En una de sus excursiones a ninguna parte, Gerard Lafayette y Luigi Nocello caminando por una playa cercana a Nueva York se encuentran con el inmenso cadáver de King Kong tendido sobre la arena, como si después de haber sido abatido por los aviones en el Empire State, las Autoridades hubieran decidido abandonarlo para que las gaviotas devoren sus restos o tal vez para que las olas acaben arrastrándolo hasta alta mar. Los dos inmigrantes, entre los despojos del gigante simio, encuentran a un pequeño chimpancé al que adoptarán y que acabará siendo devorado en un sórdido sótano por las ratas, antes de que el museo en el que trabaja Gerard sea consumido por las llamas. Apenas 10 años antes, los despojos de otro gigante mamífero, una ballena tan artificial como el maniquí del simio de la RKO, era descubierto de pronto por otros dos apátridas como Luigi y Gerard, que respondían a los nombres de Cino y Dora, aunque esto realmente no importe demasiado por que al parecer, aunque sabemos que no es así, podrían ser los últimos supervivientes sobre la Tierra. La ballena al igual que el vástago de los dos amigos perdido en Nueva York, después de ser inmortalizada en un torpe cuadro, obra de Cino, acababa siendo devorada por las gaviotas, mismo destino que como decía quizá aguarde al cadáver de Kong. Y se convertía en la primera escultura, el primer símbolo, del Nuevo Mundo; y es que esta extraña playa no deja de ser un nuevo Edén, aunque por supuesto asumiendo que en 1969, un nuevo Paraíso poco tiene que ver con el que se fabula en la religión. Cino y Dora, son arrojados, sin mayor explicación, como nuevos Adán y Eva, a una solitaria casa levantada en mitad de una playa que podría pertenecer a cualquier lugar, por el propio hombre (a finales de los años 60, indudablemente si Dios no había muerto, estaba moribundo, así que la vieja deidad ya no podía ocuparse de estas cuestiones terrenales), después de… ¿una catástrofe atómica, una plaga, una hecatombe bíblica? Teóricamente, como cobayas, serán observados, estudiados, como 10 años más tarde lo serán Jean-Michel y Claudine, en Le couple Témoin (William Klein, 1977), esta vez vía televisión (anticipando todos los programas televisivos que por otra parte Orwell ya previó muchas décadas antes); y poco a poco estos nuevos Adán y Eva, tratarán de construir un nuevo mundo a partir del viejo ya extinto. Ciro se convertirá en conservador del museo del mundo desaparecido (entre sus joyas podremos encontrar un queso parmesano) y Dora, como la inconformista Eva, se opondrá al rol que el Nuevo Mundo le ha impuesto, ser madre. Todas las mujeres supervivientes deben ser madres. La principal tarea es repoblar la tierra. Por el camino, acompañados siempre por la cadencia que marcan las olas al romper contra la orilla, la pareja se irá rompiendo, se enfrentarán a la tentación diabólica en forma de mujer con el rostro de Annie Girardot y recibirán la visita de unos personajes que podrían haberse escapado de cualquier película apocalíptica y que al parecer son los guardianes del orden del Nuevo mundo.
La mirada sobre la playa cada es más desesperada, suicida. Ya no hay vuelta atrás. En la obra de Marco Ferreri, uno de los realizadores más provocadores, enigmáticos, excesivos y lúcidos que ha conocido el cinematógrafo, El semen del hombre siendo quizá un film menor, acaba siendo fundamental, pues anticipa totalmente un nueva etapa mucho más alegórica, desesperanzada que se abrirá brillantemente con Dillinger ha muerto (Dillinger è morto, 1969), después de trabajos como L´ape regina (1963). La playa, una vez más, se convierte en el último refugio de los héroes de Ferreri; aunque sepan que tan sólo es una ilusión, al menos por un momento quizá pueden volver a sentir la utopía de la esperanza gente como Gerard, Luigi, Glauco, Amedeo o Piera.