Se liberan prisioneros, pero Jack, el médico, se queda con los otros, los otros otros, no los del avión, sino los que estaban en la isla. Aparece Juliet, y su constante doble juego, o así nos parece. Ataques, liberaciones, huidas, y un enorme barco que promete la huida. Y aunque las cosas nunca fueron así de fáciles, algunos, lo logran, o eso promete el sobrecogedor desenlace.
3.14 – Exposé
A diferencia de otras series, Perdidos no suele decantarse por los episodios auto-conclusivos. Además de esta peculiaridad, Exposé disecciona, con un marcado carácter metaficcional, la propia lógica de la ficción televisiva. Aquí, Nikki y Paolo, dos secundarios que ilustran el habitualmente desenfocado fondo de la isla, son los protagonistas absolutos del capítulo. Y éste gira en torno a la mascarada, digna de la ficticia serie que interpreta Nikki, en la que se ven envueltos ambos personajes y que, en su vaivén entre pasado y presente, dibuja la inestable relación sentimental de una pareja caracterizada por sus identidades borrosas —para eso son actores, ladrones o asesinos; siempre fingen ser alguien y ocultan su verdadero rostro. Si bien Nikki y Paolo acaban transformados en inesperados guest stars de una pequeña ficción de suspense en el interior de una máquina de humo como ésta; lo mejor del episodio radica en cómo ese vaivén, que explica en flashbacks la naturaleza de ambos, concluye en forma de cruel y negra ironía que proporciona un final perfecto para dos supervivientes que nunca existieron.
Óscar Brox
3.19 – The Brig
John Locke es llevado a la caja mágica, una habitación en la que «cualquier cosa que imagines, lo que quieras, estará allí». Cuando entra, se encuentra con su odioso padre. La caja funciona como metáfora de la serie. De la misma forma que quien entre en ella hallará lo que busca, sólo se puede estar en Lost esperando que la teoría que cada uno ha desarrollado sobre la verdad de la historia se cumpla cuando, en el último episodio, se cruce el umbral. Pero esta habitación tiene que acoger a millones de espectadores a la vez, lo que no puede hacer. Así, la caja como metáfora afirma la imposibilidad de alcanzar lo que se espera de la serie: un cierre satisfactorio. Locke no ha tenido tiempo de generar expectativas sobre lo que deseaba; por contra, eso es lo único que el espectador ha podido hacer. Sólo dispone del presente como materia con la que conjeturar. Cuando el presente se agote y las expectativas no se realicen, no quedará nada. El padre de Locke parece revelarse como real —ha sido secuestrado y llevado a la isla—, lo que paraliza a su hijo como paralizará al espectador cuando se tope con la explicación definitiva de todo. Locke no puede completar su misión como Elegido en un mundo que ya no es paralelo al real, sino que es el mismo mundo real: la magia del héroe ya no funciona aquí. De modo similar, el final de la serie acabará con la magia del misterio, dejando sólo la sensación de la inutilidad de valorar un vacío que debería haber permanecido vacío —abierto—. La única salida es la que toma Locke: dejar que Sawyer, el personaje romántico y físico, se ocupe. La del espectador, en paralelo: disfrutar visceralmente de la conclusión, desconectando en el último capítulo y para siempre la importancia de las teorías explicativas.
Borja Vargas
3.20 – The Man Behind the Curtain
¿Por qué el final de Lost acabará con el sentido de la serie? Porque es una mitología, que sólo funciona mientras está en marcha y se cree en ella. Como tal, se sustenta en gran medida en la familia y en los opuestos, presentes con toda su potencia en este capítulo. Ben, en el flashback, también ha sido un niño. Y como Locke, como Sawyer, como Jack… también tuvo un padre al que odió. Huyó de él y, pacientemente, aguardó su venganza. Ya adulto, lo asesina, justo en el momento en el que el padre amaga una redención. Sumada esa buena intención a la frialdad de Ben liquidándola, éste queda conformado desde su origen como supervillano. Sólo podrá ser vencido por el Elegido, Locke, quien es absolutamente incapaz de materializar su odio filial. Precisamente lo que estos personajes tienen en común, un padre lamentable, impide la solidaridad entre ellos por culpa del odio que ha creado. Ben queda como un ser terrenal y, a su costa, logrando que se cuestione su autoridad, Locke asciende en la jerarquía de esta pirámide mitológica. A medio camino conoce a Jacob, espectro que parece ser el vértice de todo pero que muestra estar en un nivel inferior cuando le pide ayuda. El patriarca pide ayuda al ángel, al único personaje épico, con dignidad religiosa, en una isla cada vez más prosaica. Ben, desplegando su vulgaridad, domina la pistola —lo material— mejor que el Elegido —la pureza— y acaba con él. Vence porque todo está sucediendo en una realidad moderna, en la que la magia, frente a la tecnología, no tiene poder. Ni aunque exista. Pero el mito sí. Mitos que, sin embargo, son humo porque están sujetos a la revocación del guionista. Esta mitología quedará, al final, como ficción distanciada del hombre al que hablaba.
Borja Vargas
3.22 – Through the Looking Glass
El impacto del desenlace de la tercera temporada de Perdidos resuena enérgicamente por el audaz giro que los guionistas, Damon Lindelof y Carlton Cuse, inyectaron en una historia que a pesar de su condición para sorprender (y desvariar) parecía improbable que se encaminara por caminos empedrados que, a la larga, han facilitado la construcción de un universo singular que ha alcanzado una emocionante armonía entre las historias individuales de cada personaje y el sentido comunitario de sus vivencias conjuntas; además naturalmente de los numerosos vericuetos que encierra el misterio de la historia. Through the Looking Glass contiene todos los valores que habría que pedir a los cierres de temporada de una serie de las características de Perdidos, con la estructura dividida en múltiples focos, su creciente intensidad por lo que sucedera a cada momento, y un imprescindible grande finale que busca, siguiendo las buenas costumbres, un único (o casi) objetivo: dejar a la audiencia boquiabierta. El resultado es memorable, aun tomando como referencia ejemplos previos y recientes de alto voltaje caso del desenlace de la segunda temporada de Alias (2001-2006. ABC), otro invento de J.J. Abrams, y asumiendo la habilidad para sortear la tibieza del desarrollo de esta tercera entrega, poco convincente en varios tramos de la temporada, en el que incluso tienen cabida historias episódicas, poco estimulantes y endebles, tanto de algunos protagonistas (vid. 3.3 Further Instructions) como de personajes invitados (vid. 3.14 Exposé). Este final, situado no por casualidad en la mitad efectiva del serial (los reponsables anunciaron con la cuarta entrega que la serie se cerraría en seis temporadas de 16 capitulos, en 2008 reducido a 13 por la hulega de guionistas de Hollywood, cada una, en vez de los 22-24 habituales), recupera el nivel de expectación, intuido en varios capítulos precedentes y presente en las dos primeras temporadas, y el interés por el curso de los acontecimientos futuros de una historia que necesitaba este cortocircuito más que nunca. Y este, naturalmente, se concentra en la revelación postrera que sitúa lo que se supone un fragmento del pasado en un futuro desesperanzador en el que Jack, ese imposible gran héroe contemporáneo, se lamenta amargamente: «nunca debimos abandonar la isla».
J.D. Cáceres Tapia