Tiempo Extra
No ha sido un partido muy igualado. El festival ha podido con nosotros. Aunque tampoco, ni mucho menos, ha tenido que ver con lo visto en las eliminatorias por las medalles del Eurobasket. El festival está muy bien pero tampoco juega como la España de los Marc, Reyes y Garabajosa. En cualquier caso y al revés del juego tenemos siempre la ventaja de poder tener este tiempo extra para completar las crónicas diarias y de paso ampliar la visión sobre el certamen y las voces. El año que viene más, aunque el basket (toca mundial) ya habrá terminado (por unas semanas solamente) al empezar la 58 edición.
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Palmarés
- Concha de Oro: City of Life and Death, de Lu Chuan (China)
- Premio Especial Del Jurado: Le Refuge, de François Ozon (Francia)
- Concha de Plata Mejor Director: Javier Rebollo por La Mujer Sin Piano
- Concha de Plata Mejor Actriz: Lola Dueñas por Yo, También
- Concha de Plata Mejor Actor: Pablo Pineda por Yo, También
- Premio del Jurado Mejor Fotografía: Cao Yu, por City of Life and Death
- Premio del Jurado Mejor Guión: Andrews Bowell, Melissa Reeves, Patricia Cornelius Y Christos Tsiolkas, por Blessed sdf
- Premio Kutxa-Nuevos Directores: Le Jour Où Dieu Est Parti En Voyage, d Philippe Van Leeuw; mención especial: Sammen / Together, de Matias Armand Jordal
- Premio Horizontes: Gigante, de Adrián Biniez ; mención especial: Francia, de Israel Adrián Caetano
Chloe, de Atom Egoyan (Canadá). SO – Inauguración
Nos encontramos con un Egoyan inesperadamente mainstream. Formalmente roza lo académico, aunque se permita elegantes sutilezas basadas en detalles de la puesta de escena que rompen con la rigidez general. Sin embargo, el vacío —y el horror que supone su reconocimiento— laten otra vez en las entrañas de un complejo relato sobre la pérdida (acaso el núcleo temático de todas sus películas) del cariño. A través de la escort que da nombre al filme, una médico tratará de desenmascarar la conducta adúltera de su marido, a la vez que en los relatos de los encuentros sexuales revivirá el debilitado nexo carnal entre ambos. Precisamente será la prostituta quien cuestione la fría precariedad de las relaciones humanas en el mundo contemporáneo; un trasunto del intérprete cinematográfico, cuya existencia es una sucesión de ficciones vividas e interiorizadas (en este caso para la satisfacción de sus clientes). Es este personaje fantasmal, una sombra inventora de fábulas, quien escapando del papel asignado desequilibre el orden hipócrita y burgués de la protagonista (estupenda Julian Moore). Lástima que el guión dé una explicación patológica a su conducta, convirtiéndola en una llana psicópata; error que el desenlace remeda, otorgándole una muerte que refuerza su carácter espectral. La corrección política del final es aparente: las caducas raíces del matrimonio ya han sido demolida por el incisivo Egoyan, y la reconciliación última no mejora, en absoluto, la dura perspectiva sobre las relaciones de pareja.
Ignacio P. Rico
Los condenados, de Isaki Lacuesta (España). SO
Renegaba hace no mucho Isaki Lacuesta de la clásica división genérica: en lugar de ficción y documental, el catalán apostaba por hablar de cine escrito y cine no escrito. La leyenda del tiempo pertenece al último tipo. Los condenados, al primero. Y el cambio de registro no termina de funcionar. Los condenados plantea el reencuentro de varios ex-guerrilleros enfrentados por su pasado. Hablamos de los desaparecidos de Argentina, aunque se obvie toda referencia a aquellos episodios para dejar claro que los temas de la película son universales: el fracaso de la revolución («después de tanta historia nos va a acabar matando el tabaco», ironiza el protagonista), la legitimidad de la lucha armada, o el conflicto generacional entre las víctimas de las dictaduras y sus hijos. Temas interesantes, sí, pero el problema, ya que hablamos de Argentina, es que esta vez Lacuesta se parece más a (por ejemplo) Adolfo Aristarain que a (por ejemplo) Lisandro Alonso, aunque a veces atine y recuerde más bien a Lucrecia Martel. O lo que es lo mismo: que a Lacuesta le pesa la pura ficción, la verborrea, el psicologismo y el cierre de las tramas, y que sigue siendo mejor cuando se preocupa más por los rostros que por los diálogos.
Miguel Calero
Hadewijch, de Bruno Dumont (Francia). SO
Hay dos películas en Hadewijch. Una, la mejor, rinde homenaje a Bresson y retrata a una novicia incapaz de alcanzar la unión espiritual con su Dios/amante que persigue sin cesar. En esta película bastan las secuencias pausadas y silenciosas y el rostro de Julie Sokolowski para resucitar a Mouchette (idem, Robert Bresson, 1967). La otra, la menos buena, utiliza esa figura rescatada de la poesía mística para reflexionar sobre el presente desde un pesimismo confirmado en rueda de prensa por el propio Dumont: «El catolicismo, el Islam, el socialismo… todo lo que es hermético lleva al exterminio». En esta película sobran ciertos diálogos complacientes y chirrían algunos bruscos golpes de efecto. La suma de las dos, claro, es irregular pero estimulante, un cuento sobre la búsqueda del amor que acabó siendo, de lejos, lo mejor de lo poco que vimos en Sección Oficial. Para el recuerdo, queda un último plano de toques casi fantásticos (¿es un blasfemo milagro lo que filma Dumont?) que desconcertó a toda la audiencia.
M.C.
Nadie sabe nada de gatos persas, de Bahman Ghobadi (Irán). ZP
Bahman Ghobadi vuelve al festival que más parabienes le ha aportado (dos conchas de oro con Las tortugas también vuelan y Media luna) con una de sus películas más polémicas y aparentemente libres. Esta especie de documental de ficción (o al contrario) nos hace un recorrido por el panorama actual del rock iraní (y el pop, el folk y el rap) de la mano de una especie de Nanni Moretti kurdo que con su motocicleta y su incomparable labia va recorriendo los lugares secretos de Teheran donde se trafica con pasaportes y acordes. La fuerza de la propuesta radica tanto en el poder trasgresor de la música moderna (sólo me falta decir canción ligera que decían en el programa Gente joven) dentro de un marco donde la vanguardia si tiene (el sentido y el peligro) de ir por delante y también en un humor sencillo pero a la vez eficaz (y buenrollista) que nos hace involucrarnos con naturalidad en una realidad tan ajena (en el lado bueno y en el lado malo de la palabra) a la nuestra. La debilidad se halla en una puesta en escena chata y si progresión y en un final impostado y gratuito que hace que el problema iraní nos pueda parecer una engañifa de director panfletario. La realidad supera a la ficción y por eso a veces no es del todo positivo que en una fábula documental a los lobos se les vea tanto la cremallera.
Manuel Ortega
Norteado, de Rigoberto Perezcano (Mexico-España). ZND
Esta pequeña película que empieza y se desarolla durante un buen rato como si se tratara de la enésima muestra de eso que convenimos (los críticos pues el público es más inteligente de lo que parece) en llamar cine contemplativo o cine no-narrativo, posee varios alicientes en el tono empleado al contar el intento (reiterado y frustrado) de los protagonista de cruzar la frontera mexicana destino Estados Unidos. También en las formas, complementarias. El humor espontáneo que va apoderándose de una historia mínima pero potente encierra un mal rollo tremendo, evitando, casi siempre, caer en lo tendencioso y sin limar la áspereza del contexto en el que se mueven unos personajes que simplemente sobreviven de la mejor manera que saben y se les permite. El excelente criterio en la dosificación de la información y en la utilización de la elipsis (más efectiva en la segunda parte de la película), alertan, en el buen sentido, sobre el talento del realizador, que consiguiera llevar a buen puerto este proyecto gracias a los premios conseguidos en el marco del Cine en Construcción 14 de la edición de 2007 del festival. Este dato unido a la estructura hibrida del relato y a la engañosa primera parte, permiten pensar que quizá el film haya dado muchas vueltas desde la idea inicial y por ello los objetivos de Perezcano no se hayan alcanzado por completo: «…aunque Norteado es ficción se narra de manera cercana al documental: la realidad sin artificios, ni llamaradas de drama que distraigan al espectador del conflicto real» (extraído del dossier de prensa). La buena noticia para los responsables y también para el público es que Alta Films distribuirá esta película en España.
J.D.C.T.
The Shock Doctrine, de Michael Winterbottom, Mat Whitecross (Reino Unido). ZE
A mí Naomi Klein ni fu ni fa. A ella la película supongo que tampoco demasiado porque su cara de circunstancias no sale todo lo que ella considera que tendría que salir. Ya sabemos que lo del ‘No logo’ siempre es aplicable a los demás. La película de Winterbottom y Whitecross es la ilustración con poco lustre y mucha imagen de archivo de la polémica obra sobre Milton Friedman y los chicos (mierdas) de Chicago. Ordenadita, masticada y digerida se deja poco espacio para la reflexión personal, el apunte inoportuno o la excepción que se caga en las reglas. Se ve con gusto y tiene ese punto didáctico que a todos nos mola cuando los malos son nuestros malos preferidos (los americanos, Pinochet, Bush) y sólo confirmamos las sospechas (o certezas) que ya teníamos. El final es un poco contrapoducente y nos deja a todos un poco cara de borrego culpable: una pija mostrándonos que la palabra es el bastón del pastor y que cuando yo diga ya, vamos todos. Pero cuando ya diga yo.
M.O.
This is Love, de Matthias Glasner (Alemania). SO
De la de Glasner resulta una intriga pobre en elementos, que gira como pollo sin cabeza alrededor de dos historias paralelas muy simples (retorciéndolas en pos de la creación de un suspense inexistente), ambas relacionadas con la ausencia y añoranza de personas amadas. Un alentador prólogo, que arranca tras la caída del Muro de Berlín, promete bucear en los demonios colectivos e individuales de una comunidad cuyas heridas aún no han cicatrizado. Pero la estructura mezcla sin concierto el presente y el pasado reciente —flashbacks mediante—; y acaba por beneficiar una historia en detrimento de la otra, apenas esbozada. A pesar de la incorrección política que plantea el romance entre una prostituta vietnamita de nueve años y un adulto (con corazón de niño), la levedad triunfa y el conjunto está plagado de los más vulgares lugares comunes. La resolución de ambas historias exhibe una alarmante falta de imaginación: el desenlace es tan plano y simplón que asusta. Nada queda para la memoria, en un filme de frágil arquitectura, incapaz de darles el relieve merecido a sus torturados personajes.
I.P.R.
Wo de tang / Seasons in the Sun, de Zhang Huilin (China). ZND
El segundo filme de Zhang Huilin pasa a engrosar el nutrido saco de celuloide que gira en torno a púberes inmersos en amores estivales. No hay novedades en el trayecto rectilíneo seguido por la narración, que rezuma las previsibles dosis de nostalgia, turbación y lubricidad. Dos adolescentes, Espejo y Océano (sic), conocen casualmente a una chica sugestiva y guapa (la sugerente Zhao Lei, lo mejor de todo). A partir de entonces, se desarrolla un triángulo (escaleno) amoroso, de obtusa concepción, con un planteamiento esquemático y desarrollo nulo, hasta alcanzar un irrisorio clímax con la introducción torpe y repentina de elementos sórdidos que llevan a la temida tragedia final. La reiteración de secuencias casi idénticas (Huilin se saltó la sala de montaje) ponen el broche de latón a una obra típicamente amateur, incomprensible en el contexto de un Festival Internacional medianamente serio. De lo menos interesante que se ha filtrado este año en la Sección Oficial.
I.P.R.