Mapa de los sonidos de Tokio

Cosas que siempre te dije

Trabajo en publicidad y vivo en La Latina. Frecuento bares de moda o muy extraños. Tengo 14 pares de zapatillas y algo así como 3 pantalones (pero sólo me suelo poner  2). Como en restaurantes molonguis mientras hablo de lo mal que está todo, lo mal que estoy yo y de si el jueves vamos al Tops of the pop, al Honky Tonk o al Susan Club. Tengo más de 450 amigos en Facebook y en unos días me voy a un festival de música alternativa  a ponerme fino. Es cierto, mi vida se mueve entre círculos superfluos que rodean sin tocar la superficie de mis subterfugios. En esta tesitura lo normal sería que adorara el cine de Coixet y lo que ella pretende representar. Wong Kar wai, Murakami, Sashimi, Soseki (qepd). Pero quitando al tercero de esos cuatro personajes los otros jamás me han interesado más allá de la obligatoria curiosidad de quien se dedica a escribir sobre temas variados y culturales o así. Más o menos. Y eso que soy no sé qué de la superficie y mis subterfugios. Escondrijos. Mascaradas. Pantomimas.

Pero es que esto me supera. Coixet intentando hacer un thriller. Supongo que estará dotada para el drama (Mi vida sin mí me parece interesante, Cosas que nunca te dije casi), que dominará el imaginario romántico de atmósferas recargadas y citas con citas literarias, que sabrá poner la cámara cuando los protagonistas se quedan solos (cuando están acompañados está claro que no: las escenas sexuales de esta película se debaten entre la impotencia fláccida y la infertilidad perenne), que tiene cierta querencia al melo desaforado y kamikaze autoreferencial y (auto) consciente, que si las cosas bonitas con las cosas feas y todo lo demás. Pero el thriller no es para artistas de sí mismos  sino para directores de cine curtidos en el aprendizaje  y en la amplitud de miras. Thriller viene de thrill que es algo así como estremecer y eso no sólo pasa cuando un personaje se muere, se pone malito o le pilla un coche. El estremecimiento ha de venir de contar con energía, de saber envolver el núcleo y el motor con los mecanismos narrativos precisos para mantener la atención y para hacer verosímil lo improbable. Mapas de los sonidos de Tokio tiene de thriller lo que yo de Michael Jackson.

Cosas que siempre te dije. No se puede pretender trascender sin asistir, no sé puede intentar imprimir un sello personal al cine genérico porque el cine genérico no tiene nada que ver con eso. Es como leer a Murakami sin saber quién es Stevenson, como ver Godard sin ver lo que veía Godard. Sin De Toth, sin Ray, sin Aldrich. Sin Fuller. Sin Franju. Coixet naufraga porque a ella lo que le interesa son los planos que pueden significar, las hojas que caen de un árbol, el pastelito que es mojado por una lágrima, el reloj que inexorable simboliza algo impertérrito. Su cine es una postal que es una ilustración de una postal. Y no voy a entrar si es relamido, pedante o pretencioso. Allá cada uno con su obra. Y Ford  (o Carpenter) en la de todos.

Definitivamente, Mapa de los sonidos de Tokio (toma titulón) es la confirmación de que el talento de Coixet se quedó en el esbozo de sus propios defectos. Cannes (ese lugar tan moderno que a veces parece una exhibición de cadáveres cinematográficos en sesión oficial o informativa) ha querido dar un poco prestigio a esta nueva muestra de cine transnacional (mira abuela, lo que he escribido). Pero ni con esas y todo. Cine muerto, de cualité sin q,  hambicioso con h y mil intentos más de intentar ser intensos. Estribillos cantados en karaokes con falta de ortografía y pepino para el Hendricks (¿he dicho ya que tomo Hendricks a pesar de que la cosa está fatal, tío, de esta no salimos?). Una película tan falsa como yo. Tan viva como mis muertos.

No sé como me van a mirar el lunes en la agencia cuando hayan leído que no conozco más cine que a Carpenter, que sigo creyendo que Jardiel Poncela es el mejor escritor del siglo XX y que el cartucho de  pescaito frito que me voy a comer dentro de un rato devolvería a la vida hasta al gato muerto de un seudoescritor vedette.