Lo viejo y lo nuevo
Entre la razón y la locura hay una fina línea de separación. Y esa mínima distancia que los separa es la que le ha interesado siempre al realizador germano Werner Herzog. Formó, junto a Wim Wenders, Rainer Werner Fassbinder y Volker Schlöndorff, el llamado Nuevo Cine Alemán, donde compartían en común la nacionalidad y una voluntad de ruptura con el cine anterior, pero todos y cada uno de ellos desarrollaron un cine muy personal que nada tenía que ver con el resto de compañeros del movimiento.
Así, mientras Wim Wenders se decantó por el retrato de la incomunicación humana, Fassbinder por las relaciones de dominación y Schlöndorff por los conflictos personales, Werner Herzog convirtió en pasión esa obsesión que imperó todo su cine desde el principio: la determinación y motivación férrea de las personas decididas, que van hasta el final en sus deseos e ilusiones. Desde Aguirre en Aguirre o la cólera de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1973), que se rebeló ante Felipe II en su afán por conquistar el Dorado; pasando por Fitzcarraldo (Fitzcarraldo, 1982), cuya melomanía le condujo a transportar un barco entre las montañas; hasta el amor irracional hacia los osos de Timothy Treadwell, que le provocó su muerte (Grizzly Man, 2006). En definitiva: le apasionó investigar la fuerza vital y las razones más ocultas de la gente determinada, que viven su vida con un propósito firme, con una ilusión vital.
En esta obra, que corresponde a sus primeros años, la acción se centra en el personaje racional (el filósofo), un visionario crítico que nos presenta la historia a través de una voz en off con la que vamos conociendo su leit motiv vital: quiere conseguir el secreto del cristal rubí. El filósofo es el único que sabe que la vida es la búsqueda de la verdad, ya que todos están hipnotizados o ciegos de razón —como en la novela de José Saramago Ensayo sobre la ceguera (1995), dónde sólo hay uno que no lo está y debe enviar al resto tras la búsqueda de la verdad, y alejarles de las supersticiones. Y es que, tanto esta película como el cine general de Herzog, transitan sobre un personaje central, un visionario en el país de los ciegos, que tiene una idea por la que lucha, y que debe hacer ver a los demás. Una idea con frecuencia descabellada y que fracasa en su intento por la propia definición quimérica de la utopía. En esta ocasión se presenta un guía (con el corazón de cristal) que, como si se tratara del mito de la caverna platónica, intenta llevar a los demás de la oscuridad hacia la luz, la verdad, la razón. Ya que siempre debe haber uno que guíe a los demás, el que no está ciego, el que no ha perdido el norte (Herzog hipnotizo a los actores menos al profeta Hias para dar más sentido de desorientación a este ensayo fílmico). Ese cristal representa un alma frágil, mientras el rubí personifica la salvación. Y este camino hacia la verdad consiste en las ansias de conocer el secreto del cristal rubí, ya que ha muerto el único que lo sabía y las almas frágiles necesitan un suplente, un consejero que les reconforte.
El filme, de una belleza extraordinaria (contiene unas imágenes fascinantes y románticas de la naturaleza), es una película lenta que se recrea en su iconografía, y que irradia un sentimiento melancólico y de nostalgia hacia un mundo que ya no volverá (en este caso la sociedad artesanal) para dar paso a una sociedad industrial, donde ya no prima ni la creatividad ni la unicidad de la obra, sino la multiplicidad y el trabajo en cadena. Siempre, en todas las películas de este filósofo-realizador, podemos ver su pasión por la naturaleza y la nostalgia de una vida pura, no corrompida por la sociedad moderna, sino apegada a la naturaleza. Y es que estamos ante uno de los máximos exponentes del romanticismo alemán, un romanticismo fílmico donde se exalta la libertad como búsqueda constante, deudor de esa corriente que se extinguió a mediados del siglo XIX y que reivindicaba las pasiones y la unión con la naturaleza para conseguir una vida más plena y auténtica. El filme se desarrolla a finales del s.XVIII, que supuso el fin del período del trabajo artesanal y el paso a la era industrial: el fin de lo viejo y el comienzo de lo nuevo. Ante este signo de cambio y la necesaria transformación, el profeta Hias se pregunta por las consecuencias, por el «Apocalysis de la era industrial», porque, «¿Qué pasará cuando todo quede destruido (la belleza de la naturaleza) por el avance tecnológico?», se pregunta el profeta. «¿Quizás un nuevo país (Atlántida), una nueva Tierra?».
Alemania, a pesar de ser la tercera potencia mundial, cuenta también con la más avanzada legislación ambiental a nivel internacional. Y Werner Herzog es deudor de esta tradición pionera ecologista. Por ello, esta película está de plena actualidad, porque aboga por un ecologismo necesario, por un amor a la naturaleza y donde la avaricia no acabe con la necesaria unión con la naturaleza. Es un filme compuesto por imágenes yuxtapuestas entre la historia del pueblo (la escena de cómo se hace el cristal parece un documental por su implícita veracidad) junto con fotogramas románticos de una naturaleza salvaje, bella y siniestra a la vez, con la idea romántica alemana de pasión y respeto a la vez.
El que nos relata esta historia (el filósofo) expresa al final (a través de una alegoría) la ilusión viva de este cineasta: nos presenta una isla rocosa en el límite del mundo donde viven unas personas alejadas de todo. Para ellos la tierra es plana, pero hay un hombre que mira al mar día tras día: es el primero que duda, el lúcido, una vez más el mentor del mito de la caverna platónica. Años más tarde se unen otros tres hombres que miran desde el arrecife al mar y se proponen llegar al linde del mar. En su despedida tocan los músicos. Podía parecérseles como un signo de esperanza que los pájaros le siguen hacia el mar abierto. Esta metáfora ejemplifica la ilusión del director por dar luz ante la oscuridad, razón frente a la locura, conocimiento a la ignorancia.
Cinta surrealista y de una belleza estética extraordinaria, profunda en su ideología, aunque por momentos, tediosa. El cine de Herzog, siempre interesante en su contenido, no consigue en esta ocasión, narrar de una forma entretenida. Descuida la narratividad en esta historia, por otro lado apasionante, de lucha contra la ignorancia, la superstición, el anclaje en lo tradicional, y la búsqueda de la verdad.