Cómo ser John Malkovich

De títeres y titiriteros

«Para crear, me he destruido; tanto me he exteriorizado dentro de mí, que dentro de mí no existo sino exteriormente. Soy la escena viva por la que pasan varios actores representando varias piezas»
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego.

Ser o no ser, esa es, definitivamente, la cuestión. O aún, ser otro, ni siquiera necesariamente mejor, más atractivo o más feliz, sino, sobre todo, distinto. Dejar de ser uno y empezar a sentir de nuevo, con otra alma, ha sido y es el secreto deseo de muchos. Craig Schwartz otorga vida a sus títeres, canalizando sus frustraciones y deseos a través de ellos,  como John Malkovich hace con sus personajes. Finalmente, como decía la canción, todos somos marionetas, manejadas por los hilos invisibles de nuestro subconsciente que nos empujan a actuar de tal o cual modo, incluso, en numerosas ocasiones, en contra de nuestros deseos o nuestra propia voluntad.

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Quizá ahora, después de que hayan pasado ya diez años (¡!) desde la fecha de su estreno, a la luz que arrojan filmes como Adaptation (El ladrón de orquídeas) (Adaptation. Spike Jonze, 2002) o Olvidate de mí (Eternal sunshine of the spotless mind. Michel Gondry, 2004), y especialmente, la excesiva pero vibrante Synecdoche, New York (Charlie Kauffman, 2008), sea más plausible ver el debut de Spike Jonze en el terreno del largometraje como una obra, antes que de director,  de guionista, en la que la figura de Charlie Kauffman, escritor de todas ellas, anclando sus referencias antes en el mundo de las letras que en el de la tradición cinematográfica —viajando de Shakespeare y Lewis Carrol a Kafka, pasando por Fernando Pessoa o Robert McKee (¡!)— se revela como el verdadero impulsor de las inquietudes y dilemas morales presentes en el filme. No se trata de ningunear el trabajo o personalidad de Jonze a la hora de traducir en imágenes los delirios argumentales de Kauffman, puesto que es mas que probable que de haber caído en otras manos el resultado hubiese sido muy distinto al logrado, pero quizá todavía —a falta de ver Dónde viven los monstruos— el Spike Jonze autor esté por revelar cuánto de lo expuesto aquí como en Adaptation le pertenece en realidad.

No podemos detenernos aquí en el profuso trabajo de desarrollo y dignificación del género del videoclip por parte de Jonze, pero sí que es conveniente tener en cuenta unos cuantos factores a la hora de observar el trasvase de parte de sus logros al terreno cinematográfico. En Jonze la experientación formal y tecnológica, se dan la mano, por regla general, curiosamente, con la economía (en todos sus aspectos) y la verosimilitud casi documental de lo expuesto. En terrenos donde otros se moverían con dificultad, saltando despreocupadamente de un lugar a otro, amparados bajo el paraguas del juego surrealista del todo vale,  el neoyorquino busca siempre anclar sus imágenes en lo físico, en lo cotidiano; haciendo que todo aquello que vemos nunca deje de resultar (incluso paradójicamente, en ciertos momentos) familiar. Cuando en Da funk (Spike Jonze, 1997) —videoclip realizado para el grupo Daft Punk—, Jonze retrata en escasos minutos las desventuras emocionales de un hombre con cabeza de perro (o de un perro antropomórfico, da igual), lo hace con la misma impronta verista que otro otorgaría a la realización de un episodio para televisión sobre policías de New York; de la misma manera que lo hacía al acercarse a los grupos de skaters que poblaban las calles a principios de los noventa. Es quizá, en la unión de estos factores —la experimentación formal/tecnológica y la pulsión por lo real—, donde su valor como cineasta se revela con más claridad. El modo de poner en escena las imágenes «desde el interior del cerebro de John Malkovich», la construcción feísta de los videos promocionales del piso 7 1/2 , o el modo de filmar, en la secuencia de apertura, a las marionetas que maneja Cusack, se benefician de su formación en el terreno del videoclip  (y remiten, por ejemplo, al  modo de visualizar  la pista gimnástica de Electrobank, a las acrobacias de Christopher Walken en Weapons of choice, o al regusto retro y lo-fi de Sabotage [1]).

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Lo que hace destacar a Spike Jonze y compañeros de viaje como Michel Gondry, de entre otros realizadores provenientes del mundo del videoclip,  es ese amor y conocimiento de lo pequeño, lo artesanal y el interés por lo cotidiano. Una voluntad de profundizar antes en los deseos y pulsiones triviales, que, en un burdo afán de trascendencia, tratar de explicar o dar cabida reflexiones morales o formales de mayor amplitud. Porque, a fin de cuentas, la reflexión es que quizá todo se reduzca a amar y (quizá) ser amado. Como Craig Schwartz, renunciando a su propio cuerpo, a su propia existencia física, viviendo como un parásito en el interior del cerebro de la pequeña Emily sólo para poder contemplar a diario a su amada Maxine, y tratando, al mismo tiempo, de esquivar el dolor, desviando la mirada.


[1] Videoclips para The Chemichal Brothers, Fatboy Slim y Beasty Boys, respectivamente.