Nadar / Nedar (Carla Subirana, 2008. Benecé)
Una de las claves de esta primera película dirigida por Carla Subirana (Barcelona, 1972) se encuentra en la parte final de la misma en la que comprendemos su construcción fragmentaria y, en cierta manera, arbitraria. Una representación que expresa muy bien el sentido de la realidad (pasada y presente) que narra, en el que la pérdida de memoria y, por tanto, la falta de recuerdos, son el eje central del discurso; también apela de forma vehemente a la condición ficcional que surge de una historia real y además personal (el film busca en el pasado familiar de la directora y se enfrenta al presente de su abuela y madre, aquejadas por el Alzheimer), violentada por esas extrañas pero embriagadoras imágenes en blanco y negro que recrean un pasado inventado e imaginado. Que al final Subirana nos revele que en el periodo de gestación del film ha dado tiempo a que naciera su hijo (al que vemos aprender a nadar siendo un bebé: a la propia realizadora la vemos nadando en la misma piscina en varias ocasiones) tiene una fuerza tremenda, tanto por certificar el estumilante estatus de work in progress de la obra, aspecto apuntado por Arias Carrión en estas páginas (Films españoles 2008), como por el honesto y admirable reflejo optimista del ineludible rastro de vacio, oscuridad y muerte que hay en el otro lado. Presentada en la desastrosa (por cuestiones organizativas y directivas, no por el cine programado) Seminci de 2008 y estrenada en noviembre en salas, Nadar acaba de aparecer en el mercado doméstico, en un bonito cofre de autoría quizá demasiado austera… Mientras esperamos los próximos trabajos de Carla Subirana, tenemos tiempo de disfrutar y digerir este estimulante film.
José David Cáceres Tapia
La obsesión (Premature Burial, Roger Corman, 1962. Divisa)
El enterramiento prematuro, relato de Poe en que se inspiró Corman para rodar La obsesión (aunque su título original es el de su origen literario), es lo suficientemente breve y anecdótico como para ser el perfecto germen de una historia de terror a desarrollar al gusto. La obsesión (el título en castellano, después de todo, no es tan malo) de Guy Carrell (Ray Milland) ocasionada por el temor a la posibilidad de ser enterrado vivo le lleva a idear una serie de artilugios para poder escapar de la tumba una vez enterrado. El film le añade aditivos a esta idea que pasan por Emily, la mujer del protagonista (Hazel Court), su suegro, doctor, y el doctor aprendiz (antaño pretendiente de la esposa). Pero también la maquiavélica hermana de Guy (Heather Angel), la auténtica conspiradora y artífice de la muerte de Guy (es ella la que está a solas con Guy cuando sucede el incidente del perro, y también la que descubre donde se oculta el gato; además de mostrar una enorme animadversión hacia la mujer de su hermano), a pesar de que en un desenlace sin precedentes (también antológicos los veinte minutos previos, con Guy vengándose después de salir de la tumba), y me atrevería a decir que sin sucesores, la explicación que se da (la da la hermana, que demasiado bien sabe lo que está contando) al espectador es que se trata de una trama creada por Emily, lo que supondría, o bien que mi interpretación es lo suficientemente rebuscada como para no ser cierta (me temo que no), o que Corman llevó al límite aquello de no tomar por tontos a sus espectadores, dejando que ellos descubran la verdad aunque les esté contando otra cosa, mi opción. Un clásico del género de terror incluido en la serie de adaptaciones de relatos de Allan Poe llevadas a cabo por el veterano director en la década de los 60.
Sergio Vargas
Nostalgia (Nostalghia. Andrei Tarkovsky, 1983. Track Media)
Otro relato que busca en lo más recóndito de la memoria, verdadera y recreada, personal y colectiva, desde la visión del poeta protagonista en una tierra que no es la suya, reflejo de la realidad pasada y presente del director: Arseni Tarkovski, padre de Andrei, fue poeta, y él mismo llevaba tiempo fuera de su Rusia natal. Se penúltima realización, Nostalghia es uno de los films más bellos y trágicos a un tiempo del realizador, solamente superado en este sentido por Solaris (Solyaris, 1973) y Sacrificio (Ofrret, 1986), quizá sus películas más redondas, el cual va más allá de sus imágenes-escenas grabadas a fuego en el recuerdo y en cierto modo mitificadas (con razón en cualquier caso: vid. el plano-secuencia en Bagno Vignoni) para exponer la relatividad del recuerdo, la necesidad de recrearlo continuamente y la dificultad de soslayarlo, de liberarse de su influjo. Esta edición especial en dos discos presentada por Track Media incluye 3 documentales dirigidos por Donatella Balivo: Andrei Tarkovsky en Nostalgia (Andrej Tarkovskij in Nostalghia), Un Poeta en el Cine (Un Poeta nel Cinema) y El cine es un mosaico hecho de tiempo (Il cinema e’ un mosaico fatto di tempo).
José David Cáceres Tapia
Hammer House of Horror (VV.AA., 1980. Track Media)
La mítica productora británica creadora de más de doscientos títulos entre 1935 y 1979 con el denominador común del terror gótico por bandera, produjo en 1980 esta serie de trece capítulos de una hora de duración que Track Media pone a la venta en dos volúmenes de tres DVD’s cada uno. Una serie donde el género cultivado por la productora se expande hacia un terror de raíces más populares, y en la que todos los capítulos comienzan con una pequeña introducción que pone en situación de forma macabra para dar paso a la tétrica sintonía de cabecera. Cabe destacar dentro de la primera entrega el capítulo Amargo despertar, dirigido por Peter Sasdy e interpretado por Denholm Elliot (que años después fuera Marcus, el inolvidable amigo de Indiana Jones), donde el protagonista tiene graves problemas para diferenciar el sueño y la realidad, en una especie de Atrapado en el tiempo combinado con Carretera perdida, solo que unos cuantos años antes de que se realizaran ambos films. Una bruja medieval que se le aparece a un escritor en crisis, una casa y una estatua malditas, obesos que mueren en cadena víctimas de una extraña organización, un carcelero nazi (Peter Cushing para más señas) reconvertido en mad doctor con ínfulas que se las hace pasar putas a un expresidiario reconvertido (Brian Cox) y a su señora, o el espíritu de un niño muerto que se aparece a sus padres a través del nuevo hijo adoptado (que por cierto da casi más miedo que el espíritu) completan el primer volumen de la serie. Entretenimiento asegurado con regusto británico ochentero.
Sergio Vargas
Cowboy Bebop (Kaubôi bibappu. Shinichirô Watanabe, 1998. Selecta Vision)
Dentro del disperso universo del anime, el mestizaje y la hibridación (de todo tipo) no son excepción sino norma, no es apunte a pie de página sino título en mayúscula y subrayado. Lo mismo da que firmen una estampa steampunk con robots gigantes en el Londres victoriano, o que mezclen a un negrata con los códigos del bushido y a ritmo de Wu-Tang Clan. Para sus creadores, el presente audiovisual es caos porque el caos es riqueza, basura, y la basura se recicla entregándonos los nutrientes que consumimos día tras día. Shinichiro Watanabe sabe mucho de ello, y no por nada conforma junto a otros nombres como Yoshiaki Kawajiri, Naoki Urasawa, Mamoru Oshii o Hideaki Anno, un dream-team de disparatados y proteínicos creadores multimedia. Antes de acometer una contundente revisión del chambara en Samurai Champloo (2004-2005) —también editado por Selecta Visión en una mayestática edición—, Watanabe firmó una obra cumbre como es Cowboy Bebop, cabeza visible y fuente de influencias para toda una generación. Recoge la abierta fascinación de dichos creadores por los universos virtuales y las realidades alternativas, sazonadas por un regusto clásico en lo referente tanto a los personajes —el protagonista, Spike, es un alter ego futurista de Lupin III— como a los modelos genéricos —la ciencia-ficción o la space-opera—. Así, un grupo de cazarrecompensas espaciales recorre la nueva galaxia en busca de criminales a base de códigos noir muy hammetianos, y de fugaces duelos a lo Leone, con aliento crepuscular estilo Peckinpah pero animoso ritmo de un Don Siegel. Un cóctel servido sobre una suculenta bandeja musical —los títulos de los capítulos hacen referencia a una pléyade de hits melódicos— que retoma influencias agradables del ideario cyberpunk, con ecos a William Gibson, Phillip K. Dick, y Robert Silverberg. Esta imponente edición limitada de Selecta Visión, adquiere sentido tanto por su monumental packaging como por sus suculentos contenidos. Una joya seriada en 26 entregas que tiene su epílogo en el largometraje que tres años después nos entregaría su propio director.
Roberto Alcover Oti