Auto-traición
La inspiración, la creatividad y la frescura tienen siempre un batallón de enemigos; dos de los más poderosos son la búsqueda de la rentabilización económica y la racionalización del proceso artístico con el propósito de lograr unos objetivos predeterminados. Como ocurre con todo en el ámbito creativo, esta afirmación tampoco es una ecuación matemática, pero hay miles de ejemplos que la refrendan. Creo que [REC]2 cumple absolutamente estos principios.
En cierto modo, ya en la estupenda [REC] (Balagueró y Plaza, 2007) se encontraban en potencia todas las debilidades y riesgos que han aflorado en esta innecesaria segunda entrega. Se trataba de un experimento, un desafío formal extremo que resultaba muy satisfactorio por la coherencia de su estructura y desarrollo, y por la interesante reflexión que contenía sobre la naturaleza de la imagen y nuestra relación con ella. Pero era evidente su estatuto de artefacto formal, sin grandes ambiciones discursivas, siempre al borde del abismo, pero convertido en un eficacísimo filme de género y en una obra radical que podía incomodar al espectador, obligarle a hacerse preguntas, removerse en el asiento.
El filme, precisamente por su escasa ambición y por otros factores más concretos (fecha de estreno, escasez de marketing previo, etc.) disfrutó de un éxito diferido y limitado, pero muy significativo de lo que podría haber sido, de estrenarse en otras condiciones. Así, sus creadores parece que coligieron de inmediato que había que intentar repetir la operación, ahora con la premeditación comercial con la que no contaron antes. Pero los condicionantes, desde la óptica creativa, eran tantos, que se han convertido en obstáculos insalvables para la creación en libertad, propia del proyecto originario.
[REC]2 traiciona desde el comienzo uno de los grandes méritos de su predecesora, que es el paso inopinado de una cotidianeidad en la que todo es previsible (el reportaje de Ángela Vidal/Manuela Velasco en un parque de bomberos) hacia un caos infernal en el que nada es esperable ni nadie sabe lo que sucederá; aquí el filme comienza ya con la excepcionalidad de una operación especial, el asalto a la casa donde desapareció la periodista en la entrega anterior, perdiéndose por completo ese efecto, uno de los más importantes del filme original.
La coherencia a la que aludía antes en [REC] llevó a Balagueró y Plaza a fragmentar lo menos posible el relato, estructurado en unos pocos planos secuencia, algunos de ellos ejecutados con brillantez, que prolongaban una tensión a veces insoportable. En [REC]2, que ensaya una estructura más sofisticada, con más personajes y pretensiones discursivas, se produce una operación de fragmentación mayor, que diluye la tensión en el efecto de terror y que disemina la atención del espectador hacia diferentes vectores.
Uno de los condicionantes mayores en la realización de la segunda parte era que, lógicamente, había que aportar algo nuevo; el riesgo de alargar demasiado el desconocimiento sobre lo que está ocurriendo en la casa se ha querido sortear ofreciendo una explicación, de entre las muchas posibles. El problema no está tanto en la elección (los zombis son, en realidad, poseídos por el demonio), sino en que esa necesidad explicativa traspasa buena parte del peso del filme desde la forma hacia el contenido. Lo que podría haber sido una virtud (pues el primer filme adolecía precisamente de una hipertrofia formalista discutible) se convierte en uno de sus lastres más incómodos, puesto que desactiva el núcleo del suspense (la búsqueda de esa misma explicación) sin proponer, a cambio, un leitmotiv o macguffin de la misma entidad narrativa.
También la misma elección explicativa deriva en algunas debilidades, relacionadas con la verosimilitud interna, sobre todo en el final, que no desvelaré, aunque también en algunas ocurrencias (p.ej., hay realidades que aparecen o desaparecen según la cámara de vídeo funcione en visión diurna o nocturna). Males menores dentro de un filme, en sí mismo, demasiado menor.
Así las cosas, Balagueró y Plaza conservan sólo la habilidad para generar tensión (que ya se les suponía), pero pierden por el camino la capacidad de sorpresa, la seducción visual y el siempre sugestivo experimentalismo, y dotan a la segunda parte de [REC] de previsibilidad, algunos tópicos molestos (p.ej., el sacerdote extranjero), ardides argumentales pedestres y un núcleo discursivo manoseado. Logran, en fin, demasiadas sonrisas condescendientes por parte de un espectador que se supone aterrorizado.