La llamada del mar
Cómo te hubiera gustado el Cabo Norte y los Fiordos al sol de medianoche, cruzar los arrecifes de Barbados donde el agua azul se vuelve verde, las Falklands donde la galerna del sur hace que el mar se ponga blanco de espuma. Cuantas cosas nos perdimos, Lucía. Cuantas cosas nos perdimos. Adiós, mi amor…
Mrs Lucy Muir
Londres
Muy apreciada Sra. Muir:
Considerando su interés por la casa que se encuentra recogida en el catálogo de nuestra agencia inmobiliaria «Itchen, Boles & Coombe», llamada La gaviota situada en la hermosa costa inglesa de Whitecliff, quisiéramos informarle del buen estado general de que goza el inmueble. Las cañerías que, según he sido informado suponían su mayor preocupación, estoy en disposición de asegurarle que funcionan a la perfección y puede disfrutar de luz de gas en todas las habitaciones. Quizás, si me permite un consejo personal, habría que talar el árbol que se encuentra en el jardín de la entrada y que afea el aspecto externo de la casa y plantar algo más decorativo, unas rosas tal vez o, se me ocurre incluso, algún árbol lo suficientemente alto para que sea visto desde la playa. La gaviota, como ya sabe, lleva algunos años deshabitada y necesita el cuidado y mimo que pondría un capitán en su viejo barco, pero en «Itchen, Boles & Coombe» estamos seguros de que disfrutará en ella de una maravillosa e inolvidable travesía. Quisiéramos poner en su conocimiento sin embargo que algunas ventanas no cierran del todo bien y, le advertimos, que el viento podría abrirlas bruscamente en alguna de esas noches de tormenta que por aquí abundan. En el transcurso de alguna de ellas es habitual que lleguen, hasta los más solitarios rincones de la casa, el sonido de los barcos perdidos en la niebla del Canal y un frío húmedo y helador, que sube desde los acantilados como jirones de vapor salobre, le hará sentir escalofríos. Su antiguo propietario, el capitán Greg, que Dios confunda, hizo colocar un catalejo en el ventanal de su dormitorio para observar con él los barcos que navegan cerca de la costa, instrumento del que, por supuesto, puede disponer si es aficionada a tales menesteres. Encontrará además otros objetos propios de la ocupación de su anterior propietario: sextantes, maquetas de barcos e incluso un retrato que el propio capitán Greg se hizo pintar (no comprendo con qué motivo) y que ya forma parte esencial de la decoración de La gaviota.
Apreciada señora, sin ninguna duda puedo asegurarle que es la casa mejor proyectada de los alrededores, que se encuentra situada en la zona más dulce y apacible de la costa de Whitecliff, y que desde ella se puede admirar una hermosa vista de los acantilados y el mar. Los días de verano son ideales para pasear por la playa, bañarse y recorrer los prados que se extienden hasta casi el borde mismo del agua, y en invierno, los días en que el mar está más abravecido, observar a las gaviotas que se acercan a la orilla en busca de alimento. No quisiera, sin embargo, despedirme sin hacerle una última recomendación: algunos rincones de la casa especialmente oscuros podrían causarle la extraña e inquietante sensación de estar en compañía, aunque no haya nadie salvo usted en la habitación, o incluso puede, en algún momento, tener la certeza de que alguien, jugando en la oscuridad, se atreva a apagarle las cerillas o a observarla mientras duerme apaciblemente a la hora cálida del atardecer. Quizás perciba una risa que pudiese confundir con el sonido del viento en la chimenea. No tema si llegan a acontecerle en La gaviota estos incómodos sucesos. Permítame el atrevimiento de decirle que es usted una mujer hermosa, fuerte y, como ya le dije en nuestro primer encuentro, algo obstinada. Por ello, no me cabe duda de que afrontará, de forma adecuada a su carácter y fortaleza, las situaciones que, de forma inesperada, pudiesen presentársele. Quizás resulten ser, después de todo, sólo un sueño…
Únicamente me resta desearle, como lo harían los viejos marinos, buen viento y provechosa travesía.
Quedo siempre a su entera disposición,
Mr Coombe. Agente inmobiliario «Itchen, Boles & Coombe», Whitecliff by the sea