Abstracción crepuscular
Imaginen ustedes una sala céntrica llena a rebosar, una pantalla enorme y mil butacas. Imaginen que, en una tarde de verano, se atreven a programar una doble feature de las de antes, con una película de serie A y otra de serie B. E imaginen, finalmente, que los dos títulos escogidos se proyectan en versión original y son del mismo director de Hong Kong, Johnnie To. Sabemos que, tras leer la primera premisa, ya han dejado de imaginar. Pero ése sería, sin lugar a dudas, el panorama idílico para disfrutar de una película con alma de segunda sesión como Exiled (Fong juk, 2006). Un filme que, de tan exagerado, gozoso y cool, parece un sofisticado regalo para todos aquellos aficionados a los (mal llamados) subgéneros que van del spaghetti western al heroic bloodshed. Unos espectadores que, tras admirar con gesto pensativo la primera obra de la deseada función doble (por ejemplo, la tan seria como extraordinaria Election 2 —Hak se wui yi wo wai kwai, 2006—), jalearían y aplaudirían hasta el orgasmo en la segunda (y hasta mejor) propuesta que les habría regalado un inusitado programador con buen gusto. Un cinéfilo dispuesto a aceptar la existencia de interminables transfusiones entre lo que se ha venido a llamar —en una división ya prácticamente agotada— cine de autor y cine de género, dos polos que se atraen en la magnífica y desacomplejada carrera de Johnnie To.
Exiled —flagelémonos, una vez más— nunca se estrenará en España, pero hoy (no nos queda otra) debemos celebrar su tardía llegada al mercado del dvd de la mano de Versus (abril 2009). Una oportunidad inexcusable para descubrir (aunque sea desde el sofá de casa) una de las obras mayores (y más disfrutables) de esta década que ya toca a su fin.
En el filme, tal como decíamos, al de Hong Kong le tira más su vertiente popular y abstracta. Aquella que le ha convertido en talentoso heredero del primer John Woo y que ha ayudado a reflotar la industria cinematográfica de la ex colonia británica. El profundo análisis sociológico y político de las triadas queda aquí, por tanto, en segundo término. Y son las batallas coreografiadas —y los constantes tiempos muertos que surgen entre éstas— las que configuran una trama sencilla de valores esenciales. En ella se produce, además, un reencuentro con unos viejos pistoleros; con aquellos jóvenes de The Mission (Cheung fo, 1999) que, tras años en la calle, ahora deben volver a Macao en busca de respuestas. Para bien y para mal, el tiempo no ha pasado en vano para ellos; son gángsteres sabios y descreídos a los que ya no les resulta tan fácil aceptar las reglas del clan. Su jefe les ha ordenado asesinar a un compañero de aventuras de su juventud y pronto empiezan a dudar. El gregarismo les ha llevado a un callejón sin salida y no les queda otra que enfrentarse a un dilema de corte existencial. ¿Deben seguir las normas en las que han confiado siempre o actuar por fin según sus propias convicciones? Salirse del rebaño —en este caso, las triadas— acarrea los riesgos de quien decide pensar por sí mismo en un mundo donde la libertad individual no está precisamente en alza. Empero, ésa es la valiente opción que toman los protagonistas. Un grupo (salvaje) de amigos con conciencia social; unos camaradas dispuestos a exiliarse del único lugar que conocen en pos de la fraternidad y el honor. Unos valores que suelen configurar a los arquetípicos personajes del cine del hongkonés; tipos sin rumbo que, a diferencia de los cowboys o los guerreros ronin, alcanzan su verdadera dimensión al estar constantemente juntos, compartiendo cenas, charlas y combates. Los ritos sociales masculinos —las mujeres no son más que contrapuntos eróticos o emocionales— son, por tanto, la verdadera base en la que se sustenta una película tan vaciada como Exiled. Un filme 100% To que emociona tanto por la brillantez de sus escenas de acción como por la construcción de unos personajes —a grandes rasgos— dispuestos a evolucionar en tiempos muertos aparentemente triviales.
Precisamente, en una de esas conversaciones cotidianas, se desvela la vertiente crepuscular de unos pandilleros que ya no encajan en un mundo en constante transformación. Tras el (casi) involuntario robo de los lingotes de oro, los gángsteres fabulan con un futuro inmediato, sin luchas ni complicaciones, frente al mar. Una llamada telefónica del pasado, sin embargo, dará al traste con todas sus aspiraciones y les enfrentará a su verdadera condición guerrera. La esposa y el hijo de un ex compañero están en peligro. Y aunque, a priori, ésta no parezca una razón suficiente para morir, ellos aceptarán el reto de rescatarlos. Saben que no sobrevivirán, pero al menos les queda el goce de luchar (y sonreír) juntos por última vez. Los tiempos cambian otra vez frente a sus narices (el whisky da paso al Red Bull) y, a su modo, Exiled es un reflejo de ello. Un hiper-vitaminado (y posmoderno) homenaje tanto a una forma popular de entender el cine como a una forma extinta de ver el mundo. Una perfecta oda al virtuosismo y a la tradición genérica más liberada de deudas sociales y temáticas.