrelly, 2001) y chistes a costa de Bill Clinton, Christian Slater o Robert Downey Jr. Hay, al menos, dos secuencias excelentes: la desastrosa visita de «Coop», Remer y Squeak (Dian Bachar, habitual compinche de Parker y Stone) al pequeño Joey (Trevor Einhorn) en el hospital, extraordinaria combinación de comedia física y verbal que no desentonaría en Caso clínico en la clínica (The Disorderly Orderly, Frank Taslin, 1964), y aquélla en la que un deprimido «Coop» conduce su coche mientras en la radio suena un standard melancólico (de nuevo, la convención), que llega a reproducir exactamente lo que le está sucediendo en ese momento

«A lo mejor hemos crecido demasiado rápido», dice «Coop» cercano el final del film. Al igual que en las posteriores Cuestión de pelotas (Dodgeball: A True Underdog Story, Rawson Marshall Thurber, 2004) y Los calientabanquillos (The Benchwarmers, Dennis Dugan, 2006), el sueño americano redescubre un nuevo horizonte superpoblado de inadaptados y panolis.