Hombres y mujeres tras las cámaras de la NCA
Si algo queda claro después de leer este estudio es que la NCA es un cine de actores y humoristas, y que aquellos que ocupan el trono de director, pese a desempeñar una tarea técnica necesaria, pintan tan poco sobre el resultado final como Lucrecia Martel en un concurso de bikinis. Con todo, no hemos querido terminar sin un recuerdo a estos estimables artesanos cuya pericia técnica ha servido para que gente como Adam Sandler, Mike Myers o Will Ferrell dieran a sus desbarres un empaque más o menos cinematográfico. Aunque sólo sea por esto ya se merecen un trocito de cielo, al margen de que no sean, a fin de cuentas, tan imprescindibles.
Frank Coraci
Debutó con un violento thriller (Murdered inocence, 1992), pero su destino no era otro que el de servir de maestro de orquesta para las producciones más tiernas del señor Sandler: desde El chico ideal (The wedding singer, 1998) a Click (2008), pasando por The Waterboy (1998). En La vuelta al mundo en 80 días (Around the World in 80 days, 2004) nos premiaba con un estimable festín de caídas, mamporros y gags idiotas, aunque también fueran Steve Coogan y Jackie Chan los que cortaran el bacalao.
Tamra Davis
Empezó en el cine como chica mala, con la sólida y sórdida Guncrazy (1992), la comedia indie CB4 (1993) y el corto No alternative girls (1994), pero pronto su despido del neowestern feminista, o así, Cuatro mujeres y un destino (Bad girls, Jonathan Kaplan, 1994) le demostraría cómo se la gastan en Hollywood. Su condena no pudo ser más cruel: forzar a una punk rocker vocacional, como ella, a filmar la película de Britney Spears es algo que no puede ser compatible con la Declaración Universal de los Derechos Humanos (VV.AA, 1948). No sé, la verdad que la historia de esta pobre chica me inclina más hacia la penita que a otra cosa. Entre medias queda una de las mejores películas de Sandler, Billy Madison (1995), la divertida pero semiolvidada comedia porreta Medio flipado (Half baked, 1998), la semiolvidada y semiolvidable Los padrinos del novio (Best men, 1997). Y luego, claro, el refugio en la televisión. ¿En dónde se iba a meter si no?
Dennis Dugan
El director que más ha repetido con Sandler, nada menos que cuatro películas: Terminagolf (Happy Gilmore, 1996) Un papá genial (Big Daddy, 1999), Os declaro marido y marido (I Now Pronounce You Chuck & Larry, 2007) y Zohan. Licencia para peinar (You Don’t Mess with the Zohan, 2008), todas ellas más deudoras al momento creativo por el que atravesaba su productor y protagonista que a sus propias necesidades, ejem, autorales. En su haber tiene alguna película medianamente memorable —la primera entrega de Este chico es un demonio (Problem child, 1990), la misógina y despiadada Tres idiotas y una bruja (Saving Silverman, 2001)—, la tibia y desaprovechada Los calientabanquillos (The beachwarmers, 2006), una de Farley a duras penas defendible (La salchicha peleona [Beverly Hills Ninja, 1997]) y un intento más bien fallido de recuperar el insuperado humor de los hermanos Marx con un John Turturro ejerciendo de Groucho de nuevo cuño (Brain donnors, 1992).
Andrew Fleming
El interesante director de Visiones (Bad dreams, 1988) y de la muy aguda Tres formas de amar (Threesome, 1994), también ha trabajado con algunos de los grandes de la NCA: con Will Ferrell, con Amy Poehler y con Steve Coogan. La fallida Hamlet 2 (2008), ejemplo cristalino de la ocasión desaprovechada partiendo de un material de derribo, nos da pistas sobre que puede que sea un director demasiado refinado para manejar según que circos. Si de mí dependiera le dejaría en su terreno natural, las hormonales fantasías para adolescentes que, como decían en Threesome, se desviaban de la normalidad para darse cuenta, con los años, de que precisamente en esa desviación radicaba el sentido del camino.
David Gordon Green
Otro caso paradigmático dentro de lo que nos ocupa: el del director joven e inocente, inmerso en el mundillo indie, que se deja atrapar por las redes del mainstream para facturar, con oficio pero sin personalidad, películas con el sello de la NCA y por tanto, mucho más dependientes de sus estrellas y productores. El salto de Snow angels (2007) a Superfumados (The Pineapple Express, 2008) no es tan difícil de dar como parece. La misma historia con distintos créditos: Jake Kasdan, e incluso Jared Hess en Super Nacho (Nacho libre, 2006). No olvidemos que pocos son los directores independientes que mantienen su estilo tras fichar a una estrella de la nueva comedia americana: Woody Allen, Marc Foster, James L. Brooks y, claro, los dos Anderson, Wes y Paul Thomas…
Shawn Levy
Petimetre por excelencia de la NCA, su humor familiar, bonachón y con un punto retrógrado (a las lamentables Recién casados [Just married, 2003] y Doce en casa [Cheaper by the dozen, 2003] me remito) ha derivado con los años en un puntualmente refinado gusto por la comedia física y la gracia de buen corazón con un toque de melancolía. Su alianza con Ben Stiller, para las dos entregas de Noche en el museo (A Night in the museum, 2006; Night in the museum 2. Battle of the Smithsonian, 2009) ha abierto nuevos caminos en su carrera, amén de situarlo como un artesano de buen pulso y envidiable buen hacer dentro del, casi siempre oligofrénico, terreno para todos los públicos.
Adam McKay
De todo el ejército de directores de la NCA, puede que sea McKay el que ande más cerca de ser considerado un tío con personalidad y criterio. No es moco de pavo controlar a la bestia parda de Apatow, siempre dado a meter zarpa en los guiones ajenos, en su gloriosa trilogía al servicio de Ferrell: El reportero (Anchorman. The legend of Ron Burgundy, 2004), Pasado de vueltas (Talladega nights.The ballad of Ricky Bobby, 2006) y Hermanos por pelotas (Step Brothers, 2008). Como complemento indispensable, conviene descubrir o revisar el corto para Internet The landlord (2007), y de paso constatar su personal (e hilarante) obsesión por colocar tacos en boca de los críos más inocentes. En su contra, cabe decir que otros realizadores han conseguido logros puede que inferiores pero similares, en películas como Patinazo a la gloria (Blades of glory. Josh Gordon y Will Speck, 2007) o Semi-pro (Ken Alterman, 2008), también con Ferrell como máxima estrella.
Todd Phillips
Comenzó su carrera como heredero directo de Nick Zedd y Richard Kern, y de aquello que antes se llamaba cine de la trasgresión… filmó un documental sobre G.G. Allin llegando a fantasear con grabar su muerte en directo —y según mis fuentes, estuvo muy muy cerca—… y acabó facturando comedias sólo superficialmente rompedoras, como Escuela de pringaos (School for scoundrels, 2006). Con todo, sería de zopencos no reconocer que sus logros han sido mucho más loables que el de algunos de sus compañeros de generación: la canónica Viaje de pirados (Road Trip, 2000), la fallida Aquellas juergas universitarias (Old school, 2003) y la frustrada, aunque puntualmente agradecida, Starsky y Hutch (2004). En su cine cuenta más el detalle que el conjunto, y dentro de la convención imperante siempre reserva un personaje secundario para un auténtico outsider que pueda recordarle al niño malo que dejó de ser, quizá para siempre: Tom Green en Viaje de pirados; Ferrell en Aquellas juergas universitarias y Starsky y Hutch; Stiller y Sarah Silverman en Escuela de pringaos… Se apeó en marcha de la que con toda seguridad habría sido su mejor película: Borat (Borat: cultural learnings of America for Making Benedit Glorious Nation of Kazakhstan, Larry Charles, 2006). Ahora prepara las secuelas de dos de sus mayores éxitos… mientras nosotros no perdemos (del todo) las esperanzas.
Jay Roach
Hombre a la sombra de la actual comedia norteamericana, Roach no sólo ha dirigido dos de las sagas más importantes de primeros de siglo con dos cómicos tan diferentes como Mike Myers y Ben Stiller a la cabeza, por un lado Austin Powers y por otro los Fockers, sino que también ha producido algunos de los trabajos más importantes de Adam Sandler o Sacha Baron Cohen. Ahora tiene en mente continuar las dos sagas que le han puesto sobre el tapete, pero sin olvidar que sus salidas más equilibradas y personales —Mystery Alaska, 1999— se han saldado con rotundos fracasos.
Peter Segal
Tras colaborar en el efímero éxito de un cómico tan entrañable como Tom Arnold, especie de Moncho Borrajo yanqui sin desperdicio oleaginoso, el simpático Peter dio un aparatoso salto al cine encargándose de dirigir la tercera parte de Agárralo como puedas (The naked gun 33 1/3. The final insult, 1994), que, pese a no estar a la altura de las dos anteriores, regalaba al aficionado una decena de momentos francamente impagables en el seno del humor absurdo. A partir de entonces, ha firmado películas al servicio de Adam Sandler y Steve Carrell, aunque dentro de su filmografía destaquen por méritos propios la desmadrada y superior secuela El profesor chiflado 2 (The nutty professor II. The Klumps, 2000) y posiblemente el más aceptable vehículo al servicio del fallecido Chris Farley y David Spade: Tommy Boy (1995). La única vez que intentó abordar la comedia sin un cómico de éxito al frente del reparto obtuvo un resultado tan desangelado y correctito como el Mis queridos compatriotas (My fellow americans, 1996).
Rob Schneider
El gran Stan (Big Stan, 2007) ha marcado el debut como director de este humorista condenado casi siempre a figurar como segundón de Adam Sandler. Con ella se desmarca de la productora Happy Madison y emprende un proyecto quizá demasiado crudo y frontal como para alinearse con los últimos trabajos de su colega, que acierta de pleno en el tono negro de su primera media hora, aunque haga agua en un desenlace reiterativo y forzadamente melodramático. Pese a sus defectos, quizá El gran Stan coloque a Schneider (el tiempo lo dirá) más cerca de ser considerado autor que del funcional trabajo de artesanos como Segal o Coraci: no podría ser menos con una película que logra las cosquillas con el tema tabú de la violación masculina. ¿Mero cine-fórmula o sesuda reflexión genérica? Tal vez podamos definir a Schneider, con ánimo de desmarcarle definitivamente de la obra de Sandler, como un cronista de los miedos viriles en el nuevo mundo globalizado y regido por los mitos de los mass media: el miedo a convertirse en mujer, el miedo a perder el lado humano, el miedo a acostarse con mujeres feas, y finalmente, el miedo a la homosexualidad forzada. Seguramente Freud hubiera tenido mucho que decir al respecto, y no me extrañaría que este pequeño gran cómico, ausente en este insuficiente repaso, merezca mucha más de nuestra atención en un futuro próximo.
Penelope Spheeris
Un caso similar al de Davis, aunque menos lastimoso: Speeris también empezó ejerciendo de bad girl, firmando dos de las mejores películas de los ochenta con la escena punk rock como telón de fondo: Suburbia (1984) y The boys next door (1985). También fue una ácida documentalista sobre el mismo fenómeno, como lo prueban las tres entregas de The decline of western civilization (1981; 1988; 1998), que entran con derecho propio en los mejores testamentos del rock de sus respectivas épocas jamás rodados. Y sí, también, a finales de los ochenta, la realizadora se vería obligada a claudicar en la búsqueda de estilo y autoría para hacer algo muy parecido a lo de su colega Davis: ponerse al servicio de los grandes cómicos. Durante estos años, facturaría gran cantidad de títulos simpáticos en mayor o menor medida. Entre los mejores, Rústicos en Dinerolandia (The Beverly Hillbies, 1993), Una pandilla de pillos (Little rascals, 1994) y Experimento chiflado (Senseless, 1998), pero su mayor logro en este campo fue su colaboración con Mike Myers en 1992, firmando la dinámica y brillante primera entrega de Wayne’s World.