Mentiras y gordas

Generación Z

Uno de mis compromisos más firmes se sustancia en la lucha contra los prejuicios y los estereotipos. Leo en El País – EP3 (201, 3 de abril de 2009) unas palabras de Daniel Carbonell (Dani Macaco, líder de la banda Macaco): «Igual un tío con traje que trabaja en La Caixa es realmente más radical en su filosofía que uno que va lleno de rastas», y me reafirmo en que, a pesar de la aparente obviedad, sigue siendo necesario verbalizarla, quizá hoy más que nunca. En la crítica cultural, este compromiso adquiere para mí la naturaleza de lo ineludible. Y en el ámbito cinematográfico, muy especialmente cuando se trata de ponerles etiquetas a los filmes por nacionalidades, aún más.

Muchos espectadores potenciales de este filme se quedarán en el camino debido a las ideas preconcebidas, del mismo modo que hablarán mucho quienes ni siquiera se han molestado en verlo. También estoy seguro de que muchos de quienes vayan a los cines, lo juzgarán de un modo u otro por ser español. Mi intuición, educada por lo leído y oído durante muchos años en la crítica cinematográfica, me dice que si fuera coreana, danesa o francesa, los comentarios irían en otras direcciones. Acepto, por supuesto, que la película, vista libremente, analizada con rigor y sin prejuicios, puede considerarse también un bodrio, siempre que se presenten argumentos y no frases hechas o lugares comunes que pueden emplearse tanto si has visto el filme como si no.

Lo primero que tiene en contra Mentiras y gordas para buena parte de espectadores y críticos es algo que a mí siempre me ha parecido perfectamente legítimo: que se trata de un producto comercial diseñado hábilmente para un público específico. Su casting pretende aprovechar el éxito entre adolescentes y jóvenes de series españolas como El internado (Ana de Armas y Yon González), Los hombres de Paco (Hugo Silva y Mario Casas), Aída (Ana Polvorosa), Física o Química (Maxi Iglesias), Compañeros (Duna Jové), Cuéntame (Aida Folch) o Cuestión de sexo (Asier Etxeandia). Todos hacen, por cierto, trabajos más que correctos. Estas sinergias entre el cine y la televisión, así como el incontestable éxito comercial del filme en su estreno (1.813.000 € en un fin de semana, mejor promedio por copia desde enero de 2008, 21% de la recaudación total del fin de semana, en torno a los 300.000 espectadores…) debería alegrarnos a todos, porque va en el camino correcto de la creación de una industria y, sobre todo, debería congratularnos a los que nos interesa el cine menos comercial: una película como, por ejemplo, Tiro en la cabeza (31. 690 € recaudados, de los cuales apenas 6.000 € acabarán en las arcas de los productores) sólo podría realizarse, sin las muletas del dinero público, gracias a los beneficios del cine más comercial.

Más allá de estas consideraciones, el cine de Albacete y Menkes me ha interesado siempre, a pesar de que han realizado películas realmente mediocres (Atómica, 1998) y otras bastante disfuncionales (Sobreviviré, 1999). Sin embargo, me pareció que Más que amor frenesí (1996) reflejaba con fuerza y sin condescendencia el modo de vida de un grupo de jóvenes, siempre al límite, mediante una interesante mixtura genérica. La mayoría de los méritos de Mentiras y gordas ya estaban allí, pero se han subsumido ahora bajo una estructura mucho más arriesgada, lejos de cualquier atadura narrativa y mediante la práctica disolución de los personajes. El filme, con un excelente plano final de resonancias apocalípticas, es un conjunto de piezas independientes que, en su fusión, componen un mural aterrador y contundente sobre el modo de vida de determinada parte de la juventud contemporánea. El sexo y las drogas, sin ningún proyecto de vida a corto o medio plazo que no sean las vacaciones, son las únicas motivaciones.

La película, de un ritmo visual poderoso y con un magnífico empleo de la música, llega al límite en la explicitud sexual (incluidos unos planos cortos de una felación) y compone un retrato en absoluto complaciente de los personajes que retrata. Por eso no gustará a los jóvenes; tampoco a los padres o hermanos mayores (muy significativa la total ausencia de la familia en el filme), que quizá no quieran (queramos) saber lo que pasa ahí fuera y asumir la responsabilidad consiguiente. Estamos, sin duda, ante un filme generacional, que retrata una generación para la que sólo sirve la última letra del abecedario, pues tras ellos sólo cabe empezar de nuevo.