Two Lovers

Vértigos (y desamores) persecutorios

La cuarta película de James Gray llega tarde a las pantallas de cine españolas. Participó en Cannes 2008 y se fue estrenando en salas de numerosos países de todos los continentes entre otoño de aquel año y primavera del siguiente. Sin embargo, la distribución en España continúa sin cuidar al cineasta de Nueva York ni si quiera después de la buena acogida general que tuvo su anterior película, La noche es nuestra (We Own the Night, 2007), la cual sí se estrenó en el circuito comercial within time, y además alcanzó unos más que aceptables números: casi 3 millones de euros de taquilla y más de 400 mil espectadores. Two Lovers quizá haya tenido la desventaja de su carácter poco esperanzador, que insiste en el sentimiento de pérdida afín a las narraciones de su realizador, construido alrededor de un universo propio que resulta difícil de englobar en alguna tendencia actual, ya sea dentro del circuito comercial o en las fronteras del cine de arte y ensayo. Además, en estos tiempos de decepción continuada y dificultades económicas, propuestas así se deben entender como veneno para la taquilla, si bien no habría que descartar la falta de visión y aptitud, por parte de las personas que se encargan de vender (más preocupados en mantener sus puestos y sus sueldos, aun a costa de no hacer bien su trabajo), para encontrar el público que le corresponde. Porque extraña y sorprende, en realidad, esta política de distribución, cuando lo habitual es que la audiencia potencial (y la que no lo es tanto) tienda cada vez más a buscar en otros sitios aquello que le interesa o le intriga, más incluso si no existe certeza alguna de que se vaya a ver, más o menos cerca de casa, en las condiciones normales (o tradicionales).

foto

Two Lovers fue filmada a continuación del estreno en Estados Unidos de La noche es nuestra, un hecho inaudito en la carrera de Gray, cuya ópera prima, Little Odessa, data de 1994 y la segunda, The Yards, realizada en 1998 se estrenó ordinariamente dos o tres años después. Algunas de la claves de esta oportunidad única se encuentran en el contexto en el cual se planteó y realizó la película: una historia pequeña urdida a partir de una impresión personal que el director había tenido de la adaptación que Luchino Visconti, uno de sus cineastas favoritos, hiciera en Le notti bianche (1957) de la novela homónima de Fiódor Mijáilovich Dostoeivski (vid. entrevista en Indiwire – BlogSpout de Steve Eriksson); la aceptación de participar en el proyecto de Joaquin Phoenix, en la que es la tercera colaboración consecutiva con el cineasta newyorquino; un presupuesto ajustado (sobre los 10 millones de euros, poco más de la mitad que sus dos producciones previas); un rodaje entre amigos, en casa y durante apenas un mes de trabajo. Precisamente uno de los aspectos más importantes en ese sentido sea el cambio de registro, de envoltorio genérico, que permite a Gray continuar su indagación estilística y temática mediante procedimientos que matizan su labor tras la cámara: el realizador sentía una motivación adicional (vid. las declaraciones de Gray a Steve Eriksson en las que comenta lo aburrido que le resultó rodar la celebrada y extraordinaria escena de la persecución de La noche es nuestra) por experimentar una puesta en imágenes más minimalista, una dirección sobre todo centrada en los actores, procurando una flexibilidad que ofrezca algunas vías de escape a una determinada improvisación escénica.

No es, como adelantaba líneas arriba, Two Lovers un film fácil, ni siquiera para los seguidores habituales de su responsable, puesto que la instalación de la trama en un círculo bien acotado y la asimilación de las convenciones del melodrama, vacían la tensión característica inherente al género policíaco que tan bien funcionara antes a los propósitos de Gray. Ahora la concentración de la acción reside en el conflicto interior de un protagonista deprimido, dubitativo, inseguro, maniático y herido, cuya presentación, en la primera secuencia del film, construida con la habilidad técnica de los maestros y el sentimiento poético de los genios (y siendo un gran admirador de Gray y defendiendo que se trata de un cineasta muy sabio, pienso que no es ni lo uno ni lo otro), tiene una carga de profundidad demasiado lacerante como para estar cómodo el resto del metraje, en correlación con el propio Leonard, el protagonista interpretado por Joaquin Phoenix. No obstante, superados los miedos con esta premisa argumental (cada cual los suyos) y las dudas respecto al abandono del thriller como base genérica, Two Lovers se erige como una vuelta de tuerca (o puede que dos) a los temas y figuras de Gray, resuelto con la riqueza expositiva conocida y una gama de matices amplificada. Lo más interesante de la realización es la barroca formulación del contrapunto, presente en el tipo de iluminación, encuadre y movimiento de los personajes en el plano: las escenas de Leonard, por ejemplo, en su cuarto, en la azotea con Michelle (Gwyneth Paltrow), o en casa con Sandra (Vinessa Shaw), tienen una calculada construcción que no solo definen cómo se siente Leonard en relación a su estado de ánimo y sus sentimientos por ambas mujeres, también dice todo sobre ellas y a su vez qué busca/ve cada una en Leonard. Incluso se contraponen en cierto modo dos entornos familiares, el del propio Leonard regido por sus padres y el que representarían Michelle y su amante casado (Elias Koteas): un relejo dislocado y bastardo (que apunta la filiación en negativo del relato con la alegre Desayuno con diamantes / Breakfast at Tiffany’s, 1961, de Blake Edwards) alrededor de un concepto de familia que va más allá de lo tradicional para tomar las formas de un estado de conveniencia que llevaría consigo una cierta seguridad (peor o mejor entendida), y que tiene el mismo resultado lateral en Lenoard, puesto que en ambos contextos está disminuido y fuera de lugar. Al final solo queda el tono gris de una realidad cruel, que da paso, entre los escombros del desengaño y la frustración, a la fiabilidad protectora del seno familiar, el cual siempre está ahí aunque nosotros hace tiempo que nos hayamos olvidado de nuestro vértigos persecutorios (de los amores, nunca) y, en el camino, hasta de nosotros mismos y de la felicidad. Así por ejemplo debe sentirse Leonard en el demoledor epílogo en la playa de esta película turbiamente bella.