Steiner

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Werner Herzog es antes un poeta que un documentalista. Lo real le interesa sólo si se haya en contacto con lo sublime. De los testimonios arrancados a los habitantes de Creta en Últimas palabras (Letze worte, 1967) a los colonos de los confines de la civilización en Encuentros en el fin del mundo (Encounters at the end of the world, 2008), el cineasta alemán hace concurrir ante su cámara personajes, paisajes y situaciones  que trascienden el mero interés objetivo para conformarse, más allá de sus propias limitaciones, en símbolo, en mito. Antes que una cualidad inherente de aquello que sus filmes ponen empeño en observar, ésta es propia del Herzog-poeta, haciéndola extensible asimismo a sus ficciones, siempre situadas un paso más allá de los límites de la cordura, un poco más cerca de lo sublime.

La pregunta que uno se formula inevitablemente en el transcurso de sus filmes es si estamos observando los resultados de un feliz hallazgo o, por el contrario, de una imposible construcción. ¿Lo que vemos es lo que ya se encontraba ahí, esperando a ser observado (bajo una nueva óptica)? ¿O es solamente el fruto de una visión particular, de un modo específico de observar y ordenar el mundo? «Si Walter Steiner no hubiese existido, Herzog tendría que haberlo inventado.» Afirma Michael Koller en un artículo [1] para Senses of Cinema. En efecto, el Steiner que nos muestra el film de Herzog tiene más en común con sus Lope de Aguirre o Brian Sweeney Fitzgerald ‘Fitzcarraldo’ —o incluso con aquel pingüino loco que camina hacia la muerte en Encuentros en el fin del mundo ()—, que con cualquier otro tallador de madera que hayamos podido conocer. Para empezar, antes que escultor de madera, Walter Steiner es saltador de ski. Y uno excepcional. Medallista olímpico con Suiza y una de las figuras claves de su deporte en la década  de los setenta; Steiner es un esquiador-poeta.

Herzog se interesa por él en 1973, tras haber quedado en segunda posición en el campeonato del mundo al caer en un salto de 179 metros. Muy por encima del record de ese momento y demasiado cerca del límite de seguridad de la pista. Viéndolo volar, podemos entender claramente el interés de Herzog por su figura, que trasciende, obviamente, el mero interés deportivo —aunque Herzog interprete irónicamente durante el documental su papel de cronista deportivo—.

Como tantos otros héroes herzogianos, Steiner es un visionario. Herzog filma sus saltos a velocidades superlentas, acompañados de las  evanescentes guitarras de Popol Vuh, transportándonos más allá del mero hecho deportivo o físico, contemplando el vuelo extático de un místico. Sobre la rampa de Planica en 1974, Steiner marca por tres veces el record de la pista, superando sobradamente a sus rivales y poniendo en riesgo su vida pese a comenzar los saltos desde distancias voluntariamente mucho más cortas que las de sus rivales.  Como un profeta que carga con su pesada misión a pesar de su propia voluntad, el saltador se queja una y otra vez de que los organizadores de la prueba lo empujan a ir más allá de los límites, poniendo en riesgo su vida.

El País publicaba recientemente un artículo [3] sobre el torero José Tomás, en el que se recogían los paralelismos que se daban entre el bushido —el código de comportamiento de los guerreros samuráisy el estilo del torero. Allí se podían leer estas declaraciones de Tomás: «Se ha dicho que salgo a la plaza para que me mate un toro, y ésa es una de las barbaridades más grandes que he escuchado; yo toreo para vivir y no para morir». El miedo, el respeto por el toro, es equiparable al que afirma sentir el esquiador suizo a la hora de enfrentarse a un nuevo salto. Herzog encuentra en Walter Steiner una nueva representación de la figura del idealista, del individualista soñador enfrentado a la mediocridad de la sociedad que le rodea y con él realiza una pieza de poco más de cuarenta minutos realmente excepcional.


[1] Senses of Cinema, The Great Ecstasy of Woodcarver Steiner por Michael Koller.