Volumen final: El tiempo recobrado
Una vez finiquitado el festival, superado el stress de las crónicas diarias (aunque sea para ir a parar a un stress mucho peor), recuperamos en este último volumen algunos de aquellos títulos en los que no nos hemos detenido previamente, contando con las aportaciones de amigos de la revista y colaboradores habituales a los que tanto debemos, que se encontraban por allí en tan señaladas fechas.
Enter the Void, de Gaspar Noé (Francia-Italia-Alemania, 2009). SOF Competición
El mayor elogio que se le puede brindar a la nueva película de Gaspar Noé, al menos en el marco del Festival de Sitges: hasta verla, al cronista le había parecido que el nivel de esta edición era más que aceptable; todo lo programado después nos supo a poco. Por suerte, nos hallábamos en la recta final del certamen… Enter the Void lo reventó con una prepotencia formal que para muchos no camufla lo magro de su argumento, centrado en dos hermanos huérfanos que han pactado no fallarse pase lo que pase, y estructurado explícitamente en base al Libro Tibetano de los Muertos. A uno, en cambio, le fascinó la hipnótica experiencia audiovisual que nos ofrece Noé, tan deudora del cine como de la imaginería digital, los videojuegos, el consumo de drogas y las creencias en torno a los viajes astrales. Su fe en las posibilidades de la imagen —aviso a descargadores: Enter the Void sólo es tal en una gran pantalla— tiene mucho de infantil, pero no hay en ello nada reprochable sino emocionante. Como Solo contra todos (Seul contre tous. 1998) e Irreversible (Irréversible. 2002), Enter the Void no es en el fondo otra cosa que un alegato aterrado y rabioso contra el orden natural de las cosas, obra de un adolescente con plena confianza en lo subversivo de sus armas expresivas. Gaspar, no madures.
Yatterman, de Takashi Miike (Japón, 2009). SOF Competición
Con un bozal y la correa muy corta, sometido a las exigencias de una superproducción basada en una serie de animación muy popular en Japón y destinada al público infantil, el sobrevalorado Takashi Miike ha firmado una de sus mejores películas. Y resulta revelador que esta idiosincrásica respuesta nipona a Speed Racer (íd. Andy & Larry Wachowski, 2008) fuese desatendida por casi todos los colegas acreditados con quienes nos cruzamos en Sitges —¡considerando encima que se hallaba en la Sección Oficial a Competición!—, por el temor reconocido a no poder tirarse con ella el rollito cómplice que el Miike más «transgresor» e «iconoclasta» sí propicia con películas, por lo general, ni la mitad de coherentes que este divertimento colorista y frenético. Menospreciar a los zombies de multisala es habitual. Pero, para variar, señalemos lo intolerante de los zombies de festival, lo alternativo y la modernez, tan llenos de prejuicios como los anteriores, pero ungidos por la autoridad analítica que creen les otorgan la mochila cruzada y las playeras mugrientas. Vive y deja vivir, oigo por ahí. No. De lo que escriben algunos depende sin ir más lejos que Sitges siga apostando una edición sí y otra también por todas y cada una de las realizaciones de Miike, obligándonos a comulgar con ruedas de molino. Que luego la parroquia decida no venerar a su ídolo porque ha traicionado (en apariencia) el registro que veneran, constituye el colmo de la arbitrariedad crítica.
Diego Salgado
Van Diemen’s Land, de Jonathan Auf Der Heide (Australia, 2009). Noves Visions
El cuerpo y el paisaje. Esos son los dos motivos que sustentan la ópera prima de este joven cineasta australiano que se dejó caer por Sitges para presentar un filme que parece destinado al éxito tras un paseo triunfante por numerosos festivales (aquí se llevó una mención especial). Es patente la inversión física y económica que ha comportado un rodaje de esta magnitud en el que Auf Der Heide quiere narrar la historia real de un célebre y confeso caníbal llamado Alexander Pearce que, en 1882, logró huir de Tasmania donde había sido encarcelado por el imperio británico. Protagonizada por Oscar Redding, a su vez coguionista del relato, la película toma como referencias inalcanzables a Terrence Malick y Werner Herzog mientras que, por momentos, se aproxima a la fisicidad del Mel Gibson de Apocalypto. Aquí no se trata de exhibir un buen diseño de producción (caso de la deficiente The Road) sino de enfrentar el cuerpo humano con la naturaleza y con su naturaleza. Ocho convictos parten en una huida sin fin por el terreno impracticable australiano —la belleza del paisaje no esconde su dureza— donde, pese a todo, se forjará un nuevo hombre, Pearce, que, en su ambigüedad —no hay lugar para el mito ni para el melodrama— completará un trayecto visceral dejando atrás lo que un día llegó a ser en su Irlanda natal. La experiencia cinematográfica no será tan radical como desearíamos, pero sí nos agarrará y nos hará partícipes de una lucha sin cuartel por la supervivencia. Que no es poco.
The Loved Ones, de Sean Byrne (Australia, 2009). Midnight X-Treme
Dicen que el público de Sitges sólo va en busca de sangre. Y puede que sea cierto. Al menos, este espíritu primigenio del festival —si es que tal término se puede usar aún para un negocio de este calibre— permanece vivo en las sesiones de Midnight X-Treme donde (escasas) propuestas ciertamente ingeniosas en su osadía conviven con infinidad de títulos mediocres e intercambiables en los que las torturas, los zombies y el humor macabro conforman un cocktail a gusto de un consumidor ávido y fiel. Nada que objetar. Es pura ley de oferta y demanda cinematográfica. Pero, puestos a escoger, quedémonos con la más bien realizada de las midnight movies que vimos y la que mejor dignifica el género. Si en las tres últimas ediciones disfrutamos de las estupendas Splinter, Encarnaçao do Demonio, Storm Warning o Eden Lake (esta última, incorporada gratamente a la sección oficial), este año le ha llegado el turno a Sean Byrne y su exquisita The Loved Ones. Suerte de slasher ensimismado y juvenil con reminiscencias al Miike de Audition, The Loved Ones es, ante todo, una demostración de talento narrativo y de planificación. Uno se imagina qué elementos encontrará en un filme de estas características, pero Byrne sabe que antes está el cómo que el qué y, sin ningún tipo de rubor (ni justificación intelectual y/o psicológica), nos lanza a un visionado tenso y placentero en el que el espectador se verá sorprendido por planos dilatados, golpes ingeniosos, mutilaciones a tutiplén e incluso detalles técnicos para el recuerdo. Más no se puede pedir. La disfrutarán la cinefagia y los connoisseurs. Una sala gritando y aplaudiendo también es cine. Al menos, una vez lo fue y muchos deseamos que lo siga siendo.
Carles Matamoros
IP Man, de Yip Wai-shun (Hong-Kong, China, 2008). Orient Express
Sitges se empeña en tener su barrio chino y la gente guapa no quiere pasear por el gueto. Programando una joya como Ip Man en la desfasadísima sección Orient Express, la condenas al ostracismo, aunque le des el título de fallera mayor en la casa regional valenciana de Boston. Pero vamos al tema, que no se note que estoy escribiendo para Miradas. La película de Wilson Yip merece desde ya la consideración de nuevo clásico del cine marcial, gracias a su férreo y directo guión, un Donnie Yen sublime, unas brutales coreografías del maestro Sammo Hung y la emocionante música de Kenji Hawai. Donde otros trastean torpemente con la Historia mediante metalenguajes autocomplacientes, Ip Man se presenta como un naturalizado ejercicio de manipulador revisionismo a través de la épica del kung-fu, compartiendo el tuétano de los referentes que homenajea. Muchos la acusarán de ultranacionalista, sí, pero aquí tenemos a unos chinos con el legítimo deseo de joder a quienes les jodieron y no a un antiguo director de cine ejerciendo de mamporrero para los judíos que le dan la pasta.
Salvador Solano
Nucingen Haus, de Raoul Ruiz (Francia, 2008). Seven Chances
Oportunidad, prácticamente, única, de poder visionar en pantalla grande, al estar incluída en la sugestiva selección de Seven chances, Nucingen Haus (2008), el último trabajo completado del siempre prolífico Raoul Ruiz. Partiendo de un relato de Honoré de Balzac, el cineasta exiliado construye una de sus clásicas narraciones teóricamente laberínticas. Sin embargo, pese a los numerosos aciertos, la sensación que acompaña a toda la proyección es de estar frente a un trabajo en exceso disperso y poco trabajado. Lejos quedan las excelencias de films como Genealogías de un crimen (Généalogies d´un crime, 1997) y sobre todo Diálogos de exiliados (1975), que sin lugar a dudas ya podríamos situar como una de sus realizaciones más notables. Propuesta básicamente idéntica a las últimas planteadas por el director, construida en torno a la subversión de géneros, hermetismo, anacronismos diversos y caprichos narrativos tan inseparables en el último tramo de su filmografía. Consigue pese a todo la complicidad del espectador por cierto desprejuicio expositivo, al situar la historia de fantasmas y vampiros (!) en una hacienda chilena, allá en los años veinte con una trouppe de personajes tan sugestivos como excesivamente superficiales, empezando por ese William Henry James III al que da vida Jean-Marc Barr. Rodada en video digital, formato que por momentos parece darle estética de culebrón venezolano, el film encuentra sus mayores hallazgos en la elegancia de los encuadres y los espléndidos movimientos de cámara, que por momentos parece deslizarse como un verdadero espectro.
Ramón Alfonso
Bronson, de Nicolas Winding Refn (Reino Unido, 2009). SONV/Ficción
Sin haber visto Valhalla Rising (2009), también presente en Sitges, me atrevería a decir que Nicolas Winding Refn es un cineasta de la forma. Eso no quiere decir que el contenido acabe escamoteado entre la fuerza de sus imágenes —a la trilogía Pusher (1996-2005) me remito—, pero hay en Bronson (2008) un afán desmedido por hacer de lo visual el motor principal de la historia que me lleva a pensar que Winding Refn se preocupa más por exprimir cada plano que por buscarle el sentido. Quizá porque la propia historia de Charles Bronson, el alias que adopta el preso que más tiempo lleva encerrado en el sistema penitenciario británico, nunca tiene sentido. O, mejor dicho, su sentido consiste en el desinterés de una persona en habitar dentro de los márgenes de la sociedad, porque parecen constreñirle hasta el agotamiento. En Bronson, Winding Refn agarrota al espectador mediante una sucesión de escenas, combinaciones musicales y discursos que confluyen en una figura en permanente estado de metaficción, es decir, como si penetrase sin descanso en una nueva farsa, un nuevo teatro que desdibujase aún más la identidad de Michael Peterson, su auténtico nombre. Por eso, Bronson hace de la incomodidad su mejor arma, porque su director la interpreta como la única forma posible de narrar un confinamiento de treinta años en la más absoluta de las soledades; una reclusión que, a la postre, convierte a Charles Bronson en un animal enjaulado, desnudo, con los músculos perpetuamente tensados, que se mueve a ritmo de los Walker Brothers mientras espera agotar el último aliento. Una historia tan demoledora que a Winding Refn se le escurre entre los dedos, mientras sus imágenes disparan a golpe de clásico de ópera una existencia emocional que camina hacia el fuera de campo.
Summer Wars, de Mamoru Osoda (Japón, 2009). SOF Panorama
Entre el alegre costumbrismo practicado por el estudio Ghibli y la problemática sobre la identidad atrapada en entornos irreales plasmada por Satoshi Kon, Summer Wars se mueve como una interesante variación sobre la presencia en nuestras vidas de la realidad virtual. Oz, la red social que aglutina todos los elementos de la contemporaneidad, parece una extensión del Superflat Manifesto de Takashi Murakami en su exaltación de una alternativa colorista, edénica y viva en contraposición a una gris cotidianidad. Es un universo con sus reglas y batallas que, sin embargo, en su fantasía posee el poder sobre casi cualquier movimiento real que afecte directamente a nuestro planeta. O sea, lo virtual gobierna lo auténtico. La reflexión que propone Mamoru Hosoda acaba trasladando el peso de la cuestión del desequilibrio entre los entornos generados por ordenador y la vida simple y ordenada, a qué sucede cuando son los elementos del mundo virtual —irracionales cuando dejamos de entenderlos como herramientas— los que saltan al mundo real y lo infectan haciendo de nuestra existencia la versión beta de un programa. Summer Wars amalgama el talento en el trazo que exhiben todos los productos de Madhouse, pero también ahonda en la frágil relación que mantenemos con Internet y que, paradójicamente, capitaliza a pesar de todo nuestro devenir por el mundo. Todo ello, en forma de agradable relato familiar con amor adolescente al fondo.
Óscar Brox
Pontypool, de Bruce McDonald (Canadá, 2008). Noves Visions
Si lo que propone esta inquietante propuesta canadiense sucede alguna vez en la realidad, es posible que, cuando a los niños les enseñen, en clase de lengua, todo aquello del emisor, el canal y el receptor, les muestren también, escritas en la pizarra, una serie de palabras que bajo ningún concepto deben ser pronunciadas. La desaparición progresiva del lenguaje: el inicio de una pesadilla que muy a gusto habrían soñado Borges, Umberto Ecco y todos los lingüistas paranoicos del mundo. Prácticamente todo sucede fuera de plano en este atrevido ejercicio de claustrofobia, comandado con nervio y carisma por Stephen McHattie (Búho Nocturno en Watchmen), en el papel de un cáustico y deslenguado locutor radiofónico. Olvidense de La Horde y de Zombieland: la película de zombies más radical y sorprendente de esta edición de Sitges fue Pontypool. ¿Parábola sobre la libertad de expresión? ¿Jocoso comentario sobre la prostitución de la información en los media? No lo sé. Yo solo puedo decirles que los noventa minutos y pico valieron la pena.
Best Worst Movie, de Michael Paul Stephenson (EE.UU., 2009). Noves Visions
De un festival de cine fantástico podría esperarse que, además de programar películas, a través de algunas de esas películas proporcione claves para entender que es y como funciona el cine fantástico. Best worst movie, documental sobre la gestación y el culto posterior alrededor de la película Troll 2 (Claudio Fragasso, 1990), cumple a la perfección en ese aspecto, pues es un encomiable documento que habla sobre las virtudes del cine malo, que luego resulta que no lo es tanto. Más que sobre virtudes, habla sobre cómo es posible que ciertas películas nos fascinen y se alojen en nuestro corazón de cinéfagos con una fuerza y una pureza mayor de la que son capaces de generar algunos de esos supuestos clásicos del cine que todo el mundo conoce y que están sin excepción en los libros académicos. Y además de eso, Best worst movie es el más conmovedor —sin dejar de ser hilarante— fresco de perdedores que un servidor recuerda haber visto en mucho tiempo, al menos en lo que a cine actual se refiere. Aunque si hay algo que me va a resultar difícil de olvidar, es el momento en el que la guionista explica que la disparatada idea de Troll 2 surgió porque por aquél entonces todos sus amigos y conocidos se estaban haciendo vegetarianos, y, como le daba rabia esa moda, decidió hacer una película de trolls vegetarianos que convierten a la gente en plantas…
The house of the devil, de Ti West (EE.UU., 2009). Noves Visions
Bien es cierto que llegué a The house of the devil de subidón y casi sin comer, tras dos experiencias fílmicas lisérgicas y extrañas del calibre de Cada ver es… (Ángel García del Val, 1981) y Enter the void (Gaspar Noé, 2009). Y tampoco puedo negar que, para un fan de la serie B setentera y ochentera, ver en los créditos iniciales de una película a Dee Wallace, Tom Noonan y Mary Woronov es toda una alegría. Pero el caso es que la tercera película de Ti West llegó a mí justo cuando más la necesitaba, en un Sitges en el que había visto muchas películas, algunas notables, pero poco cine de terror en toda regla. Y, pese a un apresurado desenlace que rompe un poco el clima de misterio creado hasta entonces, The house of the devil es una película sólida, un pequeño pero efectivo cuento de horror que logra mantenerte alerta, a la vez que se apodera de ti cierto aroma añejo. Muchos se burlaron de la supuesta ineptitud demostrada por Ti West en su opera prima, la incomprendida The roost; vista su tercera película, empiezo a pensar que lo que ocurre es que este joven norteamericano es de los pocos que sabe hacer películas de antes sin que parezcan películas de ahora pretendiendo parecer de antes. En fin, no quiero darles el coñazo. Atención al maravilloso mcguffin secreto de la película.
Toni Junyent
Mary and Max, de Adam Elliot (Australia, 2008). Seven Chances
Dentro de la sección Seven Chances tuvimos la oportunidad de degustar una rareza australiana, Max and Mary (Adam Elliot, 2008), una película de plastilina que versionaba libremente La carta final (48 Charing Cross Rd., David Jones, 1987). En esta ocasión los protagonistas que se cartean de uno a otro lado del océano son un obeso con síndrome de Asperger recluido en su domicilio en Nueva York y una niña australiana, habitante en un pueblo de mala muerte, solitaria, hija de un padre ausente y madre alcohólica. Elliot consigue una historia divertida, a ratos hilarante, que no se limita a producir la carcajada sino a conmover al espectador con personajes que no por extravagantes dejan de ser absolutamente creíbles. Max and Mary reivindica la inocencia, la amistad y la sensibilidad. Y, por si alguien lo dudara, demuestra la capacidad de la imagen animada, en su vertiente más simple, para retratar nuestra sociedad y recoger nuestros temores y nuestras fuerzas.
Youth without Youth, de F. Ford Coppola (EE.UU. y otros, 2007). Seven Chances
Youth without youth (Francis Coppola, 2007) clama al cielo. O, mejor dicho, nos hace clamar al cielo. ¿Cómo se puede marginar sin distribución a un genio del cine como Coppola? Hay un par de cosas que llaman la atención en esta película. La primera, el gozo evidente del veterano director en contar una historia. Coppola se siente libre, sin ataduras de producción, y se lanza a la aventura de narrar, en estilo clásico, una extraña historia que combina la ciencia y el esoterismo, la crónica histórica y el género fantástico, el intimismo de la historia de amor y la ambición creativa de una obra magna. En segundo lugar, el paralelismo entre la cinta y el propio director, en equilibrio entre la búsqueda de su gran obra americana y una actividad que le permite ejercer su profesión real aun con discreción artesanal. El resultado, algo insólito pero nada desdeñable, tiene clara relación con constantes temáticas y estéticas presentes en la obra previa de Coppola (Peggy Sue got married, Jack, Dracula) y establece conexiones con obras recientes como el Mr. Nobody (Jaco Van Dormael, 2009) también visto en Sitges y El curioso caso de Benjamín Button (David Fincher, 2008). Merece la pena volver a ella con mayor extensión.
Palermo Shooting, de Wim Wenders (Alemania, 2008). Seven Chances
No sorprende tanto la exclusión de las carteleras de Palermo shooting de Wim Wenders. Básicamente por que se trata de una película típicamente wendersiana, para lo bueno y lo malo. Y Wenders tiene mala prensa en general. Una mala prensa que posiblemente no cambie a raíz de esta obra por la que, sin embargo, tengo mis simpatías. Entre los malos hábitos presentes en esta cinta persisten la mala dirección de actores (Campino, el actor protagonista, es en realidad un músico punk al que le faltan unas cuantas clases de interpretación), su falta de sentido del humor (los chistes contados por Wenders suelen ser malos con la salvedad de Lisbon Story dónde debía estar de gran buen humor) y la tendencia a una filosofía de auto ayuda algo molesta. Entre sus virtudes cabe contar la integración en la historia de las nuevas tecnologías, una excelente banda sonora (las cintas de Wenders son auténticos musicales) que alterna el pop rock, la electrónica y la clásica y una narración aparentemente errática que no obstante Wenders controla hasta el final. Un final harto interesante en el que sumerge a su protagonista (fotógrafo y habitante de edificios racionales) en una pesadilla que tiene lugar en un espacio laberíntico propio de Escher, dónde deberá enfrentarse a una Muerte pacífica con los rasgos de Dennis Hopper. Somos pocos los que le queremos, pero aun nos gusta Wenders (… Wim, por favor, deja las malas compañías y tipos como ese tal Bono).
Antoni Peris i Grao
Amer, de Hélène Cattet y Bruno Forzani (Francia, Bélgica, 2009). Noves Visions
Escondida en la Sección Nuevas Visiones dentro del apartado Discovery encontrábamos una de las joyas de esta edición del Festival. Amer es la ópera prima firmada por la pareja de cineastas Hélène Cattet y Bruno Forzani y se erige como uno de los homenajes más hermosos y sorprendentes a un subgénero, el giallo que, aunque en los últimos tiempos se haya prácticamente diluido, en esta ocasión hunde sus raíces en sus orígenes setenteros para ofrecernos una muestra en estado puro que es a la vez tan original como copia de los presupuestos estéticos sobre los que se asentaban las bases constitutivas de esta particular manera de rodar cine. En ese sentido, Amer es todo un delirio kitsch, un ejercicio estilístico retrospectivo, una impostura visual que nos remite a los mayores maestros del género, Sergio Martino, Mario Bava, Lucio Fulci y Dario Argento (aunque también se intuyan ecos que nos acercan al surrealismo de Buñuel o a la fuerza expresiva de Antonioni) y un experimento formal avasallador, una cult movie de inmediato regocijo para los aficionados.
El film se divide en tres capítulos (que bien podrían considerarse tres cortometrajes independientes) que corresponden con las distintas etapas de crecimiento de la protagonista (niñez, adolescencia y madurez), cada uno narrado a través de una precisión milimétrica en el uso del encuadre, el montaje y la música y adoptando diferentes tonalidades atmosféricas dependiendo del caso: la sugestión a partir de la descripción de los terrores infantiles, el erotismo de la adolescencia y la explosión asesina de la madurez. Una pena que antes de la proyección no se emitiera el cortometraje que en principio estaba previsto, ya que hubiera completado a la perfección la sesión: Dos manos zurdas y un racimo de ojos manchados de gris, de Antonio Trashorras, otro homenaje al espíritu del giallo y una de las piezas más hipnóticas, absorbentes y emocionantes filmadas en nuestro país a lo largo del pasado año.
Accident, de Soi Cheung (Hong Kong, 2009). SOF Competición
Después de haber pasado por el Festival de Venecia con una cierta repercusión crítica, esperábamos mucho de la última película de Soi Cheung. Sin embargo, la decepción ha sido mayúscula al encontrarnos con una cinta que se encuentra muy por debajo del nivel al que nos tenía acostumbrados el director de las magníficas Love Battlefield (Ai zouozhan, 2004) y Dog Bite Dog (Gau ngao gau, 2006). Quizás el foco de atención del que fue objeto se debiera a que Accident se encuentra en esta ocasión producida por la compañía de Johnnie To, la Milkyway Image, que de alguna forma puede que incite a pensar en una supuesta calidad superior de las películas que se presentan bajo esta etiqueta. Y no es que Accident sea un mal film, aunque su impoluta corrección, puede que sea la peor de sus virtudes. El cine de Soi Cheung siempre ha sido adrenalítico y sucio, moralmente angosto, estilísticamente cenagoso y ultraviolento. Así, la historia de una banda de criminales que prepara cada uno de los asesinatos como si de un accidente casual se tratara, termina convirtiéndose en un insulso thriller en el que tan sólo queda detallada la escasa anécdota argumental, preocupándose más de montar un aparato formal a su alrededor (a través de la meticulosa filmación de cada uno de los «montajes» que preparan) que de desarrollar los personajes o sus implicaciones emocionales. El resultado es un film que genera escasa empatía y que tan sólo puede ser disfrutable desde un punto de vista técnico: buena factura, sí, pero también poca entidad.
Heartless, de Philip Ridley (Reino Unido, 2009) SOF Competición
El caso del director inglés Philip Ridley es digno de estudio. Tras debutar con una pieza magistral como es La piel que brilla (The Reflecting Skin, 1990), continuó con la mucho menos inspirada La pasión de Darkly Noon (The Passion of Darkly Noon, 1995) y, ahora, catorce años más tarde, ha tocado fondo al rodar una película definitivamente ridícula que bien podría considerarse la ópera prima de un aficionado sin talento. Un pena comprobar este camino invertido que ha recorrido un director que seguramente será recordado por una única buena película. En cualquier caso, Heartless es sin duda uno de los filmes más flojos presentados dentro de la Sección Oficial. En ella, seguimos las andanzas, por las calles más siniestras de Londres, de un joven traumatizado por tener una marca en el rostro que lo condena a la marginación, y que entrará en contacto con una banda callejera de origen monstruoso con cuyo jefe hará una especie de pacto fáustico para poder integrarse dentro la sociedad. El film, con un inconfundible aroma a los argumentos creados por la pluma de Clive Barker, se pierde en una serie de clichés que dejan un regusto trasnochado imposible de reivindicar. Tópica, saturada de elementos que no llevan a ningún sitio más que al delirio y la vergüenza ajena (las visiones de la niña india, el jefe del clan demoníaco, los monstruos encapuchados, la relación de amor entre los protagonistas…) sólo nos da para pensar que Philip Ridley, ya no da para mucho más.
Beatriz Martínez
The Hills Run Red, de Dave Parker (EE.UU., 2009) Midnight X-Treme
Cine dentro del cine. Cine documental dentro del cine de terror más visceral. Un joven decide buscar una película maldita (la sombra de Le fin absolute du monde se pasea y se recrea) y se embarca con su novia, su mejor amigo (que es amante bandido de esta) y la hija, drogadicta y stripper, del director de la película (sobre el que pesa una leyenda que nada ha de envidiar al James O. Incandenza parido por el finado David Foster Wallace),The Hills Run Red, a la sazón, en un viaje para conseguir el film, y de paso ver si se encuentra a sí mismo. Finalmente localizan la película, a su director, y, como no podía ser de otra manera en una película programada tras las doce de la noche, el dolor y la muerte. Como dice Wilson Wyler Concannon, realizador de The Hills Run Red, el auténtico cine es recurrente, ha de atrapar al espectador y hacerle parte de su drama. Así, entre guiños y tópicos del género aplicados con criterio y dedicación, Dave Parker, el director de la otra The Hills Run Red, nos brinda otra de esas familias que tan bien se sienten matando unidas (hasta que llegan los egos), a caballo entre los Firefly y los Sawyer, y nos lleva, como tantos otros lo han hecho antes, y con notable factura técnica (sobre todo para un Midnight X-treme), de la tranquila ciudad a lo profundo del bosque, en plan road movie-slasher-snuff y con un par de delicatesen gore de regalo nada desdeñables. Por cierto, no abandonen los créditos antes de tiempo.
Doghouse, de Jake West (Reino Unido, 2009) SOF Panorama/British Focus
Este año el festival se ha sacado de la manga una nueva sección llamada British Focus donde se incluyen algunos títulos recientes de la industria británica adscritos a los géneros que en el festival se practican. Doghouse, incluida en esta sección, es una película con claros referentes en Zombies Party o Braindead, y aunque, digámoslo ya, no alcanza el nivel de aquellas, sí al menos consigue hacer pasar un rato entretenido. Un grupo de amigos que van de excursión a un pequeño pueblo famoso por su generosa densidad de féminas (intentando animar a uno de ellos inmerso en un proceso de divorcio), encontrará en la violencia de género su única vía de escape al descubrir que todas las mujeres del pueblo se han convertido en zombies a causa de un virus. Más comedia que otra cosa, tiene algunos chistes graciosos y pequeños apuntes de casquería. También su parte de discurso algo misógino que se diluye en un desenlace inesperado (por prematuro) y reparador que deja al género masculino a la altura que muchas veces merecemos, la de auténticos descerebrados.
Sergio Vargas
Paranormal Activity, de Oren Peli (EE.UU., 2009). SOF Panorama
Lo que ofrece en cierto modo esta ópera prima no está tan lejos de aquella película de Aleksandr Sokurov, El arca rusa (2002), ambas inteligentemente vendidas y avaladas. Exagero al comparar ambos films, pues la de Sokurov, aunque imposible de sostenerse, pasará a la historia por estar realizada en una sola toma en plano secuencia. Pero de alguna forma, Paranormal Activity, un fake compuesto de grabaciones de video supuestamente caseras, se estrella como aquella (de la que por cierto pocos se acuerdan ahora: debe ser porque su director ya no está de moda) primero en su absoluto desprecio por la planificación y el montaje, tomando en vano su pretexto formal, y luego en su desconsideración al constreñir el cine a una sola idea, anulando su sentido multicanal, negado como espectáculo, y, al loro, como medio para narrar una historia cuando precisamente se trata de contar un suceso, con nudo, presentación y desenlace. Pero aquí no está lo peor: lo más irritante de esta película es que saquea ideas ajenas sin conocimiento y sin sentido, revelándose como una auténtica engañifa de difícil digestión: calca prácticamente la famosa (y olvidable) El proyecto de la bruja de Blair (1999), aproximando el desarrollo a la nada, al vacío, y convirtiendo el efectivo (y muy bien expuesto) final de aquella en un sustito sin misterio alguno. Proyectado como parte de la sección oficial Panorama, esta primera película firmada por Oren Peli tuvo tres pases mientras otras de la SOF a competición solamente se proyectaron dos veces. Están claros los motivos (económicos: Warner Bros. tiene comprada la película para su distribución en España: la fecha de estreno prevista es a finales de noviembre), y también, como otras cosas que pasan en los festivales, el asombro y preocupación que provoca.
The Haunted World of El Superbeasto, de Rob Zombie (EE.UU., 2009). SE
Además de la sorpresa oficial (que volvió a no tener nada de sorpresa: Millenium 2), el festival se reservó dos títulos especiales no presentes en la programación oficial: el último (y muy mediocre) trabajo de Dario Argento, Giallo, y este gran entretenimiento animado firmado por Rob Zombie, ideal para formar parte de uno de los maratones nocturnos. Proyecto que surgió tras concluir Los renegados del Diablo (2005), su responsable, autor también de los cómics originales, tuvo que congelar en varias ocasiones la producción iniciada en 2006 por varias razones, entre ellas la dirección de Halloween – El origen (2007) a las órdenes de los hermanos Weinstein, hasta el punto que el film en Estados Unidos y Canadá se ha estrenado directamente en dvd el pasado 22 de septiembre. La verdad es que el cóctel que ofrece el film es tremendo. Una comedia medio de horror, medio de aventuras, muy subida de tono, que recupera, respecto al irregular remake del film de Carpenter, el carácter del Zombie más desatado y arriesgado. El resultado no escapa quizá de una visión demasiado concéntrica alrededor de los ítems que más le gustan/obsesionan y que parecen se dirigen sólo ara su público más entregado. Ahora bien, su humor sin restricciones continuamente relacionado con el sexo y la perversión de figuras históricas, literarias, cinematográficas, televisivas y musicales (un rápido repaso: la cabeza de Hitler mantenida en ¿formol? a lo Futurama, esas canciones burras en la línea del genial Frank Zappa, el robot de Suzi-X que solo quiere follársela… ¡y lo consigue!, El Superbeasto criticando el final de Carrie, atropellando a Michael Myers o ligando con la novia de Frankenstein…) se alinea de manera absoluta con lo universal. A Dios (o Dr. Satán) gracias por la agradecida y decisiva estridencia que posee el film: narrativa y estética, aunque sobresale el diseño de personajes… Un desvarío descacharrante y catártico, vamos.
José David Cáceres Tapia