Cine de autor, cine de género, cine sin etiquetas
Ubicada cronológicamente entre Grizzly Man (id. 2005) y Rescate al Amanecer (Rescue Dawn. 2006), esta salvaje y azul lejanía puede ser considerada una de las películas más libres de Werner Herzog, en un periodo reciente de su carrera de por sí reacio a cualquier clasificación taxonómica (sus próximos proyectos auguran un regreso a la ficción dramática).
De tal libertad da cuenta el hecho de que The Wild Blue Yonder se pasease por certámenes tan dispares como los de Sitges, Venecia, Documenta Madrid o Mar del Plata, adaptándose sin problemas a las coordenadas programáticas de todos ellos en función de su innegable naturaleza de heterodoxo divertimento formal, en el que tienen cabida las declaraciones de un alienígena (o un perturbado) que interpreta Brad Dourif, imágenes de archivo correspondientes a pioneros de la aviación y misiones espaciales, entrevistas con matemáticos y físicos, fragmentos de las exploraciones submarinas en la Antártida de Henry Kaiser —colaborador asimismo de Herzog en la posterior Encuentros en el Fin del Mundo (Encounters at the End of the World. 2007)—, una supuesta división narrativa en diez capítulos con epígrafes tan peculiares como «El misterio del ovni de Roswell reexaminado» o «El túnel del tiempo», y una banda sonora subyugante que conjuga improvisaciones de un chelista vienés, una vocalista senegalesa y un coro sardo.
Sin embargo, The Wild Blue Yonder no es en nuestra opinión una película que deba su mayor interés a la problemática condición de sus imágenes, a las eternas discusiones sobre ficción, fakes y documentalismo que podrían suscitar, a digresiones teóricas sobre los límites del régimen audiovisual que terminarían por abstraernos de la obra en sí y su efecto en el espectador. El film de Herzog resulta fascinante, hasta el punto de tratarse de uno de los más inspirados de su prolífica y muy fecunda trayectoria, porque la disposición de los elementos descritos, la recontextualización de imágenes ajenas, repercuten en grado sumo en su discurso autoral, uno de los más preclaros y a la vez ignotos de nuestra contemporaneidad cinematográfica; y porque hacen plena justicia a ese intertítulo que anuncia nada más arrancar la película que nos hallamos ante una obra de género, y más en concreto ante una «science fiction fantasy».
Y es que la historia que cuenta Dourif, centrada en extraterrestres que han intentado sin éxito establecer colonias en nuestro planeta y en naves espaciales humanas que tampoco han corrido mejor suerte en escenarios distantes, apela con singular sentido de la melancolía a la idea clave del cine de Herzog, que él mismo ha testimoniado como realizador: el anhelo del ser humano por singularizar su posición en un entorno sociocultural que percibe castrador; el afán por conjurar lo que se ha venido a definir como una verdad extática que revele un paisaje desconocido en el convencional o en nuevos horizontes; y el fracaso épico de tal intento ante la constatación de nuestra insignificancia en el devenir general del universo. Temas que la mirada ponderada, compasiva y a veces humorística de Herzog —faceta la última poco citada a propósito del alemán y que encontraría muy afortunada expresión por la misma época en Incident at Loch Ness (Zak Penn, 2004), que coescribió— le llevan a concluir en The Wild Blue Yonder por boca del alienígena protagonista, otro de sus personajes visionarios y marginados, que si bien tenemos tendencia a pensar en los extraterrestres (es decir, en nosotros mismos) como seres especiales y muy avanzados, «con capacidad para destruir si quisiéramos Nueva York en dos minutos», en realidad «apestamos».
Por otro lado, la adscripción genérica de la película al fantástico es particularmente atractiva, no ya por la modestia y el respeto que Herzog demuestra con ella, sino porque The Wild Blue Yonder se inscribe con rigor en la tendencia menos frecuentada de la ciencia-ficción cinematográfica, la verdaderamente especulativa y contemplativa. La que parte de argumentos —y en este caso también imágenes— admitidos como reales, para transmutarlos en escenarios de lo imaginado, tanto o más mentales que físicos. Escenarios que salen paradójicamente robustecidos de la clamorosa indigencia presupuestaria apreciable en pantalla, que contribuye a acentuar nuestra sensación de extrañeza, como suele suceder con muchas producciones fantásticas desastradas.
The Wild Blue Yonder constituye en definitiva un doble viaje: de la exaltación del autor al descubrimiento de su nimiedad, y de una verdad documentada a otra que podríamos calificar de ensoñada. En la encrucijada de ambas trayectorias prende esa poesía tan propia de Herzog, inaprensible pero no menos evidente que la que él manifiesta (en los títulos de crédito finales) haber detectado en los desvelos de la NASA por explorar el espacio y en el material audiovisual de la institución que le ha servido en parte para conformar The Wild Blue Yonder; una película marciana en el sentido más coloquial de la expresión, no sujeta a otra servidumbre que la de la creatividad sin fronteras de su responsable.