He nacido, pero…

Cine importante sin darse importancia

El cine de Yasujiro Ozu (Tokio, 1903-1963) proyecta una paradoja poco habitual: la enorme distancia entre su sencillez y la dificultad de explicarlo. Para un entendimiento riguroso de su cine, además, han sido un obstáculo importante las numerosas sandeces que escribieron aquellos que, queriendo dárselas de modernos comentando su cine antes que nadie, se lanzaron a la arena crítica habiendo visto sus películas en japonés sin subtítulos. Pero no entraremos en eso ahora.

Cuando tuve ocasión de ver su filmografía prácticamente completa en pantalla grande y en versión original con subtítulos, hace aproximadamente una década, llegué a la conclusión de que era un cineasta brillantísimo que, además, quizá nunca fue consciente de serlo. Su estilo denota siempre una modestia que tiene mucho que ver con la propia sencillez de sus argumentos y, lo que es más importante, con la ética de la mayoría de sus personajes.

Aunque es una característica que afecta a toda la cinematografía japonesa, la tardanza en asumir el sonoro en Ozu se adivina relacionada con su aprecio por la pureza del lenguaje cinematográfico, alcanzada durante la década de los veinte. Sólo desde 1936 (Hitori musuko; El hijo único, en su edición en DVD) realizó cine sonoro en exclusividad, y el filme que nos ocupa (traducido como He nacido, pero… en DVD) se inscribe todavía dentro de la etapa en la que alternaba el cine mudo (mayoritario) con algunos filmes sonoros.

Esta característica determina un primer acercamiento a la película, que muestra una habilidad extraordinaria (en lo cuantitativo y en lo rítmico) a la hora de emplear los intertítulos. También se hace imprescindible comentar la tensión dramática que logra mediante falsos off sonoros, jugando con el campo/fuera de campo y convirtiendo un filme mudo, así, en un filme que se oye. Y, por supuesto, cabe aquí resaltar uno de los valores máximos de todo el cine de Ozu que, integrado en el cine silente, posee un valor añadido: la naturalidad. Este concepto, aplicado a la interpretación de los actores (la mayoría niños, en este filme, para mayor dificultad), resulta poco habitual en el cine mudo, y un elemento de gran valor, sin duda.

Esa naturalidad en lo gestual nos expresa lo mismo que la sencillez en el empleo de los objetos (que no sólo existen, sino que también narran y definen, pero sin artificio autoral), o en el exquisito pero nunca afectado gusto por el encuadre y la composición (¿Por qué parece que ya no existe esta idea en el cine contemporáneo?); lo mismo que se desprende de las numerosas rimas visuales y leitmotivs narrativos (el paso del tren, por ejemplo), que se suceden con tal discreción que dejan en el espectador esa sensación de poesía visual tan característica de su cine, pero sin necesidad de epatar. La cotidianeidad, en fin, es receptáculo de lo excepcional.

Una de las peculiaridades de esta película de Yasujiro Ozu, que desmiente también algunos tópicos escasamente rigurosos sobre su cine, es la magnífica mixtura entre comedia y drama. El filme, que narra la historia de dos hermanos acomplejados por la profesión de su padre y por su situación en la escuela respecto a la de los otros niños, destila un humor muy directo pero muy elegante, vehiculado a través de la gestualidad de los propios niños y, muy especialmente, de los dos hermanos. El trabajo de Ozu en este sentido es antológico, logrando que los chavales interpreten con una naturalidad y soltura asombrosas, con una vis cómica que se encuentra en pocos trabajos del cine mudo y, mucho menos, en niños; el filme alcanza en este terreno el grado de excepcionalidad.

La relación entre los hijos, los padres y la sociedad no es sólo el centro semántico de esta película, sino también de casi todo el cine del japonés. Es ahí donde la comedia deja paso al drama, pero los problemas sociales o económicos son presentados con la misma ausencia de ínfulas que todo lo demás en la obra de Ozu. Un hermano le dice al otro: «¿Sabes por qué mamá está hoy tan contenta? Porque hoy cobra papá». Uno de ellos se lamenta: «Soy más fuerte que Taro y saco mejores notas. Si voy a acabar trabajando para él, no pienso ir al colegio». ¿Hay modo mejor de expresar la frustración de las clases bajas ante la inmanente desigualdad social, que proviene de la posesión de los medios de producción, de la herencia y de tantas inercias históricas que trasladan la pobreza y la riqueza de generación en generación?

Ozu juega con la profundidad de campo del mismo modo que con la profundidad de los conceptos; le otorga a todos los recursos cinematográficos un sentido dramático y constructivo; mueve la cámara creando rimas y significados. El cine es para él algo importante, como quizá demuestre la escena en que se proyectan tomas de vistas en una reunión de compañeros de trabajo; el cine dentro del cine era poco habitual en esta época temprana del cinematógrafo.

La magnífica escena en que los padres observan cómo duermen sus hijos, preguntándose si tendrán la vida tan difícil como ellos, destila emoción porque destila lo mejor del cine de Yasujiro Ozu: autenticidad, naturalidad, sencillez, honestidad, ética, rigor, generosidad, poesía.