La espera termina, o se hace más llevadera, según se mire. Todo parece centrarse. O desdoblarse, abriendo un abanico de posibilidades realmente atractivo, pues con cada personaje por partida doble, será más fácil que llueva a gusto de todos. Y como leit motiv a priori para esta temporada final, para esta larga despedida que durará hasta finales de Mayo, nos quedamos con la frase de Jack a Locke en el primer episodio: «Nada es irreversible». Solo, quizá, leer más de la cuenta: es posible que si no has visto algún capítulo NO desees continuar. Aviso: los textos que siguen pueden contener SPOILERS.
6.08 – Ab aeterno
Vulnerables y frágiles, atrapados en las consecuencias de las decisiones que toman. La isla reabre, en forma de intenso purgatorio, las heridas internas de cada uno de sus habitantes. La herida del tiempo es la que define a un personaje como Richard Alpert. Inmortal, atravesado por la culpa de no poder salvar a su mujer, y condenado a no poder salvarse porque el diablo le espera en el Nuevo Mundo. El pasado no importa para Jacob, porque cree, a diferencia de su enemigo vestido de negro, que la naturaleza del hombre no es sólo vicio y corrupción. Hay algo más. Cada personaje de Lost arrastra un pasado turbio, una culpa que no ha conseguido reconciliar y un daño sin reparar. El de Richard es la imposibilidad de reunirse con su mujer. En él la inmortalidad no es algo extraordinario, sino una extensión de su incapacidad por aceptar un pasado traumático. Como inmortal, hace buena la afirmación de Bacon de que toda novedad es olvido. Y ese olvido precipita en Richard la agonía de saber que, por mucho que la persiga incluso en forma de fantasma, Isabella no pertenece a su mundo; forma parte de un pasado que desapareció. Este lugar, la isla, es la muerte, el diablo, el purgatorio, el dolor abierto, el humo negro, la pérdida; muchas cosas, tantas como vidas pueda llevar a sus espaldas un inmortal. Vivir para siempre —a diferencia de devolver la vida a su mujer o perdonar sus pecados— no es un deseo imposible para Richard, mientras reprima en su interior el dolor; no tiene tiempo para sufrir. Por eso, el reencuentro emocional con su mujer hace bueno aquello que escribiera Borges, «cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras». Y Richard es el prisionero de ese amor inmortal del que apenas quedan palabras antes de morir.
Óscar Brox
6.07 – Recon
Recon, último capítulo emitido de Lost, da miedo… Y, lamentablemente, el motivo era descubrir nuevos habitantes perdidos en la Isla. El problema radica en que los perdidos son los propios autores de la serie que parecen encontrarse en una suerte de loop no temporal sino espacial. Puestos a especular, las idas y venidas de Hurley y Jack, de Locke y su séquito y ahora del propio Sawyer, navegando de una a otra isla, parecen corresponderse con las idas y venidas de un guión prisionero del contrato y de un número determinado de episodios a rellenar. Mientras en las primeras temporadas la Isla se evidenciaba como un lugar físico, acarreando sangre, sudor y lágrimas a los que sobrevivían en ella, llega a adoptar un aire metafísico en las siguientes, dónde parece más bien un lugar mental en el que se debaten problemas morales. El final de la quinta temporada lo dejaba bien claro. La posible aniquilación, bomba atómica mediante, no era tal, sino la búsqueda de un cambio a otra dimensión espacio – temporal. Desafortunadamente, varios episodios de esta última temporada evidencian, una de cal y otra de arena, un vacío, se diría que existencial. Y después de un episodio tan intenso y bien construido como Dr. Linus, Recon se revela como un dispositivo hueco. De hecho, el presente (¿) de Recon se reduce a idas y venidas, de las cuales la larga secuencia de Sawyer navegando a la Isla Hydra, su encuentro y desencuentro posteriores, el desplazamiento a la cabina del submarino y el regreso con el otro Locke son evidencia de ello. Más de diez minutos de metraje sin sorpresas ni nueva información. En cuanto al futuro (o alternativa de futuro), tampoco resulta muy lúcido. Ford sigue sufriendo por su Sawyer, coincide con Kate y Charlotte sin que ninguno de los encuentros sea especialmente relevante ni sorprendente, y hace un dúo en plan Vaya par de polis con Miles. Me temo que el problema radica en que los propios autores estén aburridos. Y, a estas alturas, las únicas ocurrencias que se les permiten es jugar con la reaparición de personajes en plan cameo. Y todo ello nos plantea sólo un par de conclusiones posibles. Una: Abrams ha dejado su legado (esperemos que con la suficiente solidez como prometía Dr. Linus) y ha conseguido huir de la isla. Dos: Abrams acabará vendiendo humo… negro.
Antoni Peris
6.06 – Dr. Linus
En otro rincón de este especial ya comentaba que la narrativa de Perdidos está construida sobre la redención de sus personajes, y está claro que, a medida que se vayan cerrando los arcos argumentales de esta temporada final, tienen que ir cayéndose todas las máscaras. Pero cuando lo conocimos como el sibilino líder de los Otros, poco podíamos imaginar que podríamos llegar a ver a un Ben Linus tan vencido, tan indefenso, como el que aparece al final del capítulo. Sin capacidad de manipulación, sin planes secretos a los que acogerse, el hombre antes conocido como Henry Gale no es más que, como evidencian sus flash-sideways, un pobre hombre patético y asustado. No tan diferente de Locke, vamos. Lo que este episodio pone en evidencia, además, con más intensidad que nunca, es que el enfrentamiento Jacob-Locke responde a parámetros bíblicos: si el primero, como Dios, pide fe y confianza ciega, pero no siempre recompensa a sus seguidores, el otro, como Satanás, promete en falso y manipula, utilizando la tentación y la mentira. De ahí la insana seguridad mostrada con Jack en su peculiar juego de ruleta rusa con Richard Alpert, basada en la pura fe religiosa. Como su mismo nombre, Shephard, anunciaba desde el principio, ahora que ha sido capaz de aceptar su propia espiritualidad, su conexión con la isla, el cirujano se ha convertido definitivamente en un pastor, como la gran mayoría de los héroes bíblicos: ahora es capaz de guiar a los demás, de iluminar a los que le rodean, porque se ha convertido en una mezcla del Jack y el Locke de la primera temporada. Y así, es a la vez un hombre de ciencia y un hombre de fe.
Tonio L. Alarcón
6.05 – Sundown
Como ocurría en anteriores temporadas, una vez superados los primeros episodios, comienza a definirse la senda que tomará la tanda correspondiente. Por un lado, tenemos el tema de los flashsides (en los que, como siempre en la serie, se reincide en las casualidades y en los golpes del destino), que de momento son tan intrascendentes como plenamente disfrutables. Y digo de momento porque por supuesto, cuando se alcance el clímax y, esperemos, de alguna forma confluyan con las existencias de los primeros losties, los que hemos conocido desde la primera temporada, probablemente todo sea trascendente. Pero lo verdaderamente interesante es lo que está ocurriendo en la isla. En este capítulo es grandioso el juego de cajas chinas que se traen entre Dogen y la encarnación del mal con apariencia humana (de J. Locke, concretamente). Cada uno va utilizando a un Sayid raro raro (con lo que él ha sido) para sus propios fines, revelando exclusivamente lo justo y necesario (siempre un poco más, y siempre parece tener sentido) para tornarle en la dirección que les conviene. Y todo avanza más rápido que en otras temporadas, y a pesar de eso tantas preguntas todavía sin respuesta. Pero de momento ha llegado el ocaso y entramos en una nueva etapa…
Sergio Vargas
6.04 – Lighthouse
Vuelven los conflictos paterno-filiales a Lost, pero ahora desde otra perspectiva. Ahora Jack es el grano en el culo de su hijo y no su padre lo es en el suyo, como antaño. Así son los flashsides, por llamarlos de alguna forma mientras descubrimos si estas vivencias son paralelas a las de la isla (ok, un poco posteriores, no me olvido de la estatua hundida), con dos Jacks pululando por el mundo a la vez, aunque uno no sepa de la existencia del otro (y el otro aún no se haya planteado esa posibilidad), o simplemente alternas, en líneas temporales distintas (aquello que decía Emmett Brown en Regreso al futuro) Así son, hay cosas que han cambiado y mucho, como ese hijo pianista, y otras que permanecen igual (la letanía de Christian: «No tienes lo que hay que tener»), o no (¿Cuándo se operó Jack de apendicitis?) Y en la isla los guionistas abusando de autocomplacencia en sus veladas autorreferencias, con ese Hugo diciendo «ya estamos aquí otra vez en una misión para hacer algo que no entendemos», pero que una vez más se redimen de esos pecados veniales entregándonos momentos como el del hacha, a una Claire que nos recuerda demasiado a Rousseau, lo que no parece casual, un faro resolutor de misterios que nos recuerda demasiado al de Shutter Island (o viceversa), y eso sí parece casual, y un dorsal 23 que se comporta, como siempre, como un niño cabezota y orgulloso, pero si está allí es por algo. No le juzguemos, todos cometemos errores. Ah, sí, y un desenlace de los de siempre, de los que dejan un buen regusto, aunque fuese un poco previsible. ¿No pasa eso cuando comemos nuestro plato favorito?
Sergio Vargas
6.03 – The Substitute
En un año de sustitutos y avatares parece una extraña ironía del destino observar en un mismo episodio, aunque en realidades alternas, a tres representaciones diferentes de John Locke que, en esencia, manifiestan lo mismo: Habitan un mundo que no está ahí para ellos, cuyos estándares, aspiraciones, lenguaje y gusto no son los suyos. Están obligados a vivir en esas condiciones. Por eso, un personaje como Locke despierta más conmiseración que simpatía, porque nunca alcanzará su destino sin antes sacrificar otra parte de sí que, eventualmente, le haga desaparecer. En Lost existe cierto énfasis en determinadas palabras, así fix —y no, por ejemplo, recover. Este capítulo podría haberse titulado The Replacement —otro sinónimo para indicar una sustitución— y, sin embargo, prefirió la otra opción. Porque en realidades alternas o en el mundo de los muertos, si algo describe acertadamente a John Locke es la imposibilidad de adaptarse a otro mundo que el que buscaba hallar en su walkabout y encontró en la isla. No existe otro lugar —place— para Locke. De ahí que, en efecto, sea el juego de realidades alternas el auténtico substitute que describe el episodio. O cómo el de Locke es el relato de un náufrago que prefiere no ser —y permanecer roto, sin arreglo— antes que transformarse en el avatar —como parecen indicar los Jack, Hurley, etc. que recuperan la vida que habrían llevado de no caer en la isla— de una realidad improbable.
Óscar Brox
6.02 – What Kate Does
Poco a poco, la serie nos está revelando los resultados de esa comprobación en formato familiar de la teoría del suicidio cuántico de Moravel, Marchal y Tegmark que supuso la explosión de la bomba nuclear sobre la Estación Orquídea. Incluso un capítulo aparentemente de transición como éste les sirve a Lindelof y Cuse para dejar todavía más claro que esa escisión de universos no sólo ha impedido que, en la nueva línea narrativa que sustituye a los flashbacks y flashforwards, el avión de Oceanic Airlines se estrellara en la isla, sino que también ha alterado por completo las circunstancias personales de los personajes principales. En todo caso, no se puede acusar a los showrunners de Perdidos de hacer capítulos de relleno porque, dentro de la estructura global que tiene cada una de las temporadas de la serie –basta ver todos sus capítulos seguidos, de una sentada, para darse cuenta de que están pensadas casi como macropelículas–, estos momentos relajados sirven para romper el ritmo de la narración y mantener el interés del público. Además, los guionistas aprovechan estos descansos para colocar, de la misma forma que Jacob y su archienemigo «Esaú», las piezas que van a necesitar en la gran partida de ajedrez en la que acabará convirtiéndose Perdidos, así que ninguna acción realizada por los personajes en los tres episodios vistos hasta ahora es gratuita: todas van encaminadas a preparar el terreno para la guerra que se avecina.
Tonio L. Alarcón
6.01 – LA X
A la hora de hablar de la evolución dramática de Perdidos, me gusta utilizar la metáfora de un lento zoom hacia atrás —o, si se prefiere, una lenta grúa hacia arriba— que ha ido revelando, temporada a temporada, incluso capítulo a capítulo, la complejidad real del conflicto en el que están inmersos los protagonistas de la serie. El arranque de la sexta temporada supone un paso definitivo en la ampliación de la perspectiva de los acontecimientos que han ido obteniendo los personajes y, al mismo tiempo, nosotros, los espectadores, a lo largo de su periplo —ahí reside, de hecho, una de las claves del éxito del trabajo de Lindelof y Cuse, y de la implicación de los seguidores en la evolución de la trama—; pero, al mismo tiempo, deja intuir una cierta sensación de final de camino, de cierre de líneas de fuga. Lo que obliga a los showrunners a conseguir una de las piruetas más complejas y arriesgadas de cuantas han realizado a lo largo de la serie, una filigrana de la que este episodio doble supone una primera degustación: ir resolviendo los grandes misterios mientras, al mismo tiempo, se plantean nuevos enigmas que mantengan al público en tensión, evitando ese efecto Twin Peaks que tan bien han sabido esquivar durante cinco temporadas. No sólo eso, sino que, conscientes de que han agotado de forma definitiva el filón de los jugueteos con el tiempo, se han atrevido a desgarrar la narración en dos, fracturando el universo de Perdidos en dos alternativas argumentales que, a partir de ahora, convivirán en la ficción. De qué manera acabarán convergiendo, anulándose o complementándose es uno de los misterios principales de los episodios que nos quedan por delante. Claro, que quizás el más apasionante que se apunta es de qué manera la presencia de los losties puede ser fundamental para la batalla contra el «Locke malvado» —o Esaú, como me gusta llamarle por similitudes bíblicas—: la capacidad de Hurley para hablar con el espíritu de Jacob parece apuntar un uso de sus habilidades individuales en la línea de los habitantes del patio de vecinos de La joven del agua (Lady in the Water; M. Night Shyamalan, 2006). Veremos con qué nos sorprenden: personalmente, a mí me costará esperar hasta junio para enterarme de todo lo que guardan dentro de la chistera.
Tonio L. Alarcón
Tonio, toma nota, el 23 de Mayo acaba Lost… repito, el 23 de Mayo ACABA LOST… joder, qué depresión.
¿Finales de mayo? Vaya hombre… Pues si que nos va a durar poco la alegría.
Jeje, sin duda han sabido esquivar muy bien el efecto Twin Peaks. Muy de acuerdo estamos en eso.