El legendario Bela Lugosi, al igual que otros coetáneos divos del cine americano, procedieran de donde procedieran (el menos menos legendario Boris Karloff, por no salir del género), durante los años 30 efectuó alguna que otra incursión en la industria fílmica británica. La primera fue Mystery of the Mary Celeste (1935), de Denison Clift, segundo empeño de una modesta compañía londinense llamada…Hammer Films (se desprenden por sí solas conclusiones, a cuál más bella). La segunda descansa en este Los ojos misteriosos de Londres de Walter Summers, según una novela homónima del prolífico Edgar Wallace, publicada en 1924. Pues bien, remitiéndose a moldes americanos con tanta reverencia (las constantes esenciales de la producción Universal con Lugosi encarnando a villanos de maldad demente y sombría) como ironía (el coprotagonismo de un policía de Chicago, de pocas luces y partidario sin más de la violencia, en oposición al civilizado y cabal comisario de Scotland Yard), esta película trasciende la poca estimulante base argumental (una intriga de suplantaciones algo ramplona, típica del sobrevalorado Wallace) mediante un sentido de la estética del Feuilleton y del arte del Grand Guignol que sólo admiración merece, y que fascina en particular en la plasmación escenográfica, con una mención especial a la atmósfera del subsuelo del asilo de ciegos.
La sabia, y entonces asombrosa, decisión de no incluir rivalidad amorosa alguna entre los dos policías respecto a la heroína (tan bella como Greta Gynt, encima) y un ritmo sin altibajos rematan el valor de esta muy loable película, superior a la mayor parte de las más o menos homologables que protagonizó Lugosi en estados Unidos, antes y después. Por último, conste que Los ojos misteriosos de Londres constituye la primera película británica que sufrió la clasificación de censura H, establecida en 1937, debido a ciertos de momentos de crueldad a la sazón insólitos, que representó una de las fuentes de inspiración de nuestro Jesús Franco para Gritos en la noche (1961) —empezando por el propio apellido del turbado médico protagonista, Orloff— y que conoció un remake, Los ojos muertos de Londres (Die toten Augen von London, 1960), de Alfred Vohrer, bien digno del original: es más, éste supone uno de los mayores logros en su contexto, las adaptaciones alemanas de novelas del muy inglés Wallace producidas por el ya mítico Horst Wendlant.