La mirada oculta
Si confiamos en la oficialización de la filmografía de un autor tan escurridizo como el alemán Werner Hergoz, cronológicamente situaríamos Futuro limitado (Behinderte Zukunft?, 1971) entre esos dos films tan fascinantes como irregulares que son También los enanos empezaron pequeños (Auch Zwerge haben klein angefangen, 1970) y el mucho más ensayístico Fata Morgana (1971). Realizada originariamente para Televisión, esta aproximación a la situación de los niños discapacitados en la República Federal Alemana forma un emotivo díptico con la inmediatamente posterior El país del silencio y la oscuridad (Land des Schweigens und der Dunkelheit , 1971), el brillante retrato de Fini Straubinger, la mujer que siendo apenas una niña perdió la vista y posteriormente el oído. No resulta descabellado afirmar que detrás de este díptico documental podemos encontrar las huellas del posterior largometraje El enigma de Kaspar Hauser (Jeder für sich und Gott gegen alle, 1974).
En la actualidad, la situación de los discapacitados en Alemania se ha normalizado, se reconoce plenamente su derecho a la integración, se reconoce el compromiso de rehabilitación que tiene por objeto el permitir que adquieran la mayor autonomía posible; pero a principios de los años 70 la realidad era bien distinta. Si bien, pueden atisbarse las primeros indicios de las actuales medidas de normalización, el retrato que el film hace de un centro situado en unas viviendas familiares, en Múnich, en las que los pequeños protagonistas pueden, después de haber estado ingresados en diferentes instituciones, convivir con sus familiares (y en las que además de domicilio también se encuentra la escuela, el gimnasio o una zona de juegos) no deja de ser la crónica de un extraordinario, el relato de un futuro que por momentos puede parecer excesivamente lejano.
Dividido en dos partes un tanto arbitrarias y en realidad no demasiado homogéneas (pese a que se complementan indiscutiblemente); por una parte encontramos el entrañable retrato del día a día de los pequeños en sus viviendas en Múnich y por otra (mucho más breve y descompensada tanto a nivel de metraje como de interés) descubrimos la cotidianeidad del científico alemán Adolf Ratza que vive en California, y cuya experiencia se utiliza para realizar una comparativa entre las posibilidades de los minusválidos en Estados Unidos frente a los alemanes.
El acercamiento de Herzog a estos niños, a los que les faltan las piernas, las manos o tienen los miembros más cortos, está lleno de candor, de una particular emotividad que consigue extraer una extraña dulzura de la dura realidad que está retratando. Es una mirada por momentos torpe, insegura pero también llena de humanismo y sinceridad ante el tema que está filmando. En ningún momento tenemos la sensación de estar frente a la película de un director que decide abordar un tema más o menos comprometido o de moda, como lamentablemente tanto se da en la actualidad. Si algo se adivina en la mirada del cineasta es el profundo respeto y la espontaneidad con que aborda el proyecto. El documental (si es que realmente podemos catalogarlo así) resultante está lejos de las excelencias de otros films mucho más reconocidos, pero dentro de sus limitaciones transmite unas sensaciones mucho más profundas que los posteriores trabajos de diseño del realizador, como el excesivamente dilatado e irregular Encounters at the End of the world (2007), por el que incluso fue nominado al inefable Oscar de la Academia. Se consigue una extraña veracidad fílmica a partir de un material que no acaba de estar bien construido. A lo largo de sus imágenes, Herzog consigue plasmar todas las ilusiones de los pequeños, todos sus sueños, deseos, pero también la profunda soledad que en muchas ocasiones les rodea (a estos niveles resulta particularmente reveladora la secuencia de los dibujos en clase). Encontramos emotivos testimonios de los niños (especialmente hermoso resulta el de Dagmar hablando de soñar despierta), de los asistentes sociales, de los familiares (algunos aparentemente pasivos otros indignados frente a una sociedad que no los comprende y no intenta hacerlo) o de jóvenes tan enfadados como decepcionados porque ni siquiera robando en unos grandes almacenes les tratarán como a delincuentes normales.
La mirada de Herzog no busca ser protagonista. Su mayor acierto en estos films es precisamente quedarse atrás, casi escondida, recogiendo el testimonio de los protagonistas que decide retratar. Es por momentos todo un ejercicio de sabiduría cinematográfica pero también de profunda generosidad, virtud lamentablemente tan ajena en demasiadas ocasiones a un artista. En su película primeriza Los médicos voladores del África oriental (Die fliegenden Ärzte von Ostafrika, 1969) Herzog no duda en afirmar que su visión es parcial e incompleta, es precisamente esta lección de humildad que gravita en buena parte de su filmografía lo que la hace tan lúcida, coherente y finalmente valiosa.