El país del silencio y la oscuridad

Buceando en los recuerdos, cada vez más lejos del ‘cinéma-vérité’

Las primeras imágenes de El país del silencio y la oscuridad señalan el camino por el que va a discurrir. Son las palabras falsas de la sordociega, desde la adolescencia, Fini Straubinger, recuerdos de imágenes puestas en boca por Herzog, no son recuerdos reales, pero le sirven para ubicar al espectador en torno a la obra que van a presenciar. Así lo cuenta: «Hay varios niveles de verdad y el llamado cinéma-vérité representa la verdad más rudimentaria y aburrida. Si pudiera, enterraría el cinéma-vérité. En mis documentales yo he ido contra él inventando cosas que no son verdaderas, sino que son verdades intensificadas. En El país del silencio y la oscuridad, Fini Straubinger habla de su primera juventud y la fascinación que siente al ver los rostros de los saltadores de esquí, con sus bocas abiertas como en un éxtasis o un grito, mientras vuelan por los aires… Ahora bien, todo eso es de mi invención. Yo le pedí que dijera ese texto, ya que ella no había visto jamás un saltador de esquí. Y sin embargo se trata siempre de un documental. No es una mentira, es una verdad intensificada». (Weinrichter, Antonio (ed.) Caminar sobre hielo y fuego. Los documentales de Werner Herzog, 2007, pag. 219). Con una mentira concreta se potencia una verdad abstracta, La pregunta es: ¿Qué recuerdos tiene un sordociego con el paso del tiempo, cuando éstos parecen, como a todos nos pasa, desvanecerse? ¿Quedan imágenes? ¿Quedan sonidos?

Esas preguntas son parte del intento de Herzog por comprender a aquella persona privada de dos de sus cinco sentidos (y, además, junto con el tacto, lo más utilizados). Esa voluntad de comprender, de aprehender, le lleva a contactar con Fini, una sordociega que perdió en su adolescencia visión y oído, y posteriormente, con o sin ella, contactar con sordociegos de nacimiento, con personas que ven muy poco (apenas sombras) y que apenas oyen (ruidos sin discernir) y descubrir que lo que nosotros calibramos como silencio absoluto y negro absoluto como consustanciales a la definición de silencio y oscuridad, no es tan rotundo en el caso de ciegos y sordos (pues sienten los colores por el tacto y los sonidos por las vibraciones).

Pero en ese viaje también descubrimos con asombro que Herzog no es más que un novato, no va (ni puede ni debe) por delante, pues lo desconoce casi todo de ellos. Todavía no sabe que es una cuestión de lenguaje, es la misma barrera con la que se enfrenta el profesor que trata de enseñar a un sordociego conceptos abstractos como el bien y el mal:  «En las clases de dicción usamos audífonos para que puedan sentir las ondas sonoras. Pero aunque pueden decir una frase, no se les puede enseñar ideas abstractas. Lo que entienden por orgulloso, feliz, etc, será siempre un misterio para nosotros». Efectivamente será un misterio mientras no comprenda que su lenguaje nada tiene que ver con el lenguaje oral y que si se utiliza éste para hacer comprender, mediante audífonos, conceptos, es como hablar a una pared, como hablarme en una lengua extranjera de la que nada conozco. Pero sí es posible hacer comprender nociones abstractas, siempre que el lenguaje utilizado sea el correcto, el de los sordos, mediante signos, o el de los sordociegos, a través de signos en las manos. Por eso, es una licencia poética, pero no una verdad, la frase final de la película «Si estallara una guerra mundial ahora mismo, ni siquiera me daría cuenta», pues la pérdida de un sentido agudiza el resto de los sentidos. Pero siempre una frase final siembra la duda: ¿Habrá comprendido algo Herzog del silencio y la oscuridad?

Si obviamos esa frase como una boutade, y la olvidamos, hay pistas anteriores que nos muestran la comunicación de igual a igual, como cuando Fini y el niño que nunca fue educado y apenas sabe caminar, se tocan con las manos. Herzog va un poco más allá, al comprender el desasosiego del joven criado en soledad, en pleno bosque, como Kaspar Hauser, entre animales, sordo de nacimiento, que abandona a los humanos, para tocar, abrazar, sentir a los árboles, con los que sí se comunica. Es una imagen, una epifanía, sentimos un escalofrío, el milagro del cine, cuando en un instante podemos comprender la frustración anterior, cuando nos hace situarnos en otro estadio, cuando comprendemos (o debemos) que no son ellos los que tienen que aprender a utilizar nuestro lenguaje sino nosotros los que debemos de aprender a conocer el suyo, abandonado así el país del silencio y la oscuridad.