La vida de los otros

Si no tomas partido, no eres humano

Si no tomas partido no eres humano. Si te decides a actuar llámame» es la forma impactante que tiene un amigo activista de uno de los co-protagonistas del filme, Georg Dreyman, para despertarle de su letargo pro-estatal, y de forzarle al análisis crítico de un sistema dictatorial inhumano que viola los derechos fundamentales del hombre (por lo menos en teoría el sistema democrático contempla estos derechos, aunque no seré yo quien haga un adalid de la democracia que, en la práctica, contiene también muchas veces, y por desgracia, la violación de estos derechos). Éste le interpela para que deje la pasividad propia de un artista consagrado al régimen y luche por trasladar al pueblo hacia la libertad: que se convierta en portavoz de la reflexión y la disidencia y no en voz del partido para dormir a una población callada y temerosa, y llegar a ser lo que Stalin llamó Intelectuales poetas: ingenieros del alma. El otro co-protagonista, Gerard Wiesler (un genial Ulrich Mühe), se nos presenta de forma inquietante a la vez que gris: personifica a los vigilantes del régimen, el Gran Hermano de 1984 (George Orwell, 1948), el mismo año, 1984, en el que comienza la trama de la película. Pertenece a Stasi (1950-1989), la policía que persiguió a los críticos del régimen estatal, para la que todo aquél que difería en algo o era crítico con algún método del Estado, se convertía en sospechoso.

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Son dos vidas contrapuestas, pero a la vez, ingenuas ambas de un modo u otro con el régimen dictatorial que vivió la RDA hasta la caía del Muro de Berlín: La vida del poeta Dreyman transmite pasión intelectual, mientras que la vida del otro, la del capitán de la Stasi (el agente Gerard Wiesler), transmite soledad y fe ciega por una ideología que ha olvidado que el fin no justifica todos los medios. Pero una y otra transmiten una inocencia que tiene los días contados a través del descubrimiento de la verdad: uno (Dreyman), a través del activismo de su amigo; el otro (Wiesler), a través de su trabajo de vigilante, donde descubrirá la doble cara del régimen, ese sistema en el que creía a pies juntillas y que comienza a desvelarse su auténtica realidad. Así, el capitán va tomando partido, al empatizar con el poeta que tiene que vigilar: La culpa le hará resarcirse de su mal inconsciente y aletargado. Pero la reconciliación entre ellos no vendrá hasta la publicación del libro Sonata para un buen hombre que, tras la caía del Muro de Berlín se lo dedica Dreyman a HGW XX/7 (el agente Gerard Wiesler).

Con un ambiente similar al que Christian Mungui dio a su 4 meses 3 semanas y 2 días (Christian Mungiu, 2007) y con una economía de medios austera pero acertada, y que evidencia un clima inquietante, está rodada a través de primeros planos y sólo dos escenarios donde el director reproduce con verdadera maestría el Mito de la caverna platónico en el que los personajes están muy cómodos creyendo en el sistema, hasta que consiguen ver la realidad. Y es que el sistema funciona porque muchos creen a ciegas en él, si se supiera la verdad de los métodos, la burocracia no escondería con su frialdad los males del régimen. Porque, cuando el socialismo abusa del poder, limita la libertad de expresión y los derechos, y censura las ideologías, se convierte en dictadura. Cuando el Estado tiene todo el poder y el individuo ninguno ya no hay socialismo que valga. Cuando en pos de la seguridad se limitan los derechos y las libertades de los ciudadanos, el socialismo se convierte en totalitarismo. Y ahí está la paradoja del socialismo que refleja esta excelente película, que en su forma más radical entronca con la más pura dictadura de derechas.