Larry David

El presente artículo apareció publicado por primera vez en la columna Desde Europa del website argentino Otros Cines. El texto ha sido editado para su publicación en el presente estudio.

El cómico radical

Proposición

Paradigma de la más avanzada sitcom contemporánea (sólo comparable en relevancia a la versión británica de The Office [Ricky Gervais y Stephen Merchant, 2001-2003, BBC] ), Curb Your Enthusiasm (2000-?), concebida, escrita y protagonizada por Larry David, plantea una serie de hallazgos narrativos, formales y metodológicos cuyo alcance revolucionario remite a las cotas más altas del genio artístico: de Lubitsch a Chaplin, de Kiarostami a Cassavetes, de Pedro Costa a Albert Serra. Comparativas que requieren, por supuesto, una explicación/demostración.

Demostración

Son muchos los motivos que hacen de Curb Your Enthusiasm un objeto audiovisual deslumbrante, adictivo, arrollador y delirante. Partiendo por su premisa argumental: un avispado juego metalingüístico en el que Larry David, que se interpreta a sí mismo, ve frustrado su intento de regreso al mundo de la stand-up comedy después del aplastante éxito de Seinfeld (1990-1998, NBC), popular tele-comedia de la que fue co-creador junto a Jerry Seinfeld. He aquí un salto en abismo que remite, por ejemplo, al mecanismo de avance de la trilogía de Koker de Abbas Kiarostami. Podría apelarse también al naturalismo sobre el que se sustenta formalmente la serie, rodada con dos cámaras al hombro, en localizaciones reales, sin público en directo, ni risas impostadas. Y habrá también quien goce por encima de todo con el temerario abordaje que realiza David al territorio de la incorrección política. Su arma no es la sátira más grotesca (como la de Sacha Baron Cohen, el Ben Stiller-director o las series de animación Family Guy [Seth MacFarlane, 1999-?, Fox], Los Simpson [The Simpsons, Groening, Brooks & Simon, 1989-?, Fox] o South Park [Parker y Stone, 1997-?, Comedy Central]), sino más bien un dispositivo de ataque con camuflaje. David sitúa a su alter-ego ficcional en el seno de la clase acomodada de Los Angeles como si se tratara de un caballo de Troya, listo para dinamitar desde el interior las costumbres, tradiciones y especificidades culturales del contexto social, adoptando como motor de su mecanismo agresor la desarticulación de la idea de sentido común.

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Observado desde la distancia, Larry David no desentona entre sus compañeros del club de golf, los altos ejecutivos de las cadenas televisivas y sus amigos de la profesión (Ben Stiller, Ted Danson, Martin Scorsese o David Schwimmer, todos ellos guest stars que se interpretan a sí mismos en la serie). Sin embargo, para comprender la auténtica naturaleza del personaje debe observarse en detalle su depurado egoísmo, su temperamento irascible, su falta de escrúpulos y su absoluto inconformismo. Estamos ante el arquetipo del misántropo enfrentado a la paradoja del éxito, un combate de la mayor altura cómica entre el ser humano racional y los principios de la «diplomacia cotidiana». Es de esta batalla de orden social de donde surge el profundo sentimiento de incomodidad e incomprensión que planea sobre el personaje de David, aunque en una misma proporción resplandece su orgullo irreverente, su negativa a acatar lo establecido, exquisitamente condensada en un gesto sublime que utiliza el personaje para manifestar su disconformidad. Enfrentado a una situación en la que «los modales», el pacto social, recomendaría un resignado gesto afirmativo de cortesía, David prefiere rebelarse mediante una expresión mínima y consistente: arqueo de cejas, pequeña ascensión de nariz y pómulos, sutil sonrisa de desagrado y (como guinda del pastel) un característico «naaah», que según la intensidad del desacuerdo puede derivar en «naagh», o incluso «nieegh». Breve, contundente, punzante, inclemente… el «naaah» de David es primo hermano de la inolvidable «patada hacia atrás» con la que Charlot se deshacía de sus perseguidores, o que lanzaba al vacío como símbolo absoluto de su desafío al orden establecido. Un gesto que fascinaba al gran André Bazin y que analizó con maestría en numerosas ocasiones: «…en el estilo y la utilización tan frecuente y personal (por parte de Chaplin) de la patada hacia atrás radica el reflejo de una actitud vital» (Bazin, Andre. Charlie Chaplin, Paidós, Barcelona, 2002, pag 21).

Aunque si hay un aspecto que condensa a la perfección el genio de David, es su maestría a la hora de concebir la estructura narrativa de sus gags. En este caso, el valor añadido de la comedia no radica tanto en su grado de fisicidad, ni tan siquiera en el dominio del tempo o en la eficacia de la ejecución (que suele ser excelsa). La brillantez del conjunto se manifiesta sobretodo en la inteligencia de su arquitectura narrativa, su capacidad para elaborar en paralelo una serie de gags que estallan al unísono al final de cada capítulo. En este sentido, David delimita con claridad la frontera entre el chiste y el gag, apostando claramente por la sofisticación y robustez del segundo, renunciando a la cheap laugh y trabajando el efecto cómico con paciencia, mesura, claridad y transparencia, logrando aquello que Bazin atribuía a Chaplin: la capacidad de generan dos oleadas de carcajadas, la del shock y la del reconocimiento del genio. Se trata de gags que pueden ser vistos una y otra vez ya que «la forma cómica y el valor estético nada deben al factor sorpresa. Éste, agotado en la primera visión, cede el sitio a un placer mucho más delicado que consiste en la espera y el reconocimiento de la perfección» (Bazin. Charlie Chaplin, pag 19). Para asentar dicha idea, vale la pena atender a las palabras de Larry Charles, productor ejecutivo de Curb y director de los capítulos más políticamente incorrectos de la serie —además de realizador de películas como Borat (2006) o Religulous (2008)—, que define a Larry David como «una persona muy paciente cuando se trata de trabajar la comedia. Confía tanto en la eficacia de sus gags que no le importa descartar situaciones o líneas de diálogo increíblemente divertidas si cree que estas pueden difuminar o minar la resolución final que él tiene en mente» (Dolan, Deirdre, Curb Your Enthusiasm. The Book, Simon & Schuster, London, 2006, pag 97).

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Si de alguien es deudor David en lo referente a su concepción de la arquitectura cómica, ese es Ernst Lubitsch. En el libro Conversaciones con Billy Wilder de Cameron Crowe, hay un pasaje revelador en el que Wilder explica que él y Charles Brachett no daban con la manera de retratar el proceso de enamoramiento entre Ninotchka y el mundo capitalista en la película de Lubitsch de 1939. Estaban completamente atascados. Pero entonces el director de Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise, 1932), que estaba al tanto del problema, apareció gritando: «¡El sombrero, es el sombrero!». Se refería, claro, al sombrero con el que va topando Ninotchka a lo largo de la película, primero despreciado por la Garbo por sus extravagantes connotaciones capitalistas («¿Cómo puede sobrevivir una civilización que permite a las mujeres llevar eso en sus cabezas?»), pero finalmente admirado y utilizado por la actriz/personaje con clase, estilo y sofisticación. «Cuando se trabajaba con Lubitsch, siempre rondaban ideas así» comentaba Wilder.

No hay ningún sombrero de alta costura en Curb, pero sí la camisa de un amigo muerto, una muñeca decapitada, una ensalada con pocas gambas, unos palos de golf de diseño exclusivo o un antiguo piloto kamikaze japonés (todavía vivo), entre muchos otros personajes y objetos que funcionan como rieles por los que circulan los gags concebidos por David, que en ocasiones llegan a extenderse durante el transcurso completo de una temporada (cada una de ellas —seis hasta el momento— compuesta de diez episodios de media hora). El caso más impactante en este sentido es el uso de la figura de Michael York en la tercera temporada, la mejor de las seis realizadas hasta la fecha (la séptima se haya supuestamente en preparación y se espera que sea emitida por HBO a finales de 2009). [Atención, se desvelan secretos. Spoiler Alert] Durante los nueve primeros capítulos, las apariciones de York son discretas, insulsas, deslucidas, incluso aburridas. El flemático actor británico parece fuera de lugar en el contexto de la acción, siempre serio, aparentemente incómodo y bordeando el ridículo. Sin embargo, en la última secuencia del último episodio (titulado The Grand Opening), la figura de York emerge con la fuerza de un vendaval cuando, para solventar una incómoda papeleta (relacionada con un chef que sufre el síndrome de Tourette), grita a los cuatro vientos: «¡fuck, turd, fat, cunt, piss, shit… and balls!». Hay que verlo para creerlo. [Fin del spoiler]

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Si este factor, el de la arquitectura humorística, podría llegar a considerarse una suerte de herencia, la eclosión magistral de una tradición, el método de concepción y rodaje de la serie sólo puede catalogarse como revolucionario. De partida, Curb no se filma con un guión al uso, sino que éste se sustituye por unas pocas páginas con indicaciones acerca de las secuencias y tramas que componen el capítulo. Luego, a partir de ese breve tratamiento escrito, parecido, en un nivel conceptual, al trabajo de autores como Lisandro Alonso o Albert Serra, se improvisan todas las escenas. Se inicia así un proceso de búsqueda y descubrimiento que pone de manifiesto una metodología work in progress en toda regla, abierta a las emociones del momento, al talento de los actores y a la penetración del azar en el curso narrativo. Para cada situación, concepto o gag, se parte de cero y cada escena se va construyendo poco a poco, a partir de ideas que surgen espontáneamente y que se van fijando en la acción, hasta que poco a poco se va dando con la armonía, el ritmo y la forma adecuada para la escena. Lo único que separa este método del de, por ejemplo, el cineasta portugués Pedro Costa es que aquí no se persigue un cierto plano definitivo, no se trabaja con el objetivo de construir una situación que termine dando lugar a un plano (secuencia) final, completo, utópico. Al contrario, esa búsqueda se transfiere a la etapa de montaje. Los editores Steve Rasch y Jon Corn, auténticos co-autores de la serie, explican que hay ocasiones en las que, durante la revisión del material filmado, David descubre una frase surgida en una de las improvisaciones (nunca más repetida) que le parece idónea para completar el conjunto y que, por lo tanto, es incluida en el montaje final. Se trata de una combinación de rodaje improvisado y montaje meditado absolutamente orgánica, y por ello increíblemente audaz. Para tener una idea de la cantidad de trabajo que hay detrás de cada episodio de Curb sólo hay que atender a las palabras de Rasch, que explica cómo, llegada la segunda temporada, una vez tomado el ritmo del show, «empezamos a rodar 30 minutos por cada uno que utilizábamos, y cuando llegamos a la quinta, el ratio había subido hasta los 40 minutos» (Deirdre, Curb Your Enthusiasm. The Book, pag 92).

Los hallazgos surgidos del proceso de improvisación son cuantiosos, sorprendentes y delirantes. Un buen ejemplo podemos encontrarlo en el capítulo The Terrorist Attack (episodio 5, temporada 3) en el que Larry y Cheryl (Cheryl Hines), su mujer en la ficción, son advertidos por una buena amiga de la amenaza de atentado terrorista que planea sobre Los Angeles durante el siguiente fin de semana. Tras la marcha de la amiga en cuestión se produce un diálogo memorable en el que Larry plantea la posibilidad de marchar de la ciudad (y aprovechar para jugar a golf) mientras Cheryl se queda atendiendo sus compromisos benéficos. Ante el descontento de ella, Larry se muestra también escandalizado. «¡Me parece un poco egoísta que quieras que perezcamos los dos!», arguye exaltado. Todo ese diálogo no constaba en las notas/indicaciones para del episodio. Pura improvisación.

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Larry David, como su colega Jerry Seinfeld, es uno de los últimos exponentes de la gran tradición de cómicos judíos de la escena norteamericana. La que va de Lenny Bruce a Woody Allen pasando por Mel Brooks, Christopher Guest o John Stewart, por nombrar a unos pocos. Una herencia que David ha sabido recoger y modernizar, llevándola a nuevas cotas de experimentación y radicalidad. A la postre, es imposible acatar el imperativo que da título a la gran creación de Larry David. Tratándose de Curb es imposible reprimir, contener o refrenar el más absoluto entusiasmo.