Llega un hombre salvaje y… libre
Tengo dudas de si soy más libre empezando a hablar de Gaspar Hauser, su aparición, su impacto y su desaparición en la Alemania del principios del XIX o si por el contrario les cuento aquello de las creencias de Herzog sobre la naturaleza indómita y el hombre prisionero de sus creencias, su cultura y su educación. No sé si hago más en nombre de la libertad si realmente me da por esbozar brevemente lo que significa esta película vieja pero coetánea de todos nuestros tiempos para el concepto primigenio de humanidad, del de percepción y del de aprendizaje.
Los hombres somos hombres para los lobos. Eso lo tengo claro. Cuanto más nos humanizamos más animales somos para los demás. Las reglas, los métodos, los sistemas pierden la s final y nos convierte en funcionarios despersonalizados de nuestra propia existencia. La regla, el método, el sistema y su puta madre. Por eso Bruno S, actor con record de estancias en orfanatos, reformatorios, sanatorios mentales y cárceles, fue tan bien elegido por Herzog para esta película como cuando lo eligió para Stroszek, otra gran metáfora, en este caso sobre la tierra que se convierte en barro cuando es la tierra prometida. Porque Bruno es Gaspar al representar el otro lado de la reja siendo barrote, ganzúa y cerradura. Al ser excepción (a la regla), caos (contra método) y víctima (del sistema) la simbiosis entre actor y personaje confiere al discurso una honestidad (o una especie de) que sublima la propia naturaleza maligna de hacer una película dentro del sistema (de cualquier sistema). Su presencia, sus reacciones basadas en el estatismo, su subversión natural acota el espacio lógico que la cámara tiene para insinuar otros supuestos.
Herzog lo sabe, lo entiende y lo admira y por eso sus planteamientos de puesta en escena inciden básicamente, no en analizar las pautas de comportamiento de Gaspar si no, en comportarse como él. La admiración y la sorpresa ante el descubrimiento de las artes y la ciencia y su belleza intrínseca y fundamental. La negación ante lo impuesto por los yugos, las palabras, el miedo o la costumbre también es irrevocable y como en la totalidad de su cine, Herzog deja los lugares comunes para los vulgares no conformándise con aprehender el espíritu libre. Él lo aprende y nos los enseña como si lleváramos 13 años encerrados en una habitación. Luego lo prende y le mete fuego a todos nuestros axiomas sociales.
La película no esconde en ningún momento el posicionamiento que Herzog siempre ocupa cuando el enfrentamiento es entre la civilización y sus simulacros y la naturaleza y sus asideros. El director alemán respetaba las cosas que no conocía porque sabía que nadie las había manipulado en su contra. Las temía pero les daba la vida. Por eso es imposible que seamos neutrales ante un Gaspar Hauser que vemos nacer (muchos años después de haber nacido), hacerse un hombre (mediante la adaptación con calzador a los parámetros sociales) y morir a manos de quien inicia su camino (el que lo sacó de la cueva lo deposita finalmente en la tumba). Todo un ciclo mortal que deviene en autopsia del ser humano y de todo lo que él representa
Ni Rosseau ni Truffaut puntean el relato. Quizá Freud o Edgar Rice Burroughs. Vete tú a saber (si te apetece). Está claro que como decía Palahniuk nunca está de más plantearse si realmente puede ser que le caigas mal a Dios. Como les pasaba a Fitzcarraldo, Da Silva, Dieter Lienger, Kinski, Aguirre o Gallardón. Como le pasa (o al menos eso quiere creer él) el propio Werner Herzog.