La bestia humana

El tren y el cine

Se etiqueta comúnmente a Émile Zola, de cuya novela homónima el filme de Jean Renoir constituye una de sus más famosas adaptaciones, como escritor naturalista. El naturalismo, entendido así, implica un punto de vista social sobre aquello que se narra en tanto que es una estética que aspira, por encima de todo, a dar cuenta de lo real; y si por algo se caracteriza lo real es por su complejidad. No es extraño, pues, que La bestia humana (1890) sea propiamente una novela de su tiempo, una novela que, además de la historia individual, íntima de los personajes protagonistas, dé cuenta, más o menos explícitamente en función de las exigencias concretas del relato en cada momento de su desarrollo, del entramado colectivo en que aquélla se contextualiza.

foto

Así por ejemplo, Zola se hace eco de las teorías criminológicas de corte psico-antropologista tan en boga entonces (Lombroso, Ferri) para dar razón del comportamiento delictivo del protagonista. Por eso la cosmovisión de La bestia humana era tan actual, una novela que participaba plenamente de la cultura europea de finales del siglo XIX, en la que empezaban a abrirse camino el irracionalismo, el vitalismo y el psicoanálisis. De ahí su interés histórico. No obstante, tal vez por ello también se comprenda que la anécdota resulte hoy un tanto forzada, vista con nuestros ojos como tal producto naturalista, como digo el hiperrealismo de entonces, en este caso cultivado por uno de sus más egregios maestros.

El filme de Renoir añade algo muy importante a la novela. En él se concitan los dos grandes símbolos de la contemporaneidad occidental: el tren y el cine; la máquina en su más alta expresión mecánica. El mundo ferroviario como marco de una historia hondamente pasional, contada desde el punto de vista de uno de los cineastas más entusiastas de la Historia. Por lo tanto, la pasión como elemento que impregna todo, como cedazo que condiciona el tormentoso argumento novelístico del filme y el agudo ingenio cinematográfico del cineasta.

Si se compara La bestia humana con la adaptación posterior de la novela que realizó Fritz Lang en Deseos humanos (Human Desires, 1954), se constata más fácilmente el romanticismo de Renoir. La sequedad y el realismo de Lang contrastan con la ensoñación y la ternura del francés. Una historia que, en manos de Renoir, está sostenida a base de claroscuros, mientras que en la película del austríaco deviene irremisiblemente negra.

foto

La poderosa capacidad de Renoir para crear atmósferas subyugantes es lo mejor de la película. Sin embargo, el filme no logra mantener la tensión narrativa de la riquísima novela de Zola. Se trata, en definitiva, de una adaptación que prioriza el aspecto visual sobre el narrativo, desmarcándose en cierto sentido de la naturaleza literaria de la novela, para ofrecer un punto de vista sobre la historia, basado sobre todo en elementos como el montaje, la fotografía, la interpretación y la dirección de los actores. Por eso es una película, a pesar de lo que piensan algunos (sin duda movidos por el tipo de historia que narra, no muy común en el cine del francés), muy renoiriana y, en consecuencia, esencialmente cinematográfica.