Celda 211

Alta política

Para quienes, como el firmante de estas líneas, están seriamente preocupados por la situación sociopolítica de España, el filme que nos ocupa es un síntoma que confirma las poderosas corrientes subterráneas de insatisfacción que existen en la sociedad. La película, basada en una novela de Francisco Pérez Gandul, que narra el desarrollo de un motín carcelario en una prisión de reclusos de especial seguimiento, viene a decirnos, ni más ni menos, que el sistema que nos gobierna (al margen de sus colores) es capaz de cualquier cosa para autoperpetuarse.

Celda 211 tiene el gran mérito (por lo arriesgado del empeño) de lograr al mismo tiempo el tono de un thriller notable y una profundidad política cuya complejidad no podemos desentrañar por completo en la brevedad de estas líneas. Daniel Monzón había demostrado ya en La caja Kovak (2006) su habilidad para generar tensión y templar con tino el ritmo narrativo, pero la debilidad del guión impedía conocer sus verdaderos límites como cineasta. Celda 211 confirma que, con un buen argumento y un guión trabajado, esos límites pueden encontrarse lejos.

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En este caso, ese guión (firmado por él y por Jorge Guerricaechevarría) nos trasladan la imagen de un Estado que, a través de una Administración torpe, burocratizada, desmotivada e ineficaz, basa su funcionamiento en el engaño, la manipulación, la traición a sus funcionarios, la represión violenta y, de ser necesario, la tortura y el asesinato. Juan (Alberto Ammann) es un funcionario de treinta años que ha acudido a su trabajo un día antes de lo obligado para ponerse al día, y se ve inmerso de lleno en un motín; aprovecha la confusión para hacerse pasar por un recluso, única opción que, inteligentemente, encuentra para sobrevivir. La maquinaria del Estado, que aprovecha esta circunstancia para tomar ventaja en la gestión de la crisis, no sólo le abandona a su suerte, sino que, mediante una brutal represión policial en las puertas del penal, asesina a Elena, su mujer embarazada (Marta Etura).

Celda 211 llega a dos conclusiones, entre tantas, escalofriantes: que no merece la pena ofrecerle al sistema un solo minuto de tu tiempo, más del necesario, porque cuando tú necesites al sistema, no va a estar ahí; y, sobre todo, y más terrible, que es el propio sistema el que te empuja hacia sus márgenes, obligándote a ponerte en su contra y eliminándote después si lo estima oportuno para su supervivencia.

Como decía más arriba, los matices serían muchos y no podemos detenernos, pero es justo afirmar que el discurso político de Celda 211 es uno de los más demoledores que he visto en una pantalla contra el funcionamiento de nuestro Estado. Además de su notable eficacia como thriller y de su excelente perfil como cine político, la película contiene rasgos añadidos de un interés extraordinario como, sobre todo, su estudio del liderazgo, mediante las relaciones entre Juan, Malamadre, el líder del motín (Luis Tosar) y Apache, compinche pero rival de Malamadre (Carlos Bardem); Malamadre representa al líder carismático que logra fácilmente el apoyo de sus correligionarios, Juan al líder verdadero que mueve los hilos en la sombra mediante su privilegiada relación con el líder carismático, y Apache al líder frustrado cuya única ambición es imponerse por el medio que sea. Un apunte psicológico y social interesantísimo cuyo análisis en profundidad ayuda a comprender el desarrollo completo del filme. Tampoco carece de interés una reflexión que sobrevuela durante todo el metraje, aunque el guión no se detenga en ella porque quizá no dé para más: cómo puede cambiar nuestra vida en un minuto, por una decisión, por el azar o por ambas cosas.

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No me detengo en el trabajo de Tosar porque creo que otros ya lo han hecho y harán en demasía: realiza un trabajo excelente y confirma que es un actor que se toma su profesión muy en serio (desde hace tiempo); aunque he de decir que este año me quedo con la matizadísima y extraordinaria interpretación de Antonio de la Torre en Gordos, mucho más compleja en mi opinión. Lo que sí es reseñable es un casting ajustadísimo, donde sólo Alberto Ammann genera algunas dudas, pero en el que todos encarnan a la perfección el perfil asignado (con especial mención a quienes son funcionarios del Estado: Resines, Solo, Morón).

Claro que Celda 211 tiene debilidades: el hecho de que Malamadre confíe tanto (para considerarle su mano derecha) y tan pronto en quien cree un recluso recién llegado, es poco verosímil; que los funcionarios de la prisión no corten la señal de televisión a los amotinados hasta la mitad de la película, también; y las pequeñas trampas del guión para que empaticemos con Malamadre se hacen éticamente demasiado incómodas. Pero en el tratamiento de todas estas aristas peligrosas se adivina una inusual habilidad para orillarlas, para que no cobren un protagonismo que hubiera sido letal, y se acaban convirtiendo en fallas menores, por las que nunca se desliza, diluyéndose, la potencia discursiva y narrativa del filme.

Que la suma de un buen guión, un buen casting, unos buenos actores y un buen marketing hacen una película, a la vez, de calidad y de éxito, parece una verdad de Perogrullo; pero no es una fórmula matemática, ni para el cine español ni para el extranjero. Monzón lo ha conseguido. Será más difícil convencer de que Celda 211 es mucho más que una película de género, porque, por el momento, las pocas concesiones que se le hacen a nuestro cine pasan por ser «películas refrescantes de prometedores debutantes», «eficaces filmes de género», «radicales obras de autor al margen de la industria» o «superproducciones que no parecen españolas». Es mentira. También se hacen películas importantes, sólidas, serias, de altura. Esta es una de ellas.