G.I. Joe

Vuelve el pulp

Edenes extraterrestres, kitsch alternativo, explosiones de antimateria y sacerdotes en paracaídas sobre el Vaticano, pasiones sadomasoquistas entre vampiras y hombres lobo, westerns crepusculares a todo gas, zepelines y biplanos, brujas de la EC… Producciones mainstream recientes como Señales del Futuro (Knowing. Alex Proyas, 2008), Watchmen (íd. Zack Znyder, 2009), Ángeles y Demonios (Angels & Demons. Ron Howard, 2009), Underworld: La rebelión de los licántropos (Underworld: Rise of the Lycans. Patrick Tatopoulos, 2009), Fast and Furious: Aún más rápido (Fast & Furious. Justin Lin, 2009), Up (íd. Pete Docter & Bob Peterson, 2009) y Arrástrame al Infierno (Drag me to Hell. Sam Raimi, 2009) están prefigurando de manera más o menos deliberada un renovado horizonte pulp, al que podrían abocarnos ya sin complejos próximas películas como Sherlock Holmes, 20,000 leagues under the sea: Captain Nemo, Jonah Hex, John Carter of Mars o Solomon Kane.

De confirmarse esta tendencia, nos hallaríamos ante un efecto secundario tan imprevisto como agradable de la presente descomposición creativa de Hollywood, un momento de crisis y oportunidades idóneo para que florezcan el sentido del exceso y la maravilla propios del pulp. Un pulp —con permiso de Quentin Tarantino y quienes jalean esos sus chistes cada vez más largos—, auténtico; es decir, sin rastro de presuntas reelaboraciones intelectuales o tediosas perífrasis formales. Sin rastro tampoco del frío cálculo que, lástima, atenaza el planteamiento y demasiados momentos de G.l. Joe, al fin y al cabo una superproducción basada en una línea de juguetes con la que Paramount Pictures ha pretendido reeditar el éxito de Transformers (íd. Michael Bay, 2007).

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Sin embargo, comparar la labor fotográfica desarrollada por Mitchell Amundsen para Bay con la que ha firmado para Stephen Sommers, permite apreciar desde el primer minuto que, mientras la primera lo supeditaba todo a una coyuntura prepotente y en extinción, la segunda propicia, con su acogedora paleta de colores y sus cándidas texturas digitales, una intemporalidad propia del reino de la infancia, que apuntalan de inmediato argumentalmente torturas medievales y hologramas, retorcidos triángulos amorosos y odios fraternales, batallas submarinas y atentados contra monumentos emblemáticos, hombres con máscaras de hierro y mujeres enfundadas en cuero y látex… A la hora de rastrear ecos en G.I. Joe se ha hablado con acierto de James Bond, pero se podrían citar sin temor a equivocarse un buen puñado de manifestaciones de la cultura popular más desharrapada.

Nada nuevo en Stephen Sommers, si el lector supo comprender Deep Rising: El misterio de las profundidades (Deep Rising. 1998), La Momia (The Mummy. 1999), El Regreso de la Momia (The Mummy Returns. 2001) y Van Helsing (íd. 2004). Aunque nunca como en G.I. Joe se ha mostrado Sommers tan inspirado en cuanto a los usos (auto)referenciales; la escenografía (física y virtual, cortesía de Ed Verreaux, colaborador habitual durante los ochenta de un tótem para el director, Steven Spielberg); las modulaciones entre el folletín, el humor blanco y una acción agotadora; y el montaje, vertiginoso en muchos momentos pero nunca ilegible, y enriquecido con varios bellos encadenados que fusionan las formas de uno a otro plano.

No cabe sino pensar en un Sommers más seguro de sí mismo, menos propenso a los histrionismos, y consciente por fin de su posición como simple artesano cuyas pasiones particulares, eso sí, le vienen de perlas a la industria desde hace unos años. Teniendo en cuenta que entre sus futuros proyectos se cuentan nuevas aproximaciones a Tarzán y Cuando los mundos chocan (When worlds collide. Rudolph Maté, 1951), y que dos de sus primeras realizaciones eran sendas adaptaciones de Mark Twain y Rudyard Kipling, quizás sería hora de reconocerle que, a falta de un gran talento, por lo menos Sommers hace gala de una coherencia en cuanto a esas pasiones de las que hablábamos que distingue G.I. Joe de otras superproducciones amorfas de este verano como X-Men Orígenes: Lobezno (X-Men Origins: Wolverine. Gavin Hood, 2009), Terminator Salvation (íd. McG, 2009) o Harry Potter y el Príncipe Mestizo (Harry Potter and the Half-Blood Prince. David Yates, 2009).