Un cuento de Navidad
De todas las relecturas del famoso cuento de Dickens que cada año nos invaden, posiblemente sea una no estrenada como An American Carol (David Zucker, 2008) la más malévola e inteligente. En ella, su protagonista, un Michael Moore que pretende acabar con el 4 de Julio, es visitado por tres personalidades históricas norteamericanas —John F. Kennedy, el General Patton, y George Washington— para que tome conciencia de la importancia de las contiendas armadas y cómo a través de ellas se ha consolidado la democracia y el espíritu yanqui. La broma orquestada por Zucker, de una notable ambigüedad política, arremete contra el modelo izquierdoso al mismo tiempo que deja en evidencia —dado su carácter abiertamente paródico— a los colectivos más reaccionarios. Un film de una tremenda acritud que finaliza con un Michael Moore rodando en Monument Valley, como si quisiera emular a un John Ford a la hora de glorificar el denostado american way of life.
No sabemos si Michael Moore ha tomado nota del largometraje de Zucker, pero su último trabajo parece partir de una necesidad oliverstoniana de redimirse y congraciarse con su propia idiosincrasia patriótica. La coyuntura sociopolítica no puede ser más ideal: la aguda crisis económica dando la mano al advenimiento del mesías negro. El objetivo: el cuestionamiento del devenir económico desde la administración Reagan y su relación con el idealismo norteamericano. ¿El trasfondo? Carece de importancia. Supongo que a estas alturas de la película entrar en discusiones acerca de la intenciones de Moore es un tema baladí, porque una vez liberados del decrépito ejercicio de crítico de inferencia, solo queda un documental y el lugar que este ocupa en el mundo. Y en el caso de los trabajos de Moore, un lugar más que destacable.
Capitalismo social
Porque exigirle criterio o rigor a un personaje como Michael Moore, sería como pedírselo a las tertulias sobre política que entre noticia rosa y crónica negra trufan todo programa matutino que se precie. Tertulias donde participan supuestos expertos en lanzarse los trastos a la cabeza, donde el insulto suma share y el análisis queda invalido por los sms que indican quien mola más en la mesa. Algo parecido ocurre con los documentales de Moore, cuyo grado de histerismo es inversamente proporcional al de investigación. Desde que se convirtiera en paladín de la clase obrera y cruzado de las causas proletarias, el cine de Moore ya no puede aspirar a una compleja explicación de lo real. Su objetivo es enardecer conciencias colectivas, excitar a la masa, y tener suerte que alguien se anime a explorar lo que hay detrás y adquiera La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre (Ed. Paidós, 2007), escrito por Naomi Klein. Un cine que llega, hipótesis que desde otro prisma jamás adquirirían su necesaria cuota social, y es aquí donde radica su importancia y desde donde puede ser interpretado.
Capitalismo visual
Con Capitalismo: una historia de amor, Moore perfecciona su gramática visual. Si hablamos de Lisandro Alonso, Naomi Kawase, o Isaki Lacuesta como ejemplos de contaminación entre los lenguajes de la ficción y el documental, Michael Moore no debería quedarse atrás. Amparado en su visión populosa de la realidad, Moore utiliza con habilidad las herramientas que posee y dramatiza todo lo necesario para epatar. Abre su película con un paralelismo entre la Antigua Roma y los Estados Unidos para conectarlo con una tensa grabación amateur de una familia que va a ser desahuciada. Monta materiales de archivo como si se tratase de un albañil del found footage, ficcionaliza hasta límites caricaturescos diversos conflictos sociales, tergiversa datos y coreografía secuencias musicales que acompañen sus reflexiones. Moore barre las fronteras entre la realidad y la ficción, transmutándose en un Frank Capra del documental y divulgando un mensaje de esperanza, un New Deal actualizado que no por manipulado carece de emoción y de intensidad. Más que nunca, Moore busca en la ficción esos ingredientes que le permitan inyectar más dramaturgia a los testimonios reales que empapan sus películas, y así abordar un terreno de hiperrealidad que le conceda un mayor impacto.
Capitalismo familiar
Perdonen por el inciso personal, pero creo que viene a cuento. Hace unos días viajaba en un tren de cercanías cualquiera con destino al trabajo. A mí alrededor tomó asiento una familia: un pequeño prepúber de apenas ocho años de edad se colocó frente a un servidor equipado con una Nintendo DS. A su lado, su hermana adolescente conversaba con la madre de ambos. Pues bien, apenas transcurridos cinco minutos, el chaval entregó la consola a su madre mientras extrajo de un bolsillo otra consola portátil, en este caso la PSP. No terminó ni una partida al Pro Evolution Soccer cuando devolvió el aparato a su madre para pedirle, en esta ocasión, un brillante iPod Nano. Diez minutos más tarde el tren llegaba a su destino. Después de contemplar esta estampa —y haber desechado un posible diagnóstico de TDAH— uno podría preguntarse si no estamos echando siempre balones fuera; si en el fondo no estamos criando a jóvenes capitalistas escudándonos en la sociedad del bienestar. Si esos niños no serán los magnates insatisfechos del mañana, en pos de una infelicidad material perpetua.
Y también podríamos preguntarnos qué cola se muerde la pescadilla o qué gallina puso el primer huevo. Es posible, o puede que no valga para nada. Lo que sí es posible es que cada uno aprenda a asumir la cuota de responsabilidad que le toca. Porque la culpa no siempre viene equipada con corbata, maneja un Mac y se embadurna de gomina. La culpa es de un sistema social que formamos todos y cada uno de nosotros. Algo que Michael Moore también debería recordar de vez en cuando por mucho que Capitalismo: una historia de amor sea una película muy divertida.
A pesar de lo tramposo que pueda resultar a veces Michael Moore a la hora de presentar datos,siempre me encantan sus documentales. Son divertidísimos, sobre todo cuando hace ciertas preguntas con muy mala leche que reciben generalmente como respuesta un silencio incómodo o la llegada de los agentes de seguridad.