La saga Jackass

Una iluminación dolorosa

El origen de la serie de televisión Jackass reside en dos fuentes paralelas. Por una parte, los vídeos que regalaba la revista de skateboarding Big Brother Magazine. En ellos, aparte de una curiosa e innovadora fijación, dentro de su marginal subgénero videográfico, con el registro detallad de golpes y caídas reales de skaters (algunos de ellos, futuros habituales de la serie), los vídeos incluían la aparición de Johnny Knoxville haciendo bromas con cámara oculta y reportajes de periodismo gonzo intrascendente posteriormente reciclados en Jackass, como el sketch en el que prueba en su propio cuerpo diversos métodos de autodefensa, desde tazers a sprays antiviolaciones. El otro punto de partida de Jackass está en CKY (abreviatura de Camp Kill Yoursel), vídeos domésticos grabados en Pennsylvania por Bam Marguera y Brandon DiCamillo. De una abstracción aún más experimental que la de Big Brother, CKY solo usaba la cultura juvenil del skate como excusa para generar gags y microgags exclusivamente basados en el humor físico de raíz violenta. Caídas y golpes marcaban un espíritu de contundente cartoon descerebrado, cuyo elemento diferenciador es la agresividad no accidental, sino provocada y consentida: la mitología de CKY va de microgags en los que Bam o Brandon se lanzan desde un tejado de una casa a un árbol cercano, a la configuración de los carritos de supermercado como vehículo de dolor y caos a altas velocidades, y que heredaría como orgulloso icono la propia Jackass.

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Un humor tan sencillo de describir de forma superficial como lo es la propia estructura de la serie: en cada episodio se suceden de forma inconexa una serie de gags que van alternando stunts de riesgo con secuencias de humorismo televisivo más tradicional, como la cámara oculta o la tomadura de pelo abierta y sin complejos del viandante ocasional (de nuevo el entorno urbano como ambientación heredada de los VHS de skateboard). La grandeza de Jackass viene de su constante, algo sedado estado de iluminación semi-trascendental, que hace que los personajes se vean atraídos magnéticamente por el dolor y la humillación —de forma paralela, aunque no idéntica, a la hilarante despreocupación y resistencia al dolor que produce el uso de sustancias disociativas o psicomiméticas—. Con un componente de ingenuidad que convierte a Jackass en una especie de paradigma involucionado e idiota de la tradición slapstick, el grupo comandado por Johnny Knoxville se equipa con una honestidad desarmante: está dispuesta a cualquier cosa con tal de activar el más elemental músculo de la risa. El sonido que más atraviesa la banda sonora de Jackass es una infantil, insolente carcajada puntuada por gemidos de dolor y palabrotas. No hay humillación suficientemente agresiva o recurso desechado por infantil o primitivo (lo soez y sexista se muestran aquí carentes de componentes amargos) siempre que haga reir, desde una base ciertamente masculina (el exhibicionismo y muestras de valor fatuo son constantes) pero con un alcance absolutamente universal.

La prueba más contundente de que los logros de Jackass no eran casuales está en las dos películas de 2002 y 2006. En ambas se reformulaban los códigos más reconocibles de la serie y los stunts y gags se multiplicaban en dimensiones, alcance, riesgo y, sobre todo, teatralidad, perdiendo algo de espontaneidad pero ganando una fuerza simbólica incomparable. La culminación de la serie, sin duda, se encuentra en Jackass Number Two, en la que los componentes del grupo, ya convertidos en adultos, se preguntan por qué masturban a un caballo just for laughs. Teñida de la amargura que ataca a quien se ve demasiado mayor para madurar, pero incapaz de renunciar a una última pedorreta, esta segunda entrega acaba con un arriesgadísimo stunt, pletórico de claroscuros y momentáneo remordimiento, en el que Knoxville es disparado a un lago a lomos de un cohete, a lo que sigue un increíble número musical en el que la serie entronca con el ambiguo optimismo del Broadway clásico, con el reparto entonando The Best of Times is Now, de La Cage Aux Folles. Y cantan, mientras puntúan las coreografías con los golpes y caídas marcas de la casa, «So hold this moment fast / And live and love / As hard as you know how / And make this moment last / Because the best of times is now». Y así la ironía del payaso que llora, en este caso de puro dolor físico e impotencia ante la desgracia, se renueva con más energía que nunca.